En el debate intelectual y académico mexicano la presencia de la izquierda fue en crecimiento a lo largo del siglo XX, hasta hacer que sus contribuciones al estudio y el conocimiento del país, aun con todos sus bemoles, ejercieran no poca influencia tanto en las universidades como en organizaciones políticas, partidos y sindicatos.
Ese proceso de desarrollo del pensamiento de izquierda tuvo años muy importantes entre el movimiento estudiantil de 1968 y la caída del Muro de Berlín, es decir, entre el crecimiento de los anhelos democráticos y el declive del socialismo real, hechos marcados por la crisis del capitalismo y complejas y difíciles situaciones sociales.
Al estudio de esa evolución está dedicado el libro La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México 1968-1989 (México, Océano, 2012), de Carlos Illades (México, 1959), en el que el autor toma como referencias fundamentales tres revistas (Historia y sociedad, Coyoacán y Cuadernos políticos) para analizar a la intelligenzia de aquellos años.
Sobre ese libro etcétera conversó con Illades, quien es doctor en Historia por El Colegio de México y profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. Investigador nacional nivel III del Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido investigador visitante en las universidades de Harvard, Postdam, Leiden, Columbia y el Centro de Investigación y Docencia Económicas. Autor de una decena de libros, ha obtenido diversos premios: Marcos y Celia Maus, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1988), de la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Edmundo O’Gorman, del INAH (2001) y Gastón García Cantú, del INEHRM (2007).
¿Por qué publicar un libro como el suyo?
Hay un antecedente y dos razones que me motivaron a escribirlo. Yo llevo 15 años estudiando la historia del pensamiento socialista en México; comencé estudiándo el del siglo XIX, en particular los orígenes, y rescaté la obra de algunos de los autores importantes; ahora empiezo a adentrarme en el siglo XX. Entonces es algo que me ha preocupado desde hace mucho tiempo, en parte porque creo que la historia del pensamiento de la izquierda ha estado un tanto abandonada en el panorama intelectual y académico mexicano.
Me importó hacerlo por dos razones: la primera es que considero que la izquierda mexicana actual no ha sabido o no ha querido reivindicar su papel en la transición. Creo que un componente fundamental de la transición mexicana a la democracia, deficiente y todo, que ahora tenemos, ha sido de la izquierda. Si revisamos la historia de ésta en el siglo XIX y, concreta y más cercanamente, en el siglo XX, lo que encontramos es que si alguien se opuso a la autocracia priísta fue la izquierda; si algún grupo reivindicó la democracia en el sistema político pero también en los sindicatos, la participación de la sociedad civil y defendió los derechos de los ciudadanos, fue, sin duda, la izquierda. A partir de estas reivindicaciones históricas, fue la que padeció la cárcel, la represión y el sistema autoritario mexicano.
La segunda razón, a un nivel más puntual, es que también creo que la izquierda hizo un aporte intelectual fundamental en el siglo XX mexicano. Algunos de los temas más importantes que se trataron en esos años, y que incluso tienen vigencia actual, los planteó la izquierda intelectual, sobre todo en la renovación que experimentó a partir del movimiento de 1968, y por ello empieza en ese año.
Sobre ello: ¿por qué el libro abarca solo el periodo 1968- 1989?
Hasta entonces la izquierda mexicana había sido relativamente marginal, al menos en las últimas décadas (pienso en particular en la izquierda comunista), cuando estaba en la clandestinidad. Había fuerzas más pequeñas, como el trotskismo y otros grupos, a los que el movimiento estudiantil en el 68 les dio la oportunidad de potenciarse, de expresarse de manera más amplia.
Entonces hubo una oportunidad de intercambio más relevante, que se dio cuando en todo el mundo habían ocurrido transformaciones en el mundo socialista: la invasión soviética a Checoslovaquia, los movimientos estudiantiles en Alemania, Francia y Estados Unidos, el cada vez más evidente fracaso de los estadounidenses en Vietnam, por ejemplo. Hubo otra serie de razones que llevaron a la izquierda a replantearse muchas cuestiones: la posibilidad de la revolución en los países desarrollados, pero también la oportunidad de que el Tercer Mundo fuera, por primera vez, el motor de ese cambio a nivel mundial. Es curioso: ahora puede parecer un tanto raro que las imágenes dominantes en esa época, en el imaginario de los estudiantes del Primer Mundo, no son sus propias imágenes, sino las latinoamericanas, como las de el Che Guevara, Ho Chi Minh, Mao Tse Tung, etcétera. Por primera vez el Tercer Mundo se instaló en el Primero como una especie de horizonte de futuro.
