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viernes 08 noviembre 2024

El público, indefenso e ignorante ante los medios

por Juan Manuel Alegría

Son muchos los conceptos sobre la opinión pública y diversos los enfoques para su estudio; desde lo que postulaba Walter Lippmann en 1922 hasta lo que sostiene Pierre Bourdieu: “La opinión pública no existe”. Abordaremos la sencillez sobre lo que se considera “público de medios” y su papel ante ellos.


En general, dado su nivel cultural, la mayoría de la gente quiere leer lo que confirme sus creencias; es decir, tiene cierta tendencia a favorecer sus propias opiniones; para ello tiene una memoria selectiva, cuando aparece una información que se parece a lo que ella cree, entonces, a ésa le da la razón. A veces, se altera o se manipula la realidad para que concuerde con esos esquemas. Esto ya se comprobó con experimentos desde la década de los sesenta.


Se llama sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio. Son desviaciones metódicas y ordenadas para ratificar o revalidar lo que ya se sabe, es decir, la información almacenada. También se le llama recolección selectiva de evidencia, quien está aquí ubicado, quiere que sus expectativas se hagan realidad. Esto funciona sin que el individuo se dé cuenta. Como es mucho más difícil crear esquemas nuevos, incorpora los datos a los viejos esquemas.


En psicología social se define como la búsqueda de información que ratifique nuestras concepciones previas. Es decir, no es simplemente usar un filtro para desechar la información que contradice nuestras ideas y aceptar la que coincide con nuestro esquema; sino que es todo un proceso de búsqueda confirmatoria, generación de hipótesis y autoverificación, independientemente de que esa información sea falsa o verdadera.


Esa tendencia nos hace buscar y “encontrar” la evidencia que apoye nuestras creencias, teorías o hipótesis, incluso más allá de lo que podría justificar la información verdadera. Solamente vemos lo que deseamos ver e ignoramos lo que nos indique que estamos equivocados.


Cuando no hay gusto por la lectura, ni interés por la información diaria, que pueda ser contrastada con la lectura de diferentes medios, la gente no altera sus ideas preconcebidas o simplemente las fortalece, pues no desarrolla la capacidad de análisis que nos debería dar el colegio.


Quien inventó el término “sesgo de confirmación” fue el psicólogo inglés Peter Wason, quien también realizó experimentos para demostrar el fenómeno. Esos estudios también expresaron que la gente que cae en el sesgo de confirmación evalúa los costos de una equivocación, en lugar de investigar de forma científica e imparcial.


Por ello, no leemos a los analistas o los medios que contradicen nuestra opinión; y buscamos compartir nuestros datos con los que opinan lo mismo que nosotros. Y, en ciertos casos, como podemos comprobar si revisamos la sección de comentarios de los medios, esa incompatibilidad con las opiniones de los editorialistas o articulistas se vuelca en una malsana forma de comunicación: se insulta y agrede a quien no piensa como ellos; exigen libertad de expresión, pero no respetan la de otros.


Un estudioso de la opinión pública, Iván Abreu Sojo, sintetiza: “El conocimiento sobre los asuntos públicos, en el cual deberían basarse opiniones sólidas, está fuera del alcance del común de la gente, la cual forma sus opiniones de informaciones incompletas y descontextualizadas y filtran lo percibido a través de sus propios prejuicios y temores”.


Años antes, Roger Clausse escribió su opinión sobre el público de noticias:


“El nivel cultural del público de noticias es bajo; por eso, el periodista debe vulgarizar al máximo su estilo. Es un público intuitivo, va a la información sin deseos concretos. Es hipersensible, ya que ante cualquier acontecimiento fuera de lo normal, muestra una gran alteración sensible. Está atento a nivel de acontecimiento y no a nivel coyuntural; es olvidadizo: dada la falta de esquemas culturales de referencia, no sabe dónde encuadrar una noticia. Esta falta de esquemas mentales tiene dos consecuencias: por una parte, hay una sorpresa en el momento de la noticia y no se sabe encuadrar en su contexto noticioso; por otra parte, se olvida inmediatamente de un suceso por el advenimiento de otro”. Citado por Ángel Benito en su libro La invención de la actualidad.


