En toda, absolutamente toda su trayectoria, tanto política como académica, y desde su juventud, Claudia Sheinbaum se ha conducido como una imitadora, una mentirosa y una farsante.
Con esas características está dispuesta a llegar la Presidencia de la República, sin importarle ser un apéndice de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que pretende instituir un nuevo Maximato operado desde “La Chingada”, la finca que posee en Palenque. Lo que le importa a Claudia es el poder, como al actual presidente. Son un par de ambiciosos vulgares.
Sobre Sheinbaum pesan muchas muertes; sus “logros” son inventos o sesgos de la propaganda, y quienes la han encumbrado son tan corruptos como ella. Ha atentado contra la seguridad y la salud de sus gobernados; es represora, tiránica y demagógica; no se interesa por los derechos humanos; es enemiga de la prensa libre y, además, es plagiaria: un fraude académico.
Es la gran farsante, la persona que AMLO ha elegido para continuar su “obra”: la consolidación de una tiranía en México. En este artículo pintamos, en amplios y rotundos trazos, el retrato de una sombra que, como su líder, también es un peligro para México.
Sus amigos
Cuando hablamos de Sheinbaum también es de la nueva mafia en el poder que AMLO ha entronizado, ayudados de la pléyade de falsos periodistas que difunden la narrativa oficialista.
Claudia y sus amigos, finísimas personas, bajo la guía del anciano líder trabajan por hacer realidad el “Plan C”: ganar en 2024 los más de 20 mil puestos de elección popular y, si se puede, conseguir que los jueces, ministros y magistrados sean electos por voto popular, para así poder imponer a su criterio a los integrantes del Poder Judicial.
El “movimiento” que ahora está en el poder y que quiere eternizarse está integrado por puros impresentables; muchos de ellos, como el propio AMLO, emanados del PRI. Otros, como Claudia, nacidos políticamente en el PRD, y no faltan los que ya hasta pasaron por el PAN y quienes dicen que militan en los partidos Verde, del Trabajo o Movimiento Ciudadano, como Dante Delgado, quien finge ser oposición.
Ahí tenemos a Manuel Bartlett, el anciano director de la Comisión Federal de Electricidad, de quien todos en la 4T hablan ahora elogiosamente; en su pasado estudiantil, Claudia gritó consignas en su contra por haber armado el fraude electoral de 1988. También está el recién llegado Javier Corral, panista por cuatro décadas y ahora “claudista”.
¿O qué tal la grotesca Layda Sansores, nacida priista, de cinismo monumental, corrupción aún no plenamente documentada y autora de repulsivos poemas panfletarios? Amiguísimas las dos, cómplices y tapaderas una de la otra.
Está su familia, que sin ser propiamente parte del “movimiento”, recibe privilegios de élite. Su madre, Annie Pardo, oculta su dinero en paraísos fiscales, y su hija, Mariana Ímaz, que en el pasado obtuvo “apoyos” del Conahcyt por casi dos millones de pesos. Está su hijastro, Rodrigo Ímaz, director de Claudia, el documental, un panegírico audiovisual pagado con dinero público.
No podemos dejar de mencionar a Cuitláhuac García, ese tiranuelo tropical que agrede periodistas y encarcela jueces y enemigos políticos. Él ha sido gran aliado de Claudia en su carrera hacia la Presidencia, tomándose con ella la foto y facilitándole eventos llenos de acarreados que le gritan “¡presidenta, presidenta!”.
Como actores de reparto se encuentran los muchachos conocidos como los “amigos de Andy”, algunos de los cuales recibieron buen apoyo del gobierno de Claudia al “recomendar” a sus proveedores que adquirieran sus productos.
Muchos nombres más se asocian con Sheinbaum en el “movimiento” corrupto que imitó y superó con creces al viejo PRI: Mario Delgado, Citlalli Hernández, Delfina Gómez, Omar García Harfuch, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López Hernández, Ricardo Monreal, Hugo López-Gatell… la lista es larga. Sin ellos y muchos más, Claudia, como “corcholata” y candidata, no se explica.
