Aquí lo documentamos desde hace más de un año: Radio UNAM es un desastre y el responsable principal es Fernando Chamizo, su entonces director, que duró tanto en el cargo por la complacencia de la Rectoría.
Hay diversos datos, testimonios, cartas de los trabajadores de la estación que denunciaron despidos injustificados, humillaciones y malos tratos mientras la función central de la estación caía estrepitosamente por inacabables problemas técnicos y contenidos baladíes. El más reciente dato del desastre indica que es la estación con más incumplimiento del pautado del INE de spots políticos de la zona metropolitana.
Un despido inesperado
A principios de abril, Chamizo asistió a una cena de gala presidida por José Narro; así se le presentaba al fin la oportunidad de acercarse al rector para buscar gracia o al menos interlocución. Hacía ya un año que al sexto piso de la torre llegaban cartas, notas y reportes de abusos, acoso, agenda personal, problemas técnicos, despidos de gente que el mismo director había nombrado, renuncias, plagios, desplantes y luego, al intentar llamarlo a cuentas: de desafío y deslealtad. Se tardó, pero Chamizo finalmente se había desengañado sobre las posibilidades de que Teresa Uriarte, su jefa y protectora, tenía para ser la próxima rectora. Necesitaba con apremio redimirse con la máxima autoridad, así fuera durante unos meses, los suficientes para que la próxima sucesión de la administración de la UNAM lo blindara de una posible remoción, mientras jugaba sus cartas en pos del siguiente periodo, o puesto burocrático.
En la cena Narro se le acercó. Antes de que hablara, el rector lo palmeó en la espalda y le dijo: “Has hecho un gran trabajo, te felicito”. Chamizo no quiso entender el pretérito de la frase. Aunque Sealtiel Alatriste lo nombró en 2008, él fanfarroneaba de una amistad con el rector y de haber sido nombrado directamente por él, aunque eso sí, fue él quien lo despidió. De haber conocido mejor a ese poliedro llamado José Narro, hubiera pedido su última cena en lugar de llenarse de arrogancia. Pero con esos vuelos se fue nuevamente a Argentina para seguir impulsando su propia agenda con las radios universitarias. Regresó a México el viernes 18 al tiempo que estudiantes tomaban la sede del CUEC linchando a su director. El lunes a mediodía entraba asustado a la oficina de Teresa Uriarte y salió media hora después, descompuesto: el rector le había pedido su renuncia junto con la del director del CUEC, Felipe Coria, cesado fulminantemente el mismo viernes en la noche.
¿Y yo por qué?, repetía perplejo, ¿por qué a mí?, ¿por qué ahora?, ¿por qué esto? Lamentaba. Había salido impune y victorioso de tantas tempestades que ahora que “no había hecho nada” le pasaban factura por el asunto del CUEC. ¿Habría llegado a oídos de la doctora que a sus espaldas su protegido la llamaba “la descoordinadora” y por ello decidió que no valía más la pena seguir estirando la cuerda con Rectoría por ese tema? O sencillamente no tuvo opción: el rector no le habría dejado duda de que era una instrucción directa que incluía la designación del sucesor: Fernando Escalante Sobrino, quien por tercera ocasión ocupa el cargo. (Llevaba un año cazando la oportunidad de regresar a la alta nómina universitaria después de haber dejado la dirección de la Radio de la Universidad Veracruzana).
Los desplantes y escándalos del director de Radio UNAM habían acabado de tensar las relaciones entre la Coordinadora de Difusión Cultural y su jefe. Cuando de Rectoría le indicaron hace nueve meses que debía ponerle camisa de fuerza o de plano correrlo, Uriarte se resistió, primero por territorialidad, vanidad o desafío, como sea, y luego porque le había llegado a hacer gracia que en su regazo balanceaba rítmicamente la cabeza y entonaba tiernos villancicos; aunque otros le advirtieran que en su ausencia mordía y destruía todo. No quiso oír otra voz que la suya explicándole que eso que sonaba eran los alaridos de los demonios que estaban exorcizando del cuerpo y el alma de Radio UNAM, los intereses creados, las agendas personales, “Ladran Sancho…”, le dijo ella, sabiendo de radio tanto como de cualquier otra cosa, que no sea Cacaxtla.
