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sábado 14 septiembre 2024

Encajonados

por Marco Levario Turcott

Hacemos un alto otra vez. Estamos situados, por no decir sitiados, en medio de un mar de anotaciones en cuyo oleaje podríamos zozobrar. Buscamos alguna otra coordenada para continuar hilvanando el deslinde de las responsabilidades que se le han endosado a la televisión. Creemos haberla encontrado para zarpar de la isla de los antecedentes al puerto de las precisiones: Quién sabe cuánto tiempo transcurrió para que los habitantes de la Tierra conocieran y usaran los anteojos de aumento, ingeniados por Rogelio Bacon en 1267. No podemos definirlo así peleáramos con Molinos de viento, que ya eran desde hacía poco más de dos siglos y medio. (Aunque debamos reconocer que, ubicados en aquel entonces, no habríamos podido acometer ese epopeya ni emplearla siquiera como metáfora pues aún faltaban 338 años para que cierto caballero andante la proyectara). El velocípedo existe desde 1420 para medir la velocidad de los objetos, pero no hay un aparato en toda la faz del planeta capaz de precisar qué tan rápido se expandió el libro, por ejemplo, una vez que la imprenta, en su expresión primigenia, fuera ideada tres décadas después de aquel año. Lo entendemos: el terreno ignoto de las fechas que signen lo antedicho no se debe a cierta falla del reloj mecánico que, a partir del invento de Johann Gutenberg, ya había marcado aproximadamente un millón 489 mil 200 horas

Sin duda, hemos aludido a procesos complejos. Implican considerar que los “objetos” se proyectan, surgen y se expanden según los niveles de distribución que haya para difundirlos. Pero sobre todo: la consolidación de esos “objetos” depende de su utilidad social; es eso lo que en última instancia delimita sus principales características e incluso determina su anacronismo y desaparición. Así, los individuos también adaptan a “los objetos” para satisfacer sus necesidades. En esa constante, “los objetos” son reflejo de las relaciones y las acciones sociales de cada contexto histórico en que surgen, se despliegan, consolidan y, finalmente, cambian o quedan como instrumento útil dentro de una estructura determinada cuando no desaparecen. Al mismo tiempo tales “objetos” incentivan modificaciones en las relaciones sociales. Esto es, el hombre crea las cosas y éstas de algún modo intervienen en él.

El primer medio masivo de comunicación no surgió al inventarse la imprenta en el siglo XV, éste fue sólo un prolegómeno del libro, un asomo incipiente de los cambios que sobrevendrían. En aquel entonces, como ya vimos, eran otras las formas en que se comunicaban los individuos; en relación con el lenguaje escrito el trabajo de los escribas apenas representaban un alcance menor en relación con los pregoneros o la lectura en voz alta de algún ordenamiento. La alfabetización, el avance de los medios de transporte y de las técnicas que integraron al papel como medio de impresión tuvo mayor alcance cuando, en los años 30 del siglo XVII, se inventó la imprenta cilíndrica a vapor, lo cual posibilitó enormes tirajes de libros y periódicos. Es decir, esos “objetos” reflejaron el arribo de una sociedad de masas con todo y su incipiente heterogeneidad de concepciones y prácticas; en el siglo XVIII eso sucedió con la preeminencia de la Ilustración. El proceso tuvo un alcance mayor cuando se crea la prensa de acero y la rotativa, durante los años 40 del siglo XIX.

Por aquellas décadas de expansión de la industria editorial y periodística se ampliaron los circuitos de divulgación y conocimiento en áreas temáticas como las ya dichas hace varios párrafos. En ese periodo, por cierto, el ejercicio del voto -aún con las limitaciones de edad, género y raza que comprendió al principio- también significó un impulso para la democracia representativa. La esfera pública se abrió aún más en esos reductos de corte político que se entrelazarían con los vasos comunicantes de la sociedad: los libros y los diarios. De esta manera, los encuentros de comunicación cara a cara tuvieron un soporte informativo y de opinión más amplio al de otrora. Así se fue moldeando una de las primeras expresiones de eso que ahora llamamos opinión pública para referirnos al espacio en el que las opciones políticas procesan sus propuestas y sus diferencias. Por eso no se explica el desarrollo de la democracia sin el apelmazamiento de los medios de comunicación.

En resumen, el desarrollo social define a los medios igual que éstos reflejan e inciden en el decurso social. Esto sobre la base de que la comunicación “es un tipo diferenciado de actividad social que implica la producción, transmisión y recepción de formas simbólicas”1. Esas formas simbólicas, como hemos visto, existen desde el surgimiento del hombre. Así, el despliegue del libro como el primer medio masivo resulta del (y dio aliento al) capitalismo tanto en el riel de la economía como en el entramado institucional y las prácticas sociales, políticas y culturales que en ese orden se gestaron. Con el libro el tejido social se transformó hasta configurar el contexto que posibilitó la existencia de otras formas de comunicación que también modificarían el medio ambiente. En sus rasgos esenciales, la tendencia sigue hasta nuestros días y, más allá del registro cronológico o testimonial, tenerla en cuenta nos permite proyectar hipótesis sobre el futuro probable desde el campo de una comunicación global (cuyo soporte ahora es la interconexión entre audio, video y texto). Ya advertimos, también, que optamos por no detallar en las proverbiales resistencias suscitadas en cada contexto en el que surgió el medio de comunicación que sea. Lo dijo Karl Rosengren: “han estado acompañadas de un pánico moral por la inquietud de que el nuevo medio deterioraría la moral, destruiría la belleza, distorsionará la verdad e impediría muchos trabajos útiles”. En el otro polo tampoco han faltado esa especie de adventistas que en cada logro de la tecnología ven la presencia del cielo en la tierra. Ahí está la espléndida recopilación de Jonathan Pool, donde, entre otros registros, está el de quienes creyeron que “el teléfono aboliría la soledad, reconstruiría la vida rural, haría posible los rascacielos y democratizaría las relaciones jerárquicas”. 2 Sólo hacemos referencia a esto como una forma de deslinde de la óptica en la que nosotros entendemos a los medios de comunicación.

Notas

  1. B. Thompson, John. Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación. Paidós comunicación 101. Barcelona, España, 1997. 357 pp. Página 36.
  2. Russel Neuman, W. “El futuro de la audiencia masiva”. Fondo de Cultura Económica, Santiago, Chile, 2002. 405 pp. Página 216.

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