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domingo 15 diciembre 2024

¿El video mata a la estrella de la radio?

por Emiliano López Rascón

Por curiosidad histórica, el nacimiento de la radio tiene relación cronológica con las navidades, umbral desde el que ahora escribo esto, aunque se lea después (para más adelante también reservo la segunda entrega de mis devociones a los Well(e)s, H.G. y Orson).

Debemos asociar tal coincidencia al nombre del físico e inventor Reginald Aubrey Fessenden, quien un 23 de Diciembre de 1900 realizó con éxito la primera transmisión inalámbrica de audio a la distancia de una milla. Seis años y un día después, en plena nochebuena, llevó a cabo otra emisión pionera en la que él mismo tocó el violín, interpretando el villancico Noche de Paz, y leyó el capítulo II del Nuevo Testamento según Lucas. Previa a esta emisión propiamente radiofónica, la Telegrafía Sin Hilos, como fue llamada inicialmente, solo se utilizaba en redes para enlazar navíos y otros servicios de banda civil tal y como hoy siguen funcionando los intercomunicadores Walkie Talkies. Por ello, el primer auditorio radiofónico fueron básicamente operadores de radiocomunicación en los barcos cercanos a la costa noreste de Estados Unidos.

Si el nacimiento del siglo XX, su natividad diríamos, marca con toda claridad y paralelismo el origen de la radiofonía, habrá que preguntarse si su destino estaría posiblemente ligado a la vigencia del siglo que se nos fue hace 13 años. Se trata de interrogar si ya desde el umbral del XXI asistimos a su disolución en el espacio hipertextual. La radio como medio autónomo de comunicación, que desarrolló una serie de lenguajes y códigos narrativos, unas técnicas y saberes, una semiótica y una tradición de géneros, formatos y estilos, ¿ha sido succionada por el Maelstrom de la convergencia multimedia?

Justamente el cambio de siglo, gracias a la expansión de la banda ancha y la tecnología de compresión de audio, trajo consigo la explosión de las radios en línea, sitios multimedia, podcasts, fonotecas virtuales, sitios de descarga, redes sociales de audio y sistemas de intercambio de archivos P2P que han exponenciado los insumos de producción y el acceso a documentos sonoros, música, herramientas de producción, así como espacios de publicación y difusión para los creadores. Este lado multiplicador y generativo de las telecomunicaciones globales ha tenido, entre sus efectos, una crisis de los modelos de la radio tradicional y toda una generación de profesionales y técnicos “analógicos” que no han logrado adaptarse a los nuevos flujos de trabajo posibilitados, y a veces forzados, por este nuevo entorno técnico. Unos fantasean sobre sus posibilidades y otros se parecen a quienes utilizan el procesador de textos como si fuera máquina de escribir. Autoproclamados guardianes del contenido radiofónico, sus venerables figuras se vuelven dogmáticas, aburridos, recelosos y a menudo guardianes tan solo de sus cotos de poder. Los defensores de una radio de contenidos contra una de formas. Inquisidores versus libertinos. Innovadores versus vieja guardia.

Abaratamientos de costos, autoproducción, nuevas narrativas, segmentación de auditorios, optimización del espectro radioeléctrico que involucra nuevos jugadores y rebanadas más finas de los mercados, son realidades frenéticas a las que las radios (y otros medios) de todo cuño, pertenencia y misión han tenido que adaptarse. En muchos casos, tristemente, se han convertido en actores regresivos y monopólicos, o en otros, viviendo una obsolescencia tan acelerada como los cambios de su entorno. Uno de sus síntomas es la pérdida de interlocución con las nuevas generaciones. Hay emisoras que creen atender a los estudiantes cuando tocan la música para los jóvenes que fueron y una vez al año hacen controles remotos desde el campus. Algo bien fresco y desgreñando como Chico Buarque, Wim Mertens o Violeta Parra. Directivos simuladores que en la impunidad del presupuesto público son tan jóvenes como la música que tocan. Emisoras y vividores que no sobrevivirían un solo día fuera la nómina gubernamental.

Por otra parte, quienes han corrido con la velocidad necesaria para subirse al tren de la tecnología, en buena medida no han logrado imprimir un sello personal e intencionado a sus trabajos debido, en primer lugar, a un escaso dominio operativo y narrativo de las poderosas, complejas y mutantes herramientas de producción multimedia, o bien debido a que creen que ese domino es lo único que necesitan. Desprecian los discursos y narrativas precedentes. Las producciones, canales de audio por Internet, páginas web o circuitos resultan estandarizados por el diseño propio de los medios tecnológicos utilizados. La originalidad naufraga en la escasa profundidad de su conocimiento: de las herramientas, la tradición radiofónica, de sus narrativas y de la cultura general necesaria para generar valores de sentido. Se extravían así en las formas, los efectos y las efímeras estéticas sonoras, olvidando el qué y el para quién de su trabajo. La innovación como toloache en sí mismo.

