Hacemos un alto momentáneo. Revisamos nuestros apuntes. Hay muchas tarjetas en la mesa y necesitan orden. Lo intentamos.
A este autor aún le asombra el siguiente párrafo que leyó en su adolescencia. Luego lo escuchó y vio en la televisión (aunque cronológicamente haya sido primero el programa Cosmos que el texto). Lo escribió Carl Sagan:
“Un puñado de arena contiene unos 10 000 granos, un número superior al de las estrellas que podemos ver a simple vista en una noche despejada. Pero el número de estrellas que podemos ver es sólo una mínima fracción del número de estrellas que existen. Las que nosotros vemos de noche son un pequeño resumen de las estrellas más cercanas. En cambio el Cosmos tiene una riqueza que supera toda medida: el número total de estrellas en el universo es mayor que todos los granos de arena de todas las playas del planeta Tierra”.
Si en este instante es de noche y ésta es clara, podemos mirar algún planeta. Disfrutar a Mercurio, Venus o Marte. La intensidad de nuestros sentimientos no evita que sepamos que hay muchos más, a pesar de que no los veamos. Si miramos alguno de esos planetas en una foto la sensación es distinta; su campo visual es restringido. Pero el dato, aunque impreciso, sigue ahí, implícito según el saber del individuo: podríamos calcular que hay tantos otros planetas como fotos se han impreso en toda la historia o emprender una revisión acuciosa sobre el tema. Pasa lo mismo con una vista similar al espacio ayudados por el cine, la televisión y hasta Internet pese a sus actuales giros visuales de 360 grados. La conclusión es indubitable: el instrumento no tiene la culpa de ofrecer sólo una pequeña fracción de la inmensidad del universo. En todo caso el hombre es responsable de saber que existen millones de astros. Igual sucede cuando cualquiera de esos instrumentos nos comunica sobre lo que ocurre en la Tierra, en un país o en alguna región de éste. Los enfoques son necesariamente fragmentarios, parciales. Sólo vistos en conjunto podemos tener una idea complementaria de lo que trasmiten. Es el raciocinio del hombre, su imaginación y creatividad lo que le abre paso al horizonte de la contemplación, las sensaciones y el saber. Lo dijo Pascal: “No debo buscar mi dignidad en el espacio, sino en el gobierno de mis pensamientos”. Así es: nuestra capacidad de razonar es la que nos permite abstraer para comprender e imaginar también. Por ejemplo al ver los planetas pudimos emprender la aventura de navegar por el espacio.
¿Hay más estrellas que los granos de arena de todas las playas de la Tierra? No lo dudamos. Tampoco lo hacemos al decir que no hay ni habrá máquina que las capte todas. Nunca. Ni siquiera la televisión o Internet aunque den la apariencia. Otra certeza que tenemos es de un calado similar al de las anteriores: el universo mediático es por definición un entronque de todas sus partes, partículas que son como un todo integrado donde el hombre define sus interacciones y sus decisiones. Además, esas partículas vistas como fragmentos son eso, pedacitos de representaciones y recreaciones de la realidad inmensa. Son promovidas por compañías comerciales que, además, potencian el espectáculo que cada una de sus singulares características le permite. Esto tiene sentido: la cultura visual desarrollada a lo largo de la historia es fuente inagotable de trasmisión de percepciones.