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domingo 15 diciembre 2024

Departamento 35 A

por Vania Maldonado

Era una tarde cálida. Una chiquilla vestida de azul jugaba sola en la calle, corría de un lado a otro con los brazos extendidos y la cabeza que volteaba hacia un lado y el otro. Se detuvo de golpe. La atrajeron las convulsiones de una mariposa enredada en las formas geométricas de una telaraña. Se inclinó ante ella, observaba con mucha atención los esfuerzos del insecto por zafarse de la mortal trampa.

-Tienes miedo, estas atrapada, sabes que puedes volar y no puedes- Tomó al insecto alado y formó un capullo con sus manos, sintió cosquillas y juntó con fuerza sus palmas. El crujido le provocó una risa histérica.

-¡Pero qué frágil eres!

Escuchó el llamado de su madre: -Luz, regresa por favor-. Se apresuró a subir. Corrió por las escaleras, cuando estaba a punto de entrar a su casa unos gritos la detuvieron de golpe.

-¡Ya deja de fastidiar! Este es el único lugar que te podemos pagar, nadie tiene tiempo de venir a cuidarte, no quisiste quedarte en el asilo y ahora te aguantas-.

-Hija, ¿de verdad fui tan malo para que me traten así?

-Eso pregúntatelo a ti mismo o a la piruja por la que nos dejaste.

Una gorda iracunda salió del apartamento, se topó de frente con la chiquilla que sonrió y le dijo: usted no se preocupe, yo puedo cuidar a su papi. Después se fue con una canción entre los labios. La mujer se quedó paralizada, no entendió a la figura que murmuraba.

Luz entró a su casa. Ahí estaba su madre encorvada por la tristeza. La niña sintió ese dolor, trató de abrazarla. ¡Mami, te quiero, no llores! La estatua que le daba la espalda no respondió. La niña salió de nuevo. Llegó ante la puerta del vecino, tocó cuatro veces. Un hombre enjuto, despeinado, con los ojos enrojecidos por el llanto, apareció.

-Hola, soy del 35-A- dijo con voz chillona una carita sonriente y entró corriendo hasta la mitad de la sala.

El viejo, sorprendido, preguntó -¿Qué se te ofrece niña?-

-¿Quieres ser mi amigo?

El hombre rió por primera vez, en mucho tiempo. Le hizo gracia la aparición inesperada.

-Claro, si te dejan tus papis-

Luz lo miró muy seria.

-Mi papi me abandonó y mi mami también, solo que ella aún vive conmigo.

-La respuesta era extraña, tanto como la presencia de esa criatura que iba y venía entre muebles que olían a humedad.

-¿Y qué quieres que hagamos?

-Lo que hacen los amigos, acompañarse y jugar a ser libres, ¿quieres ser libre?

El anciano preguntó sorprendido:

-¿De dónde te sacaron, nena? ella no respondió la pregunta, lo miró fijamente y con la misma voz chillona le dijo: ¿Tú también abandonaste a tu hijita?

Las palabras lo golpearon. Sintió un nudo en la garganta.

-Sabes mucho de mi y ni siquiera has preguntado cómo me llamo-, dijo el anciano con la voz entrecortada

-No te preocupes, no me interesa tu nombre. Mañana regreso y jugamos, estoy segura de que te divertirás. La pequeña figura salió tan velozmente como había entrado.

El hombre no sabía si asustarse o seguirle la corriente a esa niña que parecía salida de un cuento de hadas. Al día siguiente tocó en la puerta de enfrente; una mujer con ojeras profundas acudió al llamado.

-Hola señora, ¿éste es el departamento 35-A? ¿Aquí vive Luz? Es que quisiera hacerle algunas preguntas acerca de la niña.

-No es el primero y no puedo decirle nada acerca de ella. Por cierto, mi apartamento es el 35, usted vive en el 35-A cerró la puerta.

Regresó a su casa con una sensación de vacío en el estómago. Qué mujer tan rara, la niña ni se diga, pensó. Recordó lo que dijo Luz: Mi madre también me abandonó, solo que aún vive conmigo.

Esperó, impaciente, el regreso de Luz. Ocurrió lo mismo del día anterior: cuatro toquidos y ella estaba ahí de nuevo.

-Hola, pequeña, qué bueno que vienes. Fui con tu madre, quería preguntarle si se sentía cómoda con que vinieras a verme, pero veo que no mientes al decir que estás sola.

-No tanto como tú respondió seria-. Es hora de jugar.

-Claro, como tú digas, pero antes dime: ¿por qué dijiste que eras del 35-A, si yo soy quien vive en este número?

-Porque este es el lugar a donde siempre regreso.

El viejo se sintió fastidiado. Entre abandonos, soledades y sorpresas lo único que quería en ese instante era dormir.

-Bueno, ya está bien. ¿Qué quieres criatura?

-Quiero que seas libre y que dejes a quienes lastimaste, no te necesitan, puedes irte, ¿sabías? Vamos a volar, como las mariposas. ¿Las has visto? Yo sí, ayer liberé a una que estaba atrapada, así, como tú. Ven, cierra los ojos y toma mi mano. ¿Verdad que duele la soledad?

El viejo recordó su vida en minutos, sus amores, el abandono, su cuerpo flaco, arrugado, achacoso, que ya no despertaba deseos. Al parecer, la mano fría de una niña casi desconocida era su afecto más cercano.

Luz grito alegremente. ¡Juguemos, corre, escapa conmigo de la telaraña! El viejo no se pudo mover, estaba petrificado, la niña lo jalaba hacia la ventana. No, eso no. Decrépito, incontinente, solo, pero quería seguir vivo, aunque fuera entre esas paredes del 35-A.

Pero la niña sí corrió, se trepó a la ventana y…saltó.

El hombre sintió que el horror lo aplastaba. Sacó medio cuerpo por ese cuadrado que se había tragado al vestido azul, pero abajo las luces de los carros en medio de la noche desfilaban, no había gente amontonada.

Bajó dando tumbos a la calle. Tenía la boca reseca, el estómago revuelto. No había nada. Volvió al departamento de enfrente y gritó:

-¡Señora, su hija se cayó, no pude detenerla, perdóneme por favor! cayó de rodillas, se jalaba el cabello, sollozaba, negaba con la cabeza.

La mujer salió y dijo con fastidio.

-¡Cuántas veces tendré que repetirlo, mi niña murió hace diez años, no me moleste, fuera de aquí!

El viejo se quedó arrodillado, la cabeza le daba vueltas. Luz no era real, él estaba loco, por el dolor, por los remordimientos, por la soledad. Volvió a la fría sala donde hacía unos momentos creyó ver a una niña vestida de azul.

Se paró frente a la ventana, quiso seguir a Luz, respiró profundamente mientras levantaba la mirada hacia el techo y vio una frase: “Más te vale aprender a volar”. El hombre sintió que una oleada de sangre lo rejuvenecía, soltó sus manos y gritó.

-¡Pero que frágil soy, tú ganas!

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