Generando paralelismos y complementos al concepto de una programación de audio para entretener, servir, educar, informar o estetizar que se ofrece a un auditorio, lo que en escencia viene siendo la radio, encontramos recursos en la nube para compartir grabaciones como primero lo hicieron Mp3.com y Myspace, y hoy lo hacen Soundcloud o Bandcamp. Funcionan de manera parecida a YouTube con el audio. Servicios de suscripción a grandes catálogos musicales como rDio, Spotify, Last.fm o Pandora son serias competencias para las emisoras de perfil musical, pues generan listas de reproducción, recomendaciones y posibilidad de intercambio entre los usuarios de manera multidireccional. Redes sociales como radioartnet.net o Modisti permiten un interacción entre creadores sonoros y músicos experimentales, que revitalizan los espacios de difusión para estos géneros especializados en el paradigma de la radiodifusión pública europea que durante el siglo pasado los había sustentado y que parece debilitarse poco a poco.

Todos los usos legales, semilegales, alternativos, copyleftcoperativistas y los francamente filibusteros; foros, blogs y sitios especializados, potenciados por los torrentes comunicantes, ofrecen acceso a la música y videos musicales como nunca antes fue posible. Una oferta, que va de lo barato a lo gratuito, que ningún asiduo asistente al tianguis del Chopo hace 25 años hubiéramos soñado, pues a duras penas comprábamos un disco importado al bimestre en Acuarius de la colonia Roma. Dirán los forevers que nunca ha habido tanta basura, lo que es falso; pero aún concediéndolo, resultaría que lo poco bueno es tanto que no alcanza el tiempo para escucharlo. De hecho, lo preocupante hoy viene precisamente de la saturación, el goce del objeto suprimido por la abundancia. La impaciencia del disfrute que finalmente genera frustración porque el deseo no tiene tiempo ni espacio de anhelar, de armar el arco del gozo. La ironía de la interpasividad, diría Slavoj %u017Di%u017Eek. Como no sea el vecino ebrio repitiendo a José José en la madrugada, caso clínico aparte, ¿cuándo fue la última vez que escuchó usted una canción completa?

Ahora bien, el mayor desafío para unos, otros y los que estamos en (el) medio, es que el mismo texto radiofónico va perdiendo sus contornos al sumar recursos hipertextuales. Enriquecida por los recursos de la pantalla, en forma de flujo de audio en línea, se torna en radio aumentada con gráficos, fotos, listas de contenidos, contenidos a la carta, descargas, hipervínculos, suscripciones y sindicación de contenidos, foros de comentarios, buzones de voz, animaciones, visuales dinámicos que interpretan formas de onda y el elemento crítico: el video.

Es fácil argumentar que la radio se sostiene como medio de comunicación sin las ondas hertzianas de por medio y que la experiencia sensorial del audio en línea, con cables o sin ellos, es esencialmente la misma. El apagón analógico no es en realidad un umbral tan crítico para el medio, en dado caso le plantea nuevos retos a la industria y al gremio. Es su vinculación a la pantalla y su fusión multimedia, particularmente con el video, lo que lleva al extremo y transforma de manera radical lo que conocemos como radio para especular con su ocaso, o acaso, su mutación. Radio 2.0 desplazada a la interfase, móvil o de escritorio, y sus inminentes lentes de realidad aumentada o las prótesis virtuales que ya se diseñan.

Confieso que encuentro particularmente en la Webcam una perturbadora práctica, cada vez más extendida, que marca un punto de quiebre en mi noción esencial de lo que es una experiencia radiofónica: ¿La base semiótica de la radio se construye sobre la exclusividad de lo auditivo? ¿Sobre su esencial “ceguera” como nos enseñó Rudolf Arnheim? Sostengo con cierta desesperación que la cámara sobre la cabina de grabación no es un recurso que suma sino que resta a la radio y que mucho de la construcción imaginaria del sonido se anula rasgando el velo de sus tramoyas.

Desde nuestra perspectiva, la radio se atrinchera en su independencia de la mirada, sobre el privilegio absoluto del texto sonoro y sus elementos: voz, palabra, música, ruidos, efectos/procesos, planos y silencio. En el momento en que los elementos de la pantalla son indispensables para decodificar o reconstruir el discurso que se oye, entonces ya no hablamos propiamente de radio, sino de otra cosa. La radio acaba cuando el oído no basta. La radio es el medio por el que la mirada se vuelve hacia adentro.

Cometarios y escuchas:

www.twitter.com/emixloops

www.soundcloud/emilianoise

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