El libro acaba en 1989 por una razón fundamental: en ese año es la caída del Muro de Berlín, lo que cerró una especie de horizonte histórico para un proyecto. No creo que esa sea la clausura del proyecto socialista que empezó desde el siglo XIX: mientras las cuestiones de las que se ocupa sean, fundamentalmente, la reivindicación de la equidad, la igualdad, la justicia social, y éstas no se resuelvan, la izquierda tendrá un papel.
Pero, ciertamente, con la caída del Muro de Berlín al menos un tipo de socialismo quedó cancelado y cerró un ciclo histórico. Por eso el libro termina allí.
¿Por qué escogió esas tres revistas que aparecen en el libro?
La seguí como hilo narrativo y también como foco de análisis por varios motivos: quise buscar en el amplio abanico de publicaciones teórico-políticas de esa época (había muchísimas) que representaran distintas posturas. Por eso, sin haber agotado el tema, escogí tres revistas.
Historia y sociedad, por ejemplo, que se comenzó a publicar en 1965, reflejaba las posturas del comunismo oficial mexicano. En esa publicación participaban Enrique Semo y Roger Bartra, aunque hay otros autores importantes, sobre todo historiadores. Allí se publicaron los primeros trabajos de Enrique Florescano, también de Gilberto Argüello, Sergio de la Peña y otros autores.
La segunda revista, que comenzó a publicarse en 1977, es Coyoacán, la revista de los trotskistas, fundamentalmente encabezada por Adolfo Gilly. No era antagónica, pero sí tenía muchas diferencias con la posición del comunismo oficial; sin embargo, no había un combate frontal, un debate abierto.
La tercera revista, y creo la más importante de las tres, fue Cuadernos políticos, en la que participaban Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Ruy Mauro Marini, Arnaldo Córdova, Rolando Cordera y otros autores. Reflejaba posturas más variadas y más abiertas porque van desde un planteamiento parecido al de la socialdemocracia, aunque con un matiz nacionalista muy importante (que era la posición de Pereyra y Cordera), hasta posturas de un marxismo revolucionario enemigo del estalinismo, como la de Bolívar Echeverría, en buena medida diferenciado del leninismo. De alguna manera, en Echeverría estaban las actitudes derrotadas de la tradición comunista: Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, entre otros. La otra figura era Marini, quien era más afín al maoísmo.
Entonces con esas tres revistas quise cubrir el espectro ideológico más importante, e introducir y analizar la obra de los intelectuales que participaron en ellas. Asi se incorpora el análisis de la obra de Echeverría, de Pereyra y, en parte, de Semo. Me interesa resaltar eso porque el libro, si bien es cierto que habla del marxismo, no habla de todo sino del vinculado con estas revistas y con cierta militancia política. Si hiciéramos una historia del marxismo de esa época tendríamos que incorporar a otras figuras. Es cierto que Semo o Córdova son fundamentales para la historiografía mexicana, pero tampoco podríamos olvidar a Alfredo López Austin, quien no participó en ellas; si en la sociología fueron importantes Córdova y Gilly, faltaría la figura de Pablo González Casanova, ausente en esas publicaciones. Y si pensamos en la filosofía marxista, sería ineludible la figura de Adolfo Sánchez Vázquez.
Cuando se habla de la aportación de los intelectuales de izquierda a las ciencias sociales mexicanas, hay que reconocer esas ausencias, que no son objeto de este trabajo pero que ameritarían, por supuesto, un estudio.
En el libro usted señala que en esa época los intelectuales de esas revistas tenían una gran variedad de influencias: la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, el estructuralismo francés, la historia social inglesa, la teoría de la dependencia latinoamericana, etcétera. Con este cúmulo de influencias, ¿qué tan original fue la obra teórica de esos intelectuales?
