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viernes 08 noviembre 2024

El periodismo, de fiesta

por Mario A. Campos Cortés

Vivimos un tiempo de paradojas en el que los periodistas sufren, pero el periodismo pasa por un gran momento. Cambio que sólo puede entenderse por la tecnología que está transformando la dinámica entre los medios, las fuentes y las audiencias con un impacto extraordinario.

Pensemos, por ejemplo, en el poder que tenían los periodistas por tener acceso a la información. Siendo un bien escaso, sólo unos cuantos podían vivir los acontecimientos, acercarse a los artistas, funcionarios o políticos para conocer sus palabras. Y de ahí su poder al ser los encargados de seleccionar lo que, en su opinión, era lo importante para llevárselo ya digerido al público. Esa potestad hoy es cada vez más rara. Si un fan de Barack Obama o Anahí quiere saber lo que hace el personaje, no necesita acudir a los medios. Para ello existen sitios oficiales, otros espontáneos y múltiples formas para estar en contacto.

El Poder Judicial y el Legislativo cuentan con sus propios canales de televisión; las organizaciones de la sociedad civil transmiten sus actividades vía Ustream en videos en tiempo real, y a través del envío de sms o mensajes vía Twitter los equipos de futbol hacen anuncios.

El papel monopólico de los medios como enlaces entre fuentes y público se resquebraja a pasos agigantados. Por si esto fuera poco, las audiencias, antes pasivas, ahora graban los propios contenidos que les interesan y suben los materiales a Internet. Ahí son criticados y comentados. Los ciudadanos, en sitios como YouTube, se apropian de la información, hacen parodias, recomiendan aquello que encuentran atractivo y destrozan lo que va contra sus valores. (Recuerden el caso de Esteban Arce).

Y a esta transformación se agrega que la información está cada vez más desarticulada. Antes, un editor decidía el contexto en el que el lector encontraba una nota. Definía en qué plana o lugar del noticiero colocaba esa nota y con ello jerarquizaba. Decidía si era la principal o la de la página 20 y con ello hacía su propia interpretación del valor informativo de cada pieza.

Hoy, un usuario puede tomar una liga a una nota, crónica, reportaje o entrevista y subirla a Facebook o Twitter, y son los usuarios los que determinan su valor a la hora de retransmitirla o comentarla. La valoración de las notas dejó de ser tarea exclusiva de los periodistas. También la creación del contexto, pues al agregar un comentario, el ciudadano/editor propone nuevas interpretaciones para el mismo texto.

Y, por último, hoy los consumidores son cada vez más productores: crean blogs, toman fotos con sus celulares y hacen videos que fácilmente pueden compartir. No todos tienen buena calidad ni reciben miles de visitas, pero tampoco los contenidos de los periodistas profesionales. Lo que es distinto es que ahora son más personas las que determinan qué vale la pena leer, escuchar o ver y ya no nada más un grupo de notables que decide que cosas van al conocimiento del público y qué no.

Así que el periodismo pasa por un gran momento. Cada vez hay más ojos, oídos y manos dispuestos a compartir y procesar información. Los fanáticos de las noticias estamos de fiesta. No así los periodistas que ven perder una serie de privilegios y que ahora deben aprender a reaccionar ante un entorno tan cambiante. Pero no es para deprimirse, al contrario, siempre y cuando entendamos que las cosas ahora son distintas, que hay que ser mejores en lo que hacemos y más útiles, que hay que aprender a jugar mucho más con los ciudadanos, y con las nuevas herramientas de las fuentes en un plano más de iguales, más parejo, más horizontal.

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