 


Es decir, como el público, en general, tiene sus propias creencias y su nivel cultural no es alto, no puede enmarcar la síntesis que es una noticia, en una situación más amplia, por lo tanto no elabora una visión del mundo concreta, se apropia tan sólo de una parte, por lo que su creencia en tal situación se refuerza. Por ejemplo, se entera del alza del dólar, pero no puede ubicar ese fenómeno en las situaciones de la economía mundial.


Para llegar a ese estadio donde no le es útil la noticia, a su limitada capacidad de percepción se le suma, como señala Abreu Sojo, la información incompleta y descontextualizada. Para que lo que lee o escucha el público cumpla los preceptos del periodismo, el periodista debería entregar no sólo los hechos, sino la profundidad y la explicación de esa profundidad; por qué ocurren esos sucesos y en qué medida altera o afecta la existencia de ese público, y así orientar sobre lo que vendrá. El periodismo no sólo plantea preguntas, debe entregar respuestas.


Es obvio que para eso se necesita mayor esfuerzo que el que la mayoría de los medios entrega, ocupados en presentar la misma información que la competencia. Como señala el profesor de periodismo en la Complutense Javier Fernández del Moral: “El mensaje, desplazado constantemente por los medios, tiene una vida efímera y su captación está condicionada por la satisfacción que produce, por el fin que persigue y por el esfuerzo que exige”.


O Jeff Jarvis, quien opina que una función de los medios es servir como organizadores comunitarios: “si no es defensa, no es periodismo […] Las decisiones que tomamos acerca de qué cubrir y cómo cubrirlo y qué necesita saber el público son actos de defensa en nombre del público”.


Retomando el asunto inicial, el maestro Ángel Benito clasifica al público de medios de la manera siguiente:


“El público extensivo es el gran público de los sociólogos: representa la población total de la zona cubierta por los medios; es la meta que no se alcanza a cubrir.


“El público potencial es la parte del público extensivo que está expuesto en todo el tiempo a la acción de todas las técnicas de los medios. Esta situación sólo se da actualmente en aquellas zonas del mundo que, por su riqueza económica pueden contar con todas las invenciones tecnológicas. En esta situación, según los estudios más ajustados, sólo se encuentra el cinco por ciento de la población mundial. (El porcentaje sería más alto; el libro del maestro Benito es de 1995).


“El público efectivo es la parte del público potencial que puede ser absorbido en un momento dado por tal o cual técnica.


“El público acometido es la parte del público efectivo que recibe realmente en un momento dado los mensajes de esta o aquella técnica.


“El público marcado, muy sensible reducción del público acometido, constituido por los individuos que guardan una idea de los mensajes recibidos.


“El público cultivado, aquella porción del público marcado, que accede a la cultura, reflexión, libros, conciertos, etc., motivado por la acción de los medios”.


El público tiene la idea difuminada de qué son los medios; ignora que la variedad de ofertas informativas no significa pluralidad. Tiene una falsa idea sobre la independencia de los mismos, lo cual no existe, ya que funcionan en una economía de mercado. Tampoco sabe cómo operan para agendar la información, que el público supone es la que exige; acusa de censura al poderoso y no sabe de la autocensura en el interior del medio. No escapa de ello cierto sector con acceso al conocimiento universitario, quien se carga del lado del medio “contestatario” o militante. Ignora sobre la publicidad encubierta; acepta la difamación o que un medio se inmiscuya en la vida privada y que se destruyan prestigios o trayectorias.