Creo que tiene algo de las dos cosas: estaban profundamente influidos por el marxismo en cualquiera de sus vertientes; si pensamos en Historia y sociedad, es primero la influencia del marxismo soviético oficial; pero después, sobre todo en la obra de Semo, hay una influencia importante de una escuela historiográfica, que es la de Leipzig, que innovó mucho en el estudio de las revoluciones de independencia, lo que sus exponentes llamaron “las revoluciones atlánticas”. En la historiografía todavía se habla de ellas y han estado de moda ahora con el bicentenario. Ese enfoque lo inició aquella escuela con la figura de Manfred Kossok; ya más vinculado con los temas mexicanos, en Berlín. En la época que allá estudió Semo, estaba Friedrich Katz, el gran estudioso de la Revolución Mexicana.
Y así fue en otros casos; por ejemplo, en Bolívar Echeverría las influencias fueron, fundamentalmente, de la teoría crítica alemana.
Sin negar estas influencias, hay una elaboración original. Creo que uno de los rasgos que hacen importante la obra de Semo es que trató de repensar la historia mexicana incorporando el marxismo de la época. No fue simplemente empotrar y obtener resultados, sino que requirió de un ejercicio de investigación, de meditación sutil que dio resultados importantes: su libro Historia del capitalismo en México innovó mucho en su época y ayudó a pensar a otros los temas mexicanos. Pienso en cómo fue de los primeros en decir (al menos es al primero que yo se lo leí) que cuando llegaron los conquistadores españoles sustituyeron el despotismo, de los mexicas, y reemplazaron a quienes lo encabezaban, pero siguieron cumpliendo durante un tiempo la misma función. Entonces hubo aportes relevantes porque también para los intelectuales comunistas era muy importante conocer la historia con la intención de, a partir de allí, deducir cuáles eran las tareas políticas a futuro.
En el caso de Echeverría, estaba muy ligado a las primeras etapas de la Escuela de Fráncfort, pero desarrolló un pensamiento sumamente original, sobre todo en la época de los ochenta y de los noventa, en su reflexión sobre cómo Latinoamérica se incorporaba a la mundialización. La teoría que elaboró a través de lo que él llamó los ethos, particularmente el barroco, es una aportación original. Así podríamos enunciar otras.
Entonces sí hubo mucho que retomar de las discusiones europeas, pero también la intención, con buenos resultados de pensar los problemas mexicanos, de la historia nacional y latinoamericana.
¿Qué herencias intelectuales de izquierda nacional tenían? Al principio del libro se resaltan los intercambios polémicos entre Vicente Lombardo Toledano y José Revueltas, por ejemplo. ¿Cuáles eran las referencias mexicanas más cercanas que tuvieron?
Ellos heredaron un momento de apertura que se dio en la cultura mexicana, en la década de los cincuenta, cuando apareció posteriormente la llamada Generación de Medio Siglo, que animó una publicación llamada Medio Siglo, que buscó nuevos horizontes en la que estaba, por ejemplo, Carlos Fuentes.
En los sesenta, también se publicó una revista que fue muy importante: Política, de Manuel Marcue Pardiñas, la cual presentó estas cosas desagradables de la cultura política nacional y abrió espacio a los jóvenes.
Podríamos mencionar otras publicaciones y suplementos, por ejemplo el que tenía Novedades, México en la cultura, de donde surgió La cultura en México; cuando ese periódico y su director pensaron que el grupo de Fernando Benítez, quien impulsaba el suplemento, era muy afín a la Revolución Cubana lo dejan de publicar, pero lo adoptó Siempre!
A principios de la década de los setenta este suplemento fue dirigido por Carlos Monsiváis, a quien empezaron a aproximarse algunos intelectuales que participaban en aquellas revistas (Cordera y en Pereyra, pero hubo también otros que darán lugar a otras publicaciones más adelante, como Héctor Aguilar Camín y José María Pérez Gay).
El ambiente intelectual lo había preparado la Generación de Medio Siglo, que buscó romper o iniciar la ruptura con el discurso de la Revolución Mexicana, con el conformismo de una clase media que progresó con el “milagro mexicano” y planteó algunos aspectos críticos.
Dichas publicaciones fueron de apertura pero no fundamental y propiamente de la izquierda; de ésta, una figura que ayuda mucho a abrir el horizonte fue José Revueltas, quien venía de otro lado: del Partido Comunista, del cual fue expulsado y readmitido cuando menos en un par de ocasiones. Él animó mucho a los jóvenes en el 68. Revueltas, de alguna manera, y no obstante ser mayor, fue como el puente entre la generación anterior, del estalinismo en su versión mexicana, con la izquierda nueva que se fue generando en los años sesenta.
