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viernes 13 septiembre 2024

Del pincel al pixel

por Marco Levario Turcott

Hace más de 100 años sucedió algo en la Tierra: la gran explosión, el acontecimiento que impulsó la expansión continua del imperio de la imagen. Igual a como sucede ahora en el cosmos, en la televisión podemos mirar y escuchar los vestigios de aquel denso e ígneo campo magnético desde el que se desató el movimiento y el cambio de la materia y la energía que, con la interacción de los individuos, se sintetiza en una pantalla.1

Los polvos estelares concentrados en aquel dispositivo de comunicación podrían ser los primeros encuentros de comunicación cara a cara: ahí se expresan los actos simbólicos iniciales del hombre; perduran hasta nuestros días como piedra de toque desde la que es útil analizar la esfera de los medios de comunicación y su influencia. Los astros de la Vía Láctea serían los dibujos rupestres y la pintura: es donde se esboza el inicio de la representación. El telescopio, el daguerrotipo, el telégrafo, el teléfono, el fonógrafo, el disco y la radio serían las estrellas de la Osa mayor: señalan, dispersos, el sonido y la imagen estática. Hay múltiples nebulosas espirales, es decir, todos aquellos inventos que precedieron a los citados. Los planetas son los primeros impactos fotográficos y el cine su puesta en armonía. La televisión integra a todo eso y más. Pero no es inferior ni superior en sí misma a cada uno de esos componentes; tampoco amalgama de éstos que tienen sus propias características. La televisión resulta de la conjugación de algo tan complejo que hay quienes afirman, y nosotros coincidimos, en que a partir de ésta puede elaborarse la ontología de la vida moderna.

El átomo primigenio de la constelación televisiva se halla en la necesidad del hombre por representar la realidad y comunicarla por medio de imágenes. Aunque en sí misma, como pasa con la Tierra en relación al universo, la televisión tiene su hábitat celeste. Lo escribe mejor Gustavo Bueno:

“La curva del desarrollo del ‘Ente televisivo’, a lo largo del siglo XX, nos indica que tras un lento aunque continuado ascenso durante la primera mitad de la centuria, tuvo lugar una suerte de floración explosiva, en tecnología y en instituciones que, a lo largo de la segunda mitad del siglo, llegaron a infiltrarse en las diversas sociedades que habitaban la Tierra y llegaron a recubrirla. La proliferación incesante de la ‘materia televisiva’ -de las emisoras, del instrumental cada vez más diferenciado, de las redes de antenas, postes repetidores, satélites, cables, técnicos especializados, cámaras, actores, directores, programadores, realizadores, presentadores, corresponsables, prensa especializada, orquestas sinfónicas adaptadas a los estudios, agentes comerciales…-determinó la configuración de nuevas corrientes y procesos dialécticos en el seno de esa misma materia o sustancia televisiva”.2

Ya detallaremos al respecto. Lo haremos con el paneo que permita ir más allá de las delimitaciones ideológicas extremas con las que habitualmente se critica a la televisión. En un polo, la denuncia y el pontificado, en otro el enaltecimiento. Son los enfoques apocalípticos o integrados sobre los que alertó Umberto Eco.

Notas

  1. Este es un parafraseo hecho a partir del primer párrafo del capítulo “El filo de la eternidad”, del libro Cosmos ya citado.
  2. Bueno, Gustavo. Televisión. Apariencia y Verdad. Gedisa, editorial. España, 333 pp. Página 191.

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