Cuando la doctora Uriarte tomó la Coordinación de Difusión Cultural a invitación de Narro, dejó muy en claro que esa sería su comarca. Con modales impropios destituyó a la Directora del Museo del Chopo, Alma Rosa Jiménez y al de Publicaciones y Fomento Editorial, David Turner, casi por lo que tenían en común entre sí, su ceremonía al rector. Como muestra de poder y autonomía frente a Rectoría, Uriarte les pidió la renuncia y su jefe tuvo que aguantarse. No empezaban bien y se fue poniendo peor: a su desconocimiento de la gestión cultural, se sumaba el desinterés y la falta de atención a las dependencias de la Coordinación. El resultado fue el desorden y que cada director hiciera lo que quisiera y por supuesto, Chamizo trató de conquistar el mundo todas las mañanas. Inmune y sorda a quejas, reportes, publicaciones, solicitudes de audiencia que no provinieran de sus colaboradores inmediatos, la doctora abrió el espacio para que cada director se diera vuelo en sus propias filias, fobias, estilos y agendas: la del hoy exdirector de Radio UNAM destaca su afición por afeitar en seco a quien se le acercara demasiado o no lo sintiera suficientemente incondicional. Libró su remoción el año pasado, gracias a los temblores desatados en el entorno a fin de septiembre que habían puesto el foco del rector en asuntos más graves, pero en enero volvió a la carga de bravuconadas, ufano y seguro de su inamovilidad. De muchas maneras le dijeron que debía bajarle dos rayitas a su furor, pero hizo lo contrario.
Esta es la tercera vez que Escalante dirige la estación. La anterior, en octubre de 2001, cuando Francisco Prieto, tras apenas seis meses en el cargo prefirió renunciar cuando su jefe, otro “descoordinador”, Ignacio Solares, lo dejó colgado de la brocha al intentar modificar la programación de la emisora debido a protestas de los colaboradores afectados. Como en su primera gestión, nuevamente Chamizo era su mano derecha, o su policía malo, según lo necesitara. Ambos solían citar el “Prietazo” como ejemplo de lo que no debe hacerse en la gestión de la emisora y sus ajustes de programas y colaboradores. A Fernando Chamizo se le olvidó de tanto repetirlo y ahora fue víctima de lo que terminó entendiendo como su misión en la dirección de Radio UNAM: quitar, restar, suprimir, cancelar, en suma: cortar cabezas. Ya era conocido como “El Robespior”.
El martes 21 de abril incrédulo, como en un mal sueño sosteniendo su propia cabeza como yelmo bajo el brazo y todavía con los gestos imperiosos y altisonantes que lo definieron, entregaba la dirección a su exjefe Escalante, casi regañándolo y asegurando que estará cerca, asesorando a su sucesor “para que no desvirtúe su proyecto”.
Chamizo deja la estación con severos problemas técnicos y de organización que esta revista documentó extensamente, una tensión interna en el personal, una red de colaboradores debilitada y devaluada. Una radio amorfa y sin audiencia. Escalante tampoco es un experto en radio, pero tiene más oficio como funcionario y es menos apasionado del conflicto. Su llegada no soluciona los problemas pero podría ser el principio de su tratamiento. Nuevamente llega a apaciguar las tempestades y desgarramientos que dejó su antecesor (y en varios sentidos su criatura) con la consigna de que Radio UNAM deje de ser un foco de conflicto y escándalo, más en estos tiempos de elecciones y sucesión en la rectoría. Regresa así a la UNAM la posibilidad de seguir en ella con suerte y astucia, (que siempre ha tenido), otros años más.