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Sin duda, uno de los componentes básicos de la cultura democrática es la tolerancia. Sin embargo, tal como ocurre con la propia democracia, la tolerancia ha sido también mal entendida y hasta falsificada, lo cual provoca una erosión que termina por devaluarla y abrirle la puerta a la barbarie.

Justamente al trazar un símil entre una democracia y una fortaleza cuyos habitantes deben defenderse de los ataques bárbaros, Luis Muñoz Oliveira presenta una exposición de la gran relevancia de la tolerancia en un régimen democrático en su libro La fragilidad del campamento. Un ensayo sobre el papel de la tolerancia (Oaxaca, Almadía, 2013), sobre el que conversamos con el autor.

Muñoz Oliveira es doctor en Filosofía por la Universitat Autónoma de Barcelona y también se ha dedicado a la literatura. Ha colaborado en publicaciones como Letras Libres y Día Siete. Es investigador del Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe y profesor de Ética en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

¿Por qué publicar un libro como el suyo?

Creo que la democracia en el mundo, y en México en particular, está en crisis, en riesgo de vaciarse de contenido, y por eso me parece que el libro tiene relevancia. Hay temas que debemos volver a poner sobre la mesa para que nuestra democracia tenga sentido. El impulso fundamental del libro es que yo creo que tenemos que participar en el espacio público revisitando ideas para que éstas sean las que sostengan nuestras instituciones, entre ellas la democracia, para que podamos vivir más lejos de la barbarie que cerca de ella.

¿Cuál es la importancia de la tolerancia para constituir un régimen democrático?

La democracia requiere de una conversación política sobre qué nos interesa como sociedad y hasta dónde queremos caminar. Para que eso sea posible, se necesitan varias cosas, entre ellas la tolerancia. Personas que no se toleran no pueden conversar ni ponerse de acuerdo. En ese sentido, la tolerancia es básica. Malentenderla genera que se tolere lo que no se tiene que tolerar, entre otras cosas.

La tolerancia tiene límites, o no lo es; cuando nosotros decimos que vamos a tolerar algo, inmediatamente estamos diciendo que no vamos a tolerar otras cosas. Tolerar es poner límites, aunque suene contradictorio. ¿Cuáles son esos límites? Eso es parte de la conversación ética o política. Hay cosas evidentemente intolerables, por ejemplo la pedofilia, y no tenemos que discