Conocí a Miguel Ángel Granados Chapa en la formación de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD), en 1975. Entonces la célula del PCM, Froylán C. Manjarrez (Hugo Tulio Meléndez, Humberto Musacchio, Eduardo Ibarra, Antonio Carama y otros), nos dimos a la tarea de organizar algo que sustituyera a la Asociación Mexicana de Periodistas (AMP). En ese aliento fuimos apoyados, sin reservas, por algunos periodistas de Excélsior: Froylán M. López Narváez, Magú, Carlos Pereyra y el citado en primer lugar.
En 1976 se nombra el primer encargado, recayendo en Renato Leduc, impulsor de las causas de los tecleadores en innumerables momentos. Entonces ocurre el famoso golpe al cotidiano que dirigía Julio Scherer. La UPD encabeza las protestas y hace un pronunciamiento (13 de julio de 1976), firmado por menos de cincuenta periodistas condenando la agresión encabezada por Luis Echeverría. Granados Chapa es el primer firmante que no era parte de la directiva. El único medio que publicó el desplegado fue la revista Sucesos para Todos, cuyo dueño era Gustavo Alatriste.
Luego de dos periodos que encabezó la Unión Antonio Caram, en 1982 viene un nuevo cambio de mando. Un grupo me comisiona para ofrecerle la presidencia upediana a Miguel Ángel a pesar que él participaba ocasionalmente en las reuniones de la agrupación. Se necesitaba un compañero con amplio reconocimiento para impulsar la agrupación.
Para mi sorpresa, Granados Chapa me propone como secretario general. Ganamos en una votación cuya otra planilla lo llevaba a aquel, también, como número uno.
Las reuniones de la directiva eran los jueves en el VIPS de Universidad y Miguel Ángel de Quevedo. Curioso, ese mismo día se reunían en el lugar Carlos Quijano, (director de Marcha) y Scherer, entonces jefe de Proceso, revista de la que había salido ya el autor de “Plaza Pública”.
EL STUNAM, liderado por Evaristo Pérez Arreola, estaba edificando un conjunto habitacional por el sur. Ofreció a la UPD un edificio con varios departamentos. Aceptamos. Pusimos en oferta de los militantes la unidad. Ninguno de la directiva participó en la adquisición de alguna vivienda.
De repente, De la Madrid envió a la Cámara de Diputados una nueva ley considerada mordaza (1982). La UPD hizo un plantón en el Senado e Irma Ávila, cineasta, le puso un espadrapo a la estatua de Belisario Domínguez, la prensa oficialista nos satanizó, aunque el prestigio de nuestro presidente evitó el linchamiento.
Se formó una comisión que asistió a San Lázaro; quien negoció con los tecleadores fue Mariano Piña Olaya, conocido de Miguel Ángel. Luego de tres encuentros, se derogó la propuesta delamadridiana, la cual pretendía meter en una ley de profesiones a los informadores.
El hidalguense propuso el galardón Francisco Martínez de la Vega que entregaría la Unión, inicialmente, al mismísimo Paco. La ceremonia fue en el gimnasio de Coyoacán; muy concurrida. Lo entregado al ex gobernador potosino fue sólo un diploma, una pluma de ganso y otra de mala calidad. Aunque quien empezó escribiendo de deportes lo aceptó ya que tenía una amistad muy añeja con el director de Radio Educación.
Cuentan algunos que en el restaurante del hotel El Diplomático, entonces muy concurrido, se reunían a desayunar un día a la semana don Pancho, José Alvarado, Alejandro Gómez Arias, Manuel Buendía y el que fuera maestro universitario, entre otros. Una ocasión los vi, de lejos, muy contentos a varios de ellos.
La UPD entregó el Martínez de la Vega, luego, a Gómez Arias y a Renato Leduc, ya siendo el que escribe presidente. Después, se acabó esa tradición, el periódico Galera e incluso la organización que llegó a tener una implantación nacional.
En otro lugar donde se reúnen los periodistas, el Konditori, me encontré al conductor del noticiero matutino de Radio UNAM. Me acerqué a saludarlo y recomendóme: “póngase el segundo apellido, Meléndez, pues en ocasiones lo confunden con un articulista cuyo segundo apellido es similar. Yo uso el Chapa ya que tuve un problema muy parecido”. Buen consejo, desde entonces pocos me relacionan con un columnista que tiene una casa de varios millones de pesos.
El pasado 30 de mayo, presidió el homenaje anual a Manuel Buendía, su gran amigo de quien me dicen escribió un libro que dejó como obra póstuma, entonces se cambió el pensamiento que, ante la estatua de Zarco, tenía inscrita una frase de Díaz Ordaz. Ahora hay una del autor de “Red Privada”. También me llamó y me dijo que le enviara lo que tenía a la mano acerca de la demanda que tengo por parte del “fino” de Mario Marín; lo hice y escribió al respecto.
Hubo, claro, desencuentros serios. Pero esa es otra historia, como una larga entrevista que me otorgó hace poco. Adiós, amigo, maestro y solidario compañero.