Sí, Claudia va arriba en las encuestas, a la cabeza de la intención de voto, pero no gracias a sus virtudes —muy pocas tiene— sino al poder inmenso de la operación de Estado que está en marcha desde el 2021, que incluye ríos de dinero y muchas complicidades. A ello se suma el pasmo y la ineptitud de la oposición.
La represora
Por algunos matices Claudia es diferente de AMLO, pero no para bien: por más que sus propagandistas la quieran vestir de galas democráticas, igualitarias y de centroizquierda moderada, a Sheinbaum no le tiembla la mano para hacer uso de la fuerza policial en contra de activistas, ciudadanos y periodistas. Es una pequeña diferencia que tiene con su líder, quien, sin ser ningún demócrata, tampoco se ha mostrado como un represor.
Pruebas hay del talante autoritario de Claudia, claro que sí: tenemos las marchas feministas por el 8 de marzo en 2020, 2021 y 2023, durante las cuales la policía capitalina gaseó a mujeres, jóvenes y hasta niñas que marchaban contra la violencia de género.
Está lo ocurrido también en marzo de 2022, cuando la policía de Claudia agredió con brutalidad a artesanas indígenas que intentaban vender sus productos en el Zócalo, esa plaza que, según AMLO, es “del pueblo”.
Asimismo, envió granaderos a Xochimilco en diciembre de ese año a perseguir y golpear a los vecinos que protestaban por una obra hidráulica que, según ella, era para sanear los canales, pero de la que los vecinos aseguraban que era para llevarse el agua potable de la zona.
Ese asunto fue tan terrible que hasta AMLO salió a decir que “los habitantes de Xochimilco no merecen ser tratados de esa forma”, aunque exculpó a Claudia y ella, a su vez, usó de chivos expiatorios a dos funcionarios menores. Uno de ellos, Emigdio Tonatiuh Ávila Obispo, a pesar de que fue “despedido”, anda como consejero de Distrito de Morena; en su foto de perfil de Facebook aparece con Sheinbaum.
También se pueden citar las decenas de casos de “encapsulamientos” de muchas horas por parte de la policía capitalina a toda clase de protestas sociales para evitar el avance de los contingentes. Ese proceder con frecuencia ha sido acompañado del bloqueo de las señales de telefonía móvil e internet, como ocurrió en la marcha feminista de 2020. Es una modalidad de represión —descafeinada si se quiere— que, sin ninguna duda, inhibe el derecho a la protesta.
No sabemos hasta dónde es capaz de llegar Claudia en su afán represor, pero manifestamos nuestro tajante desacuerdo con la postura que sostiene Beatriz Pagés, directora de la revista Siempre! En su portada de diciembre de 2023 esta publicación pintó a Claudia como una nazi, mientras que su directora la llama “comunista embozada”. Con ello, simbólicamente afirma que la “corcholata” de AMLO sería capaz de ordenar ejecuciones masivas, implementar campos de concentración o iniciar guerras, como lo hizo el régimen nazi. Es un absoluto despropósito.
Rechazamos tajantemente estos extremos y tales tintes de campaña negra de tufo antisemita. A Claudia la criticamos por lo que es, por lo que ha dicho y ha hecho, ni más, ni menos. Esa es la honesta labor periodística.
La abusadora
Disfrazada de mujer de ideales que siente amor por el pueblo, Sheinbaum ha cometido graves abusos en contra de la gente. Poe ejemplo, sólo una amiga del abuso de poder podría acusar en falso del delito de sabotaje a una mujer sencilla a la que se le cayeron a las vías del Metro unas aspas de lavadora.
Eso fue lo que hizo la entonces jefa de Gobierno en enero de 2023, en su desesperación por demostrar que las infernales fallas del Metro de la capital obedecían al sabotaje de sus adversarios y no a una criminal falta de mantenimiento. En el mismo tenor, acusó de homicidio al conductor que manejaba el convoy que chocó en la Línea 3. El conductor afirmó ser él mismo una víctima de las pésimas condiciones de operación de ese sistema de transporte.
Claudia ha obligado a trabajadores del gobierno a acudir como acarreados a sus eventos y a los de AMLO. Sus centros Pilares funcionan gracias a cientos de talleristas que no están reconocidos como trabajadores del gobierno capitalino, sino como “beneficiarios” de un programa social, por lo que carecen de cualquier derecho laboral.