Sin embargo dada la pérdida de confianza en las instituciones y sus representantes, si, por ejemplo, un político demanda, a un periodista por difamación; su medio, sus pares, organizaciones de periodistas y otro medios hacen causa común en la “inocencia” (antes del juicio) del acusado, por lo que el público, sin más datos, apoya denodadamente al autor de la presumible difamación, lo que provoca, en no pocos casos, que la demanda sea retirada o no prospere contra el autor de la maledicencia.


 


Para la mayor parte del público hay un conocimiento nebuloso sobre el concepto de desinformación, lo que le provoca mayor confusión. Como ignora el porqué, el cómo o el para qué los medios desinforman o manipulan (conceptos muy diferentes que el público confunde), su crítica a los mismos pierde significado al convertirse en un lugar común. Crean estereotipos: “Televisa desinforma y me quiere manipular”; “Sólo La Jornada y Proceso son los que no temen al poder”; “Aristegui es la única que dice la verdad”…


Paradójicamente, esto conlleva a una pérdida de credulidad en los medios tradicionales y se la otorga a los medios de la era cibernética, por lo que cae en las fauces de este otro monstruo.


Una cosa es la velocidad con que un suceso se esparce por Internet y otra el tratamiento que le da un periodista. El periodista tiene una fuente (de preferencia más), debe verificar la información hasta donde pueda; no debe usar rumores ni invenciones, debe contrastar la información y apegarse a un código de ética o al manual de estilo de su medio, lo que no ocurre normalmente en los contenidos que circulan por la Red, por lo que, ante ese embate sin cesar y avasallante, el usuario tiene menos recursos para conformar una estructura de criterio congruente (un tema que tratamos más ampliamente en “Sobresaturación y homogeneidad, otras formas de desinformación”).


Para un sector, la prensa es el cuarto poder; un contra-poder que limita o ayuda a corregir los abusos o errores de los tres poderes constitucionales y que sólo funciona o debería funcionar en una democracia. Pero cuando ese cuarto poder está en manos de grupos o particulares que, como indica Ignacio Ramonet, están articulados al poder dominante (el económico y financiero) deja de funcionar como cuarto poder y se convierte en cómplice de los poderes dominantes.


De esa forma se atenta contra el derecho a la información de las audiencias. Ese derecho que nació mucho después del periodismo y posterior a la lucha por la libertad de expresión.


En nuestra Constitución Política siempre apareció el artículo sexto así: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada, los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado”.


Claro, quien sabe cómo han funcionado en la realidad los medios, se percata de que el Estado no ha garantizado nada en ese aspecto, incluso durante mucho tiempo hizo (y hace) lo posible para limitar o inutilizar ese derecho.


No es sino hasta el 11 de junio de 2013 que se le adicionó lo del derecho de réplica y la ampliación del derecho a la información para quedar así: “Toda persona tiene derecho al libre acceso a información plural y oportuna, así como a buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole por cualquier medio de expresión”.


Por otro lado, en los medios que más se leen es difícil encontrar análisis sobre medios o temas sobre ética periodística. No se habla de los rumores como base para la noticia, ni de los silenciamientos y ocultaciones, de la manipulación, mucho menos de la invención. No existe la cultura ética de la aclaración cuando se equivoca el periodista ni de la disculpa a la audiencia cuando se incurre en una falta.


El público no conoce lo anterior, con lo que tendría herramientas para analizar lo que lee o escucha. Si accediera a ese tipo de información, entonces seguiría, más que a un medio, a varios periodistas. La “opinión pública” debería ser el contrapoder de ese contrapoder que es el periodismo.


Existen, por supuesto, medios que analizan a los medios, pero no son a los que acuden las mayorías; y hay medios profesionales que no siembran sensacionalismo. Pero como señala el filósofo Jean-François Revel, esta indolencia o ignorancia de las audiencias excluye las lecturas fundamentales para analizar: “Ahora bien, ¿acaso no se ve muy a menudo que los medios de comunicación que cultivan la exactitud, la competencia y la honradez constituyen la porción más restringida de la profesión, y su audiencia, el más reducido sector del público?”. Un círculo vicioso.

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