Por otro lado, en ese año murió Vicente Lombardo Toledano poco después del movimiento estudiantil; esto, al menos simbólicamente, marcaría el ocaso de una figura que fue importante dentro de la izquierda mexicana, porque de alguna manera hizo un esfuerzo parecido al de los intelectuales comunistas de los setenta y ochenta: se aventuró a tratar de dar una explicación marxista de la Revolución Mexicana. Fue el primer intento elaborado, no obstante que su figura es poco atractiva. Pero no podemos negar que fue un intelectual importante.
También me llamó la atención la trayectoria que ha tenido la vinculación de la izquierda socialista mexicana con el nacionalismo revolucionario, lo cual se vio muy claramente en la confluencia de 1988. ¿Cómo se puede explicar este cambio en la intelectualidad de izquierda? Pienso en dos ejemplos: Adolfo Gilly y Arnaldo Córdova.
En primer lugar, creo que esa es una tendencia actual en Latinoamérica, no exclusiva de México. Lo vemos, por ejemplo, en Sudamérica: hay una confluencia de 10 años para acá de la izquierda con el nacionalismo. Podríamos pensar que se realaciona con el ocaso del comunismo soviético y con la necesidad de recuperar una especie de paradigma.
Un segundo elemento es que la izquierda mexicana del siglo XX siempre tuvo un problema y una situación distinta a la del resto de América Latina: era el reto de plantear la revolución en el único país en Latinoamérica que fincaba su legitimidad en una revolución. Entonces proponerla cuando la familia revolucionaria que dio lugar al PNR había hecho la suya, siempre fue complicado para la izquierda mexicana.
Una tercera razón es de un calado histórico más profundo: en realidad la izquierda mexicana, desde mi punto de vista, tiene tres corrientes históricas que se han combinado y adaptado. La primera organización surgió en 1871, fundada por Plotino Rhodakanaty y se llamó La Social. Desde entonces y hasta la actualidad han existido tres corrientes: la primera es la socialista que conocemos, que pasó del primer socialismo romántico y utópico al anarquismo y al comunismo, y que, de alguna manera, se eclipsa, aunque no desaparece, a finales de los años ochenta.
Luego, entre los años cincuenta y los setenta del siglo XIX, hubo una izquierda socialcristiana que surgió en esa época, a la que podríamos llamar “del romanticismo”, que planteaba la realización de los valores del primer cristianismo en la sociedad mexicana. Luego se renovó en los años noventa con la Rerum Novarum, y en el siglo XX produjo los sindicatos católicos y después, abreviando, en la década de los sesenta reapareció con la Teología de la Liberación y llega hasta Javier Sicilia.
Hay una tercera corriente que es la nacionalista, que en el siglo XIX postuló una especie de liberalismo social (pensemos en Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano), y que en el siglo XX, después de la revolución, se recompuso como nacionalista revolucionaria.
Lo que ha ocurrido es que estas izquierdas se han combinado; es decir, en el siglo XIX, en los primeros años, fue más importante la izquierda socialista, y podríamos decir que todavía en la época de los hermanos Flores Magón; pero después de la revolución los comunistas competían en desventaja con el nacionalismo revolucionario.
Luego, cuando se eclipsó el comunismo, al menos en su versión soviética, otra vez fue el momento del nacionalismo revolucionario, que además coincidió en México con que el PRI de Carlos Salinas lo abandonó y postuló el liberalismo social.
Al debilitarse aquella corriente, ciertos intelectuales se subieron a la otra, y algunos, tras pasarse al nacionalismo revolucionario, después se sumaron al zapatismo, como Gilly. Sería como un segundo salto porque, si bien es cierto que seguimos en el terreno de la izquierda, cada corriente tiene algunos principios básicos que no son idénticos. La izquierda comunista planteaba que el sujeto de la revolución era la clase obrera, mientras que la izquierda nacionalista está basada en la figura del mestizo, y la izquierda zapatista es una postura indianista. Son dos saltos mortales, pero dentro de la izquierda. Y hay otros que después de 1988 y, sobr todo, luego de 1994, dejan el campo de la izquierda.
La crisis provocada por la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética hizo que la izquierda se moviera hacia otras posturas. Creo que el grueso de los intelectuales se movieron todavía dentro de ese campo y se apoyaron en las otras corrientes que, repito, son históricas. Otros se salieron (por ejemplo Jorge Castañeda).