Cuando fue delegada en Tlalpan mandó tumbar arbitrariamente una capilla y un quiosco. Con el argumento de recuperar predios invadidos, desalojó a gente de sus casas y luego las derrumbó, sin ofrecerles alternativas de vivienda.
Como jefa de Gobierno ordenó que las víctimas del colapso de la Línea 12 fueran presionadas para aceptar un acuerdo económico y así no denunciaran a su gobierno. Participó también en el descarado abuso de la buena voluntad conocido como Fideicomiso por los Demás, en 2017, y dejó a la deriva a los damnificados, quienes a cinco años aún no recuperan sus viviendas y hasta tienen adeudos con empresas constructoras.
“No sé por qué hay inconformidad, la verdad”, dijo, cínica, en 2019, para luego agregar que a la fecha había recibido “más de 10 veces” a los damnificados. En 2023, cuando Proceso documentó que Sheinbaum se había ido del gobierno sin cumplir sus promesas de reconstruir las viviendas afectadas, reviró atacando al medio. “Qué pena en lo que se ha convertido”, dijo.
Usando su poder, siendo ya jefa de Gobierno electa, logró que se la exonerara de toda responsabilidad en el colapso del Colegio Rébsamen en el sismo de 2017. Se ha cebado contra la prensa, como cuando se burló de Carlos Loret de Mola al decir que su espacio era un “quesque” noticiero, provocando un linchamiento mediático más en contra del periodista más incómodo del sexenio.
Antes que AMLO, fue Claudia quien revictimizó a familiares de desaparecidos al “buscarlos” en sus casas y mediante llamadas telefónicas, en lugar de impulsar investigaciones verdaderas. De ella partió la idea del famoso “censo” que el presidente realiza para rasurar las cifras nacionales de desaparecidos.
Ha sido cómplice de cada abuso y acto reprobable cometido por AMLO, como la desaparición de estancias infantiles, el primer gran golpe del sexenio propinado a las mujeres.
Están los abusos que cometió cuando era profesora e investigadora de la UNAM, en donde obtuvo licencias con goce de sueldo sin merecerlas y, además, conservó su salario aun cuando ya era funcionaria del gobierno del Distrito Federal.
Registramos también sus ataques en contra del Instituto Nacional Electoral (INE) cuando lo presidía Lorenzo Córdova. Sus puyas contra el Poder Judicial para doblarlo a favor de la 4T y, muy destacadamente, cuando se robó simbólicamente el movimiento del 68 en dos momentos: primero, al inicio de su sexenio al anunciar la supuesta desaparición del Cuerpo de Granaderos “en cumplimiento de una de las demandas del Movimiento Estudiantil”. El segundo fue el 2 de octubre de 2023, cuando dijo que el mejor homenaje que se le podría hacer a los estudiantes masacrados sería ganar la Presidencia de la República en el 2024.
La muy caradura.
Sus muertos
Si contamos los “incidentes” provocados por la negligencia gubernamental de Sheinbaum, sobre sus hombros recae la responsabilidad de decenas de muertes. Si agregamos a los fallecidos durante la pandemia suman muchos miles, ya que la Ciudad de México fue la entidad con más decesos por causa de la Covid-19.
Los muertos de Claudia no se deben olvidar ni tampoco su responsabilidad.
Recordemos a Daniela Licone Pérez, la niña de 12 años que murió en 2017 aplastada por un enorme portón metálico mal colocado en el Centro de Artes y Oficios Tiempo Nuevo, construido por Sheinbaum cuando fue delegada de Tlalpan. Esta muerte fue acallada con dinero entregado a los padres de la menor.
A los 19 niños y siete adultos muertos en el colapso del Colegio Rébsamen, derrumbe producto de una red de corrupción iniciada en los años 80 y continuada durante el gobierno delegacional de Claudia, que permitió que esa escuela siguiera operando a pesar de las irregularidades en su construcción. Ella pudo cerrar el plantel y no lo hizo.
