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martes 17 septiembre 2024

El primer pecado

por etcétera

En 1933 Jean Harlow deslumbra por su sexualidad directa y así influye en los estándares de la moda que, entonces, realza las piernas y los senos. Pero a la niña que era entonces la otra mujer de la que hablamos, eso no le importa: en una humilde casa de Nashville, Tennessee, sus padres se divorciaban y ninguno quería hacerse cargo de los hijos.

Mientras brilla en las marquesinas la cinta Rubia platino, ella aprende costura en un orfanato a donde llegó con su hermana. También en esos años es improbable que la pequeña Bettie Page se hubiera refocilado con las revistas de la famosa perra de inocencia terrible llamada Betty Boop y menos haberse indignado por la censura que desvaneció el mundo sórdido al que esa muñeca invitaba.

Como parte de su formación en la secundaria, todo eso lo supo ella después. Fue el periodo en que inició su interés por el cine y el modelaje, tanto, que incluso dirigió al grupo de arte dramático de la escuela. Por eso, al interrumpir sus estudios a los 17 años por no ser becada, enseguida recreó la idea de ser actriz y modelo. Casada a los 20 años, viaja al lado de su esposo a San Francisco a modelar abrigos aunque su proyección inició más tarde, cuando, ya divorciada, radica en Coney Island donde, a los 27 años, le hacen las primeras fotos como pin-up.

Inician los años 50. Es la época en que el imperio de la censura está expandido en prácticamente todo el mundo y la Coca-Cola, Superman, Walt Disney y Playboy conforman los principales iconos estadounidenses (porque aquella revista surgió como contrapeso a las expresiones hard). En Hollywood comienza esta tendencia: la creación de imágenes sobrepuestas a los actores, o sea, las imágenes en movimiento que llamamos mitos como James Dean o Marilyn Monroe, entre otros. Es el contexto en que se entiende el surgimiento de la señora Page aunque ella como parte de las expresiones contraculturales que soterrada pero consistentemente hubo en el país.

Al principio, Bettie Page encajó en los cartabones oficiales y, aun en ciernes la construcción de su imagen felina, ocupa la portada de Playboy en enero de 1955. Pero el éxito que todavía le acompaña sucedió en los circuitos marginales, cuando, así lo dice su biografía, los fotógrafos Irving Klaw y Bunny Yeager la convierten en icono sadomasoquista haciéndole sus fotos más conocidas. Es el momento del ocaso de Jean Harlow, la rubia platino –el testimonio es su muy pobre participación en la cinta Hojas de otoño– y del alojamiento en el desván de los recuerdos de miss Boop. Amanecía entonces un cabello negro azabache que no se avistó en el cine de luminarias sino en varias películas de acomodo subrepticio y múltiples revistas y afiches.

Pero igual a como sucedió con otros arquetipos, Bettie nunca fue consciente del efecto que tuvo al ser factor contestatario a la censura, es decir, no se planteó como alternativa artística o manifestación política ni algo parecido. Ella sólo quería ser como fue. Auténtica: una pantera libre en la selva captada por el obturador. Así lo dijo alguna vez: “No intentaba dar una sacudida eléctrica ni ser pionera. No buscaba cambiar a la sociedad o estar delante de mi tiempo. Simplemente no conocía otra forma de ser o de vivir”. Para quienes la tenemos como objeto de culto es imposible ignorar esas palabras, ella logró lo que no buscó: convertirse en símbolo contra la decencia y la doble moral, pero eso es, aunque a ella le disguste.

A fines de los 50 Page se casó otra vez pero casi enseguida se volvió a separar. Luego de más de 20 mil fotografías que le hicieron, optó por el retiro espiritual y se echó a los brazos de Cristo. No la criticamos igual que a Crissy Moran porque hay una infinita distancia entre una y otra, incluso incurrimos en un exceso al mencionarla al lado de esta porno star. Lo que hizo la reina del pin-up fue en medio de brutales presiones y persecuciones, incluso estuvo a punto de ser apresada por las redadas recurrentes de la policía de Estados Unidos. Bettie Page expresa el ímpetu liberador femenino que discurrió por cauces diversos, independientemente de lo que diga el espíritu políticamente correcto. En consecuencia, siempre será mejor que una mujer como ella rece por nosotros para hacer que no incurramos en el primero de los siete pecados capitales que ella misma, aunque no quiera, alienta. Por los siglos de los siglos.

De la redacción

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