Otro tema importante que fue creciendo en esa época fue el de la democracia, como se puede ejemplificar muy bien con el caso de Carlos Pereyra. En esta etapa que usted estudia, ¿cómo se fue desarrollando la idea de la democracia en el pensamiento de izquierda?
Creo que la tesis acerca de la democracia en el pensamiento de la izquierda mexicana le debe mucho a Pereyra; es más, creo que la elaboración que hizo desde finales de los años setenta, pero muy claramente al comenzar la década siguiente, es contemporánea. Arrancó al mismo tiempo que la que hicieron algunos de los liberales mexicanos.
Considero que la obra de Pereyra se puede ver en paralelo a la de Enrique Krauze, con la diferencia de que la del primero es mucho más reflexiva. No creo que haya una paternidad del problema y la discusión liberal acerca de la democracia en el caso mexicano.
Hubo un rasgo en Pereyra y en el grupo intelectual y político al que pertenecía que no deja de ser importante incluso ahora: para ellos, en la medida en que eran intelectuales de izquierda, la reivindicación de la democracia está ligada al núcleo fundamental del pensamiento de izquierda, que es lo social; en Pereyra, muy enfáticamente, está este vínculo. Es decir, la democracia, basada en mecanismos formales de designación, de elección, normas, etcétera, para Pereyra tenía un contenido social. Es el elemento cardinal de su propuesta política: es una democracia incluyente que debería buscar, por las vías pacíficas y por la participación popular, romper con el corporativismo, acabar con la no rendición de cuentas, el autoritarismo en los sindicatos desvinculándolos del régimen, y resolver los problemas de las mayorías.
Ese planteamiento también está, aunque un tanto más tardío, en el pensamiento de Roger Bartra: en la medida en que venía del Partido Comunista tardó más tiempo en plantearse el problema.
Para Bolívar Echeverría, la democracia no era lo fundamental porque creía que no había una democracia auténtica mientras dominara el capital. Considero que su pensamiento es actual y muy importante en la medida en que enfatiza la necesidad, desde su perspectiva, de acabar con el capitalismo. Su propuesta tiene insumos reflexivos para pensar la crisis de la civilización en la cual vivimos. A mí ellos me parecen dos de los pensadores centrales en esta historia: Pereyra, que anticipó la cuestión democrática que toma en cuenta lo social, al servicio de la emancipación de las mayorías; del otro lado, Echeverría, que enfocó mucho más el problema a la crisis de la civilización y a la necesidad de acabar con el capital. Que son dos aportes fundamentales y de gran actualidad.
Sobre esta idea de la democracia, fueron básicos los estudios que buscaban caracterizar el régimen emanado de la Revolución Mexicana para tomar una postura política. De la revisión que hace usted de estos teóricos, ¿qué tanto sirvió su obra a organizaciones políticas y movimientos sociales para que éstos definieran sus líneas de acción, sus estrategias, sus prácticas políticas?
Su influencia operó en dos planos: el primero, hacia sus organizaciones. Fue relevante porque en esa época el trabajo de los intelectuales de izquierda pretendía enfocarse a la acción, discutían cosas relacionadas con las prácticas de sus partidos. Si bien no eran los dirigentes o las cabezas de los partidos, sí tenían un papel en la elaboración y en el debate dentro de sus organizaciones.
Aunque eran organizaciones pequeñas, de militantes más informados, era importante saber qué ocurría en el país e incluso en otras partes del mundo, lo que se ha perdido muchísimo. Se discutían cosas que pasaban en Polonia, en Vietnam y en otros lados, y hablábamos de militantes mucho más preparados, tal vez por esa razón era atractivo para otras fuerzas políticas cooptarlos: porque estaban mejor formados que otros; entonces la izquierda fue como una reserva, sobre todo para el PRI, de intelectuales y de cuadros.
Otro aspecto importante es que varios de ellos (Semo, Córdova y Gilly) en algunos de sus libros tuvieron una difusión inmensa distinta a lo que ocurre hoy con los best sellers: que tal vez no se lean y nada más se compre, así tengan tirajes muy altos. En cambio, estos intelectuales produjeron libros que sirvieron para formar a ciudadanos o individuos que después formaron a otros; sus libros se siguen editando porque se volvieron libros de texto en las asignaturas universitarias y en formadores de maestros. No solo han sido muy vendidos sino que, además, han permeado la cultura de los educadores mexicanos y llegado a otros segmentos y grupos sociales; a los estudiantes.