Los cinco estudiantes del Tecnológico de Monterrey muertos también el 19 de septiembre de 2017. Sheinbaum fue responsable por omisión, igual que en el caso del Rébsamen, pues desoyó las denuncias de los estudiantes y no verificó adecuadamente las instalaciones de ese plantel, dañadas en el sismo del 7 de septiembre.
Los cinco muertos de Galerías Coapa y Walmart, también ocurridos durante el sismo de 2017. Ambos centros comerciales recibieron del gobierno de Claudia permisos de operación a pesar de tener deficiencias estructurales que provocaron derrumbes durante el sismo.
La muerte de un hombre en la estación Tacubaya del Metro el 11 de marzo de 2020, cuando dos trenes chocaron de frente. Se culpó al conductor del tren de “errores de operación”, pero trabajadores ya habían denunciado falta de mantenimiento en los sistemas de comunicación.
El fallecimiento de una persona durante el pavoroso incendio del Puesto Central de Control del Metro, el 9 de enero de 2021, por causa de la vejez de las instalaciones y la falta de mantenimiento. Este siniestro fue una muestra clarísima del abandono del Metro, que vendría a peor el 3 de mayo, cuando colapsó un tramo elevado de la Línea 12. En esta tragedia se perdieron 26 vidas, y en ella hay muchos culpables: servidores públicos, exfuncionarios y empresarios. Pero, sin duda, la mayor responsabilidad recae sobre Sheinbaum, puesto que ella retiró recursos a ese sistema de transporte y las muy necesarias acciones de mantenimiento que durante 10 años habían impedido el colapso no se llevaron a cabo.
Está la muerte de la jovencita Yaretzi el 3 de enero de 2023, en el choque de trenes en la Línea 3. Luego de esta nueva tragedia, Sheinbaum acusó la existencia de actos de “sabotaje” y procedió a llenar de elementos de la Guardia Nacional las instalaciones del Metro. Sobra decir que los 6 mil guardias no evitaron cientos de nuevos accidentes y fallas.
Finalmente, la muerte de dos jóvenes al caer en una alcantarilla abierta en una zona sin iluminación, lo que ocurrió el 11 de noviembre de 2022. En Twitter un usuario había reportado la coladera sin tapa desde el 29 de octubre, pero el gobierno de Sheinbaum no atendió la denuncia. Luego de las muertes de las muchachas, Claudia “lamentó” lo ocurrido y culpó a la delincuencia por robarse las tapas de las coladeras.
En total son 68 muertes en las que Claudia tuvo una responsabilidad directa e innegable. ¿Cuántas más se acumularían sobre sus espaldas si llega a la Presidencia?
Corrupta y delincuente
No, llamar a Claudia “delincuente” no es una exageración, ni mucho menos una calumnia. La aspirante presidencial ha delinquido de cara a la opinión pública y, además, cínicamente lo ha negado.
Sheinbaum ha facilitado u ordenado actos de corrupción, robos, desvío de recursos, falseamiento y ocultamiento de información, experimentos ilegales con la salud de los capitalinos, actos de impunidad y delitos electorales, entre otros. Ha incumplido las funciones para las que fue electa, como cuidar de la vida y la seguridad de los ciudadanos. El abandono del Metro es el ejemplo más claro y documentado del incumplimiento de sus funciones, lo cual es un delito.
Entre 2019 y 2022 los “incidentes” en el Metro se incrementaron 2.3 veces, según informó el portal La Silla Rota tras hacer una solicitud de información. De 612 accidentes ocurridos entre 2015 y 2022, 431 ocurrieron durante el gobierno de Sheinbaum —conste que estas cifras no incluyen los muchos incidentes diarios que se registraron en 2023.
Durante el gobierno de Miguel Ángel Mancera hubo casi 200 incidentes, pero ninguno con víctimas mortales; con Claudia hubo cuatro casos con víctimas mortales, como mencionamos antes.
En torno a la tragedia de la Línea 12 está demostrada la impunidad que gozó la entonces directora del Metro, Florencia Serranía, amiga de Claudia. No fue cuestionada, no tuvo que dar explicaciones ni administrativas ni judiciales. Ni siquiera fue llamada a declarar en el contexto de denuncias en su contra, las cuales fueron archivadas.
