La seducción no es exclusiva del erotismo; el horror y el dolor también convocan miradas. Es la naturaleza del hombre y no una perversión creada por los medios. La diferencia es que, ahora, a fuerza de encuadres y reflectores, morir puede convertirse en un asunto público y rentable para las empresas de la comunicación.
La República del dolor
En “La República”, Platón narra cómo Leoncio, hijo de Aglayón, cierto día vio de lejos unos cadáveres “y sintió simultáneamente un violento deseo de acercarse a ellos para verlos, y un temor mezclado de aversión a semejante objeto. Resistió al principio, y se tapó el rostro; mas por fin, cediendo a la violencia de su deseo, corrió hacia aquellos cadáveres, abrió los ojos cuanto pudo, y exclamó: ¡Andad, desdichados, gozad a vuestras anchas de tan hermoso espectáculo!”.1
Cuántos Leoncios no han sucumbido a tal espectáculo desde entonces. Al mirar a Goya, por ejemplo, o antes en los óleos cristianos que se regodean en el sufrimiento al que entienden como virtud. Y qué decir de los daguerrotipos y luego de la fotografía, en especial, la que captó las atrocidades de las guerras mundiales. Luego, quién no recuerda a la niña de Saigón corriendo despavorida por la carretera y cuántos no se quedaron con las ganas de ver en vivo y a todo color la Guerra del Golfo en lugar de las censoras lucecitas.
Es una historia sin fin. Mirar el horror no implica involucrarse, sólo exige esperar y sentarse para después cambiar de página o de canal. La angustia y la muerte atraen multitudes y éstas dejan dinero a las empresas de comunicación. Es la sociedad del espectáculo: es posible verlo todo; es indispensable venderlo todo.
Yellow kid, el vencedor
Pero la muerte tumultuaria no ha sido la única que ha ocupado a los medios. La muerte en la vida cotidiana también tiene su espacio. Lo abrió World desde finales del siglo XIX en Nueva York, de la mano de Richard F. Outcault, autor de “The Yellow Kid”, una viñeta sobre los guetos de la ciudad que resaltaba los crímenes y los accidentes para atraer lectores. Luego, el dibujante se incorporaría a Journal, de características similares al primero. (Debido a la tira cómica, ambos diarios fueron conocidos entre los lectores y la competencia como the yellow kid papers. El mote evolucionó a yellow journalism y se usó para designar a todos los periódicos de ese corte).
Desde entonces, no hay diario que no tenga pigmento amarillo cuando no es que tienen esa intensa tonalidad. Las imágenes de víctimas de algún delito, de cadáveres, personas heridas, niños golpeados, entre muchas otras, ocupan cada vez más espacios: se diluyó la dicotomía entre la prensa amarilla y la “seria” en las últimas dos décadas.
Si bien, como ya dijimos, el voyeurismo por lo ominoso no es una invención de los medios, éstos tienen claro que nuestro regodeo por la sangre, el sexo y la vida privada les dejan grandes dividendos. Ello ha provocado que el sensacionalismo sepulte la función
social de los mismos. Ante este panorama, sobran los puristas y políticamente correctos, quienes sólo apelan al buen gusto, pero el asunto es más complejo.
También, hay quien dice que la exposición del dolor es el mecanismo más contundente para desnudar y recordar las injusticias humanas. En esta línea, Susan Sontag escribe: “Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a que se refieren, cumplen no obstante una función esencial. Las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer (…) No lo olvides”. 2
Lo controvertido del tema dificulta el hallazgo de un código deontológico lo suficientemente sólido y coherente para salir bien librados en el ejercicio periodístico enfrentado a la tragedia. Los profesionales de la comunicación deberán debatir el tema para calcular los efectos a largo plazo de Yellow kid. Pese a todo, hay premisas fundamentales para evitar una solución provinciana: el sufrimiento es universal y, por lo tanto, nos involucra e interesa a todos; es imposible prescindir de la imagen en el actual contexto informativo y tecnológico, y por último, la imagen del dolor no puede estar completamente al servicio del consumismo y la utilidad.
1 Platón (2000). Diálogos, pp-507-508. México: Editorial Porrúa.
2 Sontag, Susan (2003). Ante el dolor de los demás, pp. 133-134. Madrid: Alfaguara.