La puerta de mi casa es una especie de magneto universal que ha sido seleccionada por todo aquel que tiene alguna promoción que hacer. De esta manera me he enterado de cosas extraordinarias, porque extraordinario es que el restaurante Sushi Itto me ofrezca una madre que se llama vota y no es pelota o un mariguanitto. Asimismo, me entero de cosas como que hay un señor que se muere por arreglarme el timbre y que una asociación civil de nombre Esperanza en Movimiento considera que el delegado de Álvaro Obregón nos ha demostrado su capacidad con los hechos, lo que me lleva a imaginarlos como un grupo de esquiroles, pues nadie paga dinero por mandarle loas a los gobernantes a menos que esté en la nómina. Asimismo, me ha llegado propaganda para comprar un reloj que vale más que mi coche y la oferta y promoción de una tarjeta de crédito que me deja la sensación de que necesitaría ser imbécil para no adquirir.
Todo lo anterior tiene un pobre remedio pues mi casa está donde está y no la puedo mover para evitarme tal cantidad de basura. Sin embargo, existen formas emergentes de propaganda que utilizan los medios y que me dejan la preocupante sensación de que ya valió madre. Me refiero al correo electrónico en el que, por medio de procedimientos que me son ajenos, se obtiene la dirección de una turba y se le bombardea con mensajes que casi siempre (en mi caso, siempre) valen poco menos que madre.
Como me enseñaron en la escuela de la vida que los ejemplos son infinitamente mejores, procedo a ilustrar el punto anterior por medio de algunos casos que me han dejado muy azorado.
La señora Christabel Darwin me hizo favor de escribir para anunciarme que me había ganado la lotería en Inglaterra, lo cual resulta insólito ya que no recordaba haber comprado un cachito. Ella simplemente me pedía que le diera el número de mi cuenta bancaria para proceder al depósito. Por supuesto estuve tentado (pensando en lo que haría con cuatro millones de euros) pero decliné la oferta y me quedé muy maravillado de que tales iniciativas se emprendan pues demuestran que hay mucha gente pendeja a lo largo y ancho del planeta.
También recibí un correo de parte de Gourmet la Criolla que decía a la letra: Llegó estrats 2004 de costa del Segre, España, un vino formidable que no puede faltarle a tu cava, 93 puntos Robert Parker. Decidí no contestar por ignorancia; no sé que es estrats, ni dónde carajo queda la costa de Segre. Cava no tengo, ni sé quién es Robert Parker y si los 93 puntos son buenos o malos. Como ese mensaje he recibido no exagero miles (los más humillantes son los que aluden a mi disfunción eréctil, que pensé era secreta) y me hago cargo de que las personas con dotes me escribirán diciéndome cómo evitarlo a través de ciertas maromas técnicas. Sin embargo, el asunto me parece un atropello, el mismo que cometen los del directorio telefónico al decir que si uno no quiere ser incluido, dé aviso. Por supuesto se me ocurre que es al revés, pero en esta lógica del perdón antes que el permiso se siguen cometiendo tropelías, como las de gente que abre páginas y declara que es consciente de que no posee los derechos por lo que si alguien se siente afectado, le avise.
Me pregunto yo (anticipando, desde luego, una respuesta): ¿qué no hay forma de regular los medios emergentes? Por supuesto que la respuesta anticipada es negativa, pues basta ver la eficacia con que se controlan los medios tradicionales como el radio y la televisión para darnos cuenta de que nos encontramos ante una batalla perdida. En consecuencia me dedicaré a abrir el siguiente correo que va dirigido a: estimado (a) deportista, entendiendo que hay cierto candor en el remitente que no se da cuenta que lo dirige a alguien que la última actividad física que hizo en su vida fue la de levantar el brazo para tomar un taxi que nunca hizo la parada&en fin.