Están los delitos electorales: dos años de campaña anticipada con cargo al erario, al tiempo que abandonaba sus funciones como jefa de Gobierno. Está el excesivo gasto en publicidad, mientras el Metro y el sistema de salud registraban subejercicios presupuestales.
Están las veces que se negó a atender las medidas cautelares ordenadas por el INE, según ella por defender su “libertad de expresión”. Su participación en la operación de Estado para hacer ganar a Delfina Gómez la gubernatura del Estado de México y, en el mismo tenor, instruir a la gobernadora de Colima, Indira Vizcaíno, para que sus funcionarios operaran a su favor para ganar la encuesta interna de Morena.
Fueron documentadas con precisión las ocasiones en que su gobierno orquestó el acarreo de funcionarios capitalinos a los actos de AMLO (otro delito) o el ocultamiento de gastos y contratos del gobierno, faltando a la transparencia a la que le obliga la ley.
No podemos olvidar el caso de los víveres que no llegaron a Turquía, descubierto por la periodista Pamela Cerdeira, quien documentó que el gobierno de Sheinbaum desvió 10 toneladas de donativos que los capitalinos hicieron a damnificados de aquel país, pues de 30 toneladas, la Secretaría de la Defensa Nacional sólo recibió 20 para su traslado.
Atrocidades durante la pandemia
La Ciudad de México fue la entidad con más muertos y contagios durante la pandemia. México, como país, estuvo en los tres primeros lugares mundiales en muertes. Nunca sabremos la cifra exacta de mexicanos que perdieron la vida por causa de la negligencia criminal del gobierno de AMLO, pues el subsecretario López-Gatell hizo todo para ocultar las cifras reales.
Muchos han argumentado que la gestión de Claudia durante la pandemia fue mejor, más científica e informada que la que encabezó López-Gatell: que si fue la entidad con más muertes fue debido a la elevada densidad poblacional, pero que Sheinbaum sí recomendó el cubrebocas, aplicó más pruebas, implementó algunas medidas para cortar la cadena de contagios y, según ella misma, a “nadie le faltó una cama”.
Todo lo anterior es una mescolanza de medias verdades que requieren precisión. En efecto, Sheinbaum implementó algunas medidas adecuadas y siempre se la vio usando cubrebocas. En el Metro de la capital impuso como medida obligatoria el uso de la mascarilla y se impulsó el distanciamiento social: muy bien. Sus defensores alegaron que esta actitud, tan distinta a la de AMLO, se debió a que ella tiene formación científica.
Lo malo es que su ambición de poder es más grande que su ética, y que el horror de las muchas muertes no fue suficiente para gritar, fuerte y claro, que el presidente tenía que usar cubrebocas, que hacer pruebas masivas no era una “pérdida de tiempo”, como dijo López-Gatell. Que no, los amuletos no protegían contra el virus, y que sí era sumamente mortal.
Un reportaje de The New York Times del 8 de mayo de 2020 reveló, citando a tres funcionarios del gobierno capitalino, que muy pronto en la pandemia Claudia se dio cuenta de que las cifras de muertes informadas por López-Gatell no coincidían con la realidad. Ordenó a gente de su equipo hacer llamadas a los hospitales de la ciudad para preguntar por las cifras, y al hacer la suma de lo que le reportaron y comparar con lo que el subsecretario de Salud federal informaba para la Ciudad de México resultó que las cifras reales eran tres veces más elevadas.
Pero calló: no usó sus conferencias para contradecir a López-Gatell ni mucho menos a AMLO. Cuando se le preguntó por qué ella sí usaba cubrebocas y el presidente no, se zafó al decir que el mandatario tenía sus razones. Pero no lo reprobó abiertamente, como era su obligación como “científica”.
Este silencio criminal no fue la única atrocidad. Está el terrible experimento hecho con la ivermectina, consistente en dar a personas ya diagnosticadas un kit que contenía esa sustancia, que se usa fundamentalmente como antiparasitario.