Incluso hay otros textos de la época que se vendieron muchísimo; por ejemplo, el Zapata de John Womack.
Sobre lo que menciona de Krauze: ¿qué importancia tuvieron los intercambios polémicos que tuvieron los pensadores de izquierda con los intelectuales liberales? Usted cita, por ejemplo, la discusión sobre las elecciones de 1988, aunque hubo muchas cuando menos desde la época de Plural, Vuelta, La cultura en México y Nexos, amén de la de Paz con Monsiváis, por ejemplo.
Creo que, en general, no fueron muy afortunados. Enrique Krauze dice y piensa que el gran problema de la izquierda mexicana es que no discutió con Octavio Paz; yo creo que tampoco éste discutió con aquélla. Habría servido mucho a ambos tener mayores intercambios porque cuando los hubo fueron más bien ríspidos.
Hubo reseñas de libros, por ejemplo Krauze comentó el libro Historia ¿para qué? Entonces, salvo elogiar el trabajo de Carlos Pereyra, en general descartaba los trabajos de sus demás colegas, en parte con razón, como una historia más militante que con pretensiones explicativas.
También recuerdo los comentarios que Paz hizo a La revolución interrumpida, de Adolfo Gilly…
Exacto: Paz hizo una buena reseña y Gilly ya no contestó porque cuando salió de Lecumberri lo enviaron a Francia y después regresó a México. Hubo un intento de discusión, pero por lo general fueron intercambios ríspidos.
Creo que después esa vía se cerró aún más; la elección de 1988 escindió el campo intelectual, aunque ya había diferencias importantes que dificultaron la posibilidad de diálogo.
Hay dos momentos recientes que escindieron el campo intelectual mexicano: la elección de 1988, cuando claramente e incluso un segmento de Nexos aceptaron la verdad oficial, y después la irrupción del zapatismo en 1994.
Lo cierto (y es algo que deberíamos reflexionar más) es que las posiciones de los grupos, que antes parecían irreconciliables, se han ido acercando: es el caso de Vuelta y Nexos desde 1988 que ahora son casi indiferenciables.
Efectivamente, entre las revistas que usted menciona en su libro no hubo polémicas, pero entre los intelectuales de la izquierda sí: en los primeros números de Cuadernos políticos hubo una discusión entre Pereyra y Rolando Cordera sobre los límites del reformismo, la de Bartra con González Casanova en Nexos, etcétera. ¿Cómo han modelado el pensamiento político de la izquierda mexicana?
Si pensamos en las tres revistas, hubo discusión, pero no entre ellas; de alguna manera eludieron el debate, y cuando lo hubo lo realizaron en otros lados, no obstante que había diferencias importantes.
Polémicas las hubo, o decisiones de las revistas de separar a algunos de sus miembros; por ejemplo, en Cuadernos políticos solo participó en los primeros números Rolando Cordera porque se sumó al equipo de Carlos Tello en el gobierno de José López Portillo. Para el Consejo Editorial de la revista era inaceptable que sus miembros tuvieran algún compromiso político y más una participación como funcionarios del Estado. Eso se sabe pero no se dice…
También por ello hubo un rompimiento en Punto Crítico, si mal no recuerdo…
Claro. Entonces allí no conocemos los debates pero sí sabemos de las decisiones. Estos han sido más entre individuos, entre intelectuales, no tanto entre las revistas. Por ejemplo, el de González Casanova con Roger Bartra a propósito de la revolución cubana. O, por ejemplo, los debates que aparecieron en un libro, Interpretaciones de la Revolución Mexicana.
El último capítulo del libro está dedicado al declive de la clase obrera como sujeto de la transformación social. ¿Hoy cuál es el sujeto que podría promover la izquierda?
El declive de la clase obrera industrial, que para Marx era el sujeto revolucionario, lo plantean historiadores muy connotados; no es de todos los trabajadores. Por eso se incorporó ese capítulo, que no habla específicamente de México, pero lo consideré importante porque en eso estaba anclada parte de la expectativa revolucionaria. Los desplazamientos que después sufrió la izquierda fueron también en una especie de búsqueda del sujeto perdido.