Es cierto que en varios países del mundo se aseguraba entonces que la ivermectina combatía el coronavirus y que incluso se aseguraba que diversos estudios científicos lo validaban. Pero todo fue parte de la desesperación de esos días: no había auténtica evidencia. A pesar de ello, y de que su nombre aparece en decenas de artículos científicos (lo que haría pensar que sabe cómo se le da valor a la evidencia), Sheinbaum aprobó que gente de su equipo repartiera ese medicamento y que, incluso, presumiera los resultados en un ensayo.
Respecto a que a nadie le faltó una cama, infinidad de testimonios de ciudadanos y médicos dejaron muy claro que esto fue una cruel mentira: cientos de personas fueron atendidas en una silla el en el suelo. Cientos o miles más murieron en sus casas, sin haber sido siquiera admitidos en un hospital, pues todos se encontraban colapsados.
La simuladora
Cuando era una joven estudiante de la UNAM, Claudia nunca fue líder estudiantil, sino una simple seguidora e imitadora de su entonces novio y luego esposo, Carlos Ímaz, uno de los más importantes dirigentes del Consejo Estudiantil Universitario durante 1986-1987. Cuentan los que la vieron dar arengas y lanzar consignas que imitaba las palabras y el acento de él, igual que ahora, que hasta habla como tabasqueña para mimetizarse con AMLO.
Egresada del nivel licenciatura, se tituló con una tesis en la que cometió plagios académicos. Como profesora e investigadora recibió privilegios indebidos de parte de sus superiores, como licencias con goce de sueldo cuando no cumplía los requisitos.
Como seguidora de AMLO gozó de las mieles de los sobornos que Carlos Ahumada entregó a Ímaz pero, cuando fue necesario, acusó a su esposo con el líder para ganarse su favor.
Dice que es científica y académica, pero se calló la boca cuando AMLO dijo que “no robar, no mentir y no traicionar” era una medida efectiva para no contraer Covid-19; dice que es demócrata, pero como jefa de Gobierno colaboró con la atroz dictadura cubana al pagarle los servicios de decenas de médicos de la isla que, como todos sabemos, son rehenes de una modalidad de esclavitud moderna.
Asegura ser fiel practicante de la austeridad republicana, pero cuando tocó equipar y decorar su oficina eligió sólo lo mejor: computadoras, sillas, sillones y escritorios de muchos miles de pesos. Dice que es especialista en medio ambiente, pero convalidó el ecocidio cometido por AMLO para construir el Tren Maya.
Asegura ser atea pero, cuando hizo falta, no tuvo empacho en usar una falda con la imagen de la Virgen de Guadalupe o atender rituales de corte mágico y esotérico.
Sus dos padres son de origen europeo, pero anda vestida con ropas indígenas, mientras que a la verdadera indígena, Xóchitl Gálvez, Morena la acusa de mentir sobre su origen.
Se presentó, en 2023, a ofrecer “disculpas” por el colapso del Rébsamen… pero luego de haber dado pretextos para no hacerlo, invocando incluso la “investidura” de jefa de Gobierno.
¿Cuántas veces negó que estuviera interesada en ser candidata a la Presidencia? Montones. Lo negaba cada fin de semana que acudía a dar sus “conferencias magistrales” sobre “políticas exitosas de gobierno”. Vaya farsante.
Y así podríamos seguir y seguir.
No debe ser presidenta
“Ella es mejor que yo, mejor que yo. Es buenísima”, dijo AMLO de Claudia el 12 de noviembre de 2023. Quizá sí y según como se vea. Con toda certeza fue mucho mejor estudiante: tiene un doctorado y AMLO apenas una licenciatura; se interesa por las energías limpias, mientras que al presidente le valen un comino; en la pandemia usó cubrebocas, y habla mucho mejor que él… cuando no lo está imitando. Este es justamente el problema.
Las virtudes que Claudia tenga o tuvo están olvidadas, pues se ha esforzado en renunciar a sí misma para convertirse en su amo y convertirse en una tirana de segunda mano.
En su infinito afán de poder, Claudia ha renegado de todo con tal de no perder su apoyo y ser nombrada primero “corcholata” y candidata después.
Claudia casi es AMLO: es su criatura, su sombra, su títere, su emanación. No podemos, no debemos tener al tabasqueño gobernando de nuevo; peor aún: a una mala copia. Sheinbaum no debe ser presidenta.