Ahora bien, el hecho de que la predicción de que la clase obrera industrial crecería de manera permanente no resultara cierta, así como la experiencia del socialismo soviético, deberían convencer a la izquierda de que ya no hay un sujeto revolucionario. Si algo aprendimos del siglo XX es que la historia no es algo que se pueda controlar sino un proceso abierto, y por tanto hay que construir actores, grupos a partir de los cuales se empuja a la sociedad en un sentido progresivo. Es decir, no hay nadie predestinado por alguna razón histórica a cumplir esa función sino que tiene que ser la asociación de voluntades la que permita alianzas sociales cada vez más amplias, justo por el debilitamiento de la clase obrera industrial, para poder ser actores de la sociedad contemporánea.
Eso me parece importante también por otra razón: en la época en la que estamos, que podríamos llamar posmoderna, uno de sus rasgos que nos deja más pasmados es la ausencia de sentido: no hay expectativas, no hay una intención de perspectiva de futuro, la que siempre ha acompañado a la izquierda. La asociación, la vinculación entre individuos para defender cosas que se consideren correctas y justas (todavía hay muchas reivindicables), es también importante porque es una manera, mediante la acción y la afirmación, de recuperar el sentido.
Eso nos ayudará a salir de las tinieblas.
Ya casi para terminar: usted habla de la desaparición de las tres revistas, y cita a Bolívar Echeverría para explicar su cierre: se había extinguido “la cultura política de izquierdas que le brindaba soporte, pues la conexión entre teoría y praxis, entre razón y revolución estaba rota”. ¿Tendríamos que recuperar esa cultura política, o tiene que forjarse una nueva?
La izquierda tiene que forjarse una nueva cultura política, pero no lo podrá hacer si no recupera su tradición. También ese es uno de los objetivos del libro, que evidentemente habla de algo que ya no está, pero la manera de reconstruirse organizativamente y, sobre todo, como expectativa, como propuesta, debe recuperar la tradición, lo cual no quiere decir tomarla sino, incluso, hasta deshacerse de ella, pero esto pasa por conocerla. Lo peor que puede hacer la izquierda, y en parte eso explica algunos de sus desvaríos o bandazos, es que no ha recuperado su tradición, que si bien tenía elementos negativos, también contenía cosas muy importantes en distintos planos en este país.
Es una de las tradiciones intelectuales más poderosas del siglo XX, por lo que no basta dormirse marxista y amanecer liberal sino repensar el marxismo a partir de los problemas actuales, e incluso para concluir que se pueden adoptar otras posturas. No basta cambiarse nada más de camiseta, es la salida más fácil que no ayuda a la formulación de un pensamiento de izquierda.
Podemos encontrar en el libro muchas ideas sobre historia, análisis social, pensamiento político. De ellas, ¿cuáles considera usted más relevantes en la tarea de recuperación que menciona para fundar la acción de las izquierdas actuales?
Una es admitir que la civilización del capital está en crisis y daña profundamente la convivencia humana. Esto es un legado; específicamente viene desde la época de Rousseau, aunque no la llama de esa manera, lo que recuperó después Marx, y que me parece central. Estamos en una crisis histórica. El problema es mayúsculo y dependerá mucho de lo que hagamos para salir de él.
También es muy importante la vinculación de la democracia con la equidad social. Es necesario anteponer la preocupación de la izquierda por la ciudadanía, porque no hay duda de que la democracia no funciona sin verdaderos ciudadanos, y no los hay si las personas son coaccionadas por la necesidad, por la ignorancia y son sujetos manipulables. Para que haya una democracia sustantiva tiene que haber una sociedad menos desigual, por lo menos, y que todos gocen de un mínimo básico, porque si se supone que el voto es la expresión de una voluntad, ésta no puede estar coaccionada por el hambre, por la enajenación ni la necesidad.
Una tercera cuestión importante consiste en recuperar la acción: una sociedad inmóvil o que no actúa de manera organizada, reflexiva, consciente, deja el espacio a los que sí lo hacen, que puede ser a través de bandas criminales, de los brazos represivos del Estado, etcétera, que dañan muchísimo al país.
Los ciudadanos deben volverse a agrupar para intervenir en las cuestiones públicas de tal manera que recuperen un sentido de la historia y, por supuesto, para recuperar los espacios que han ganado quienes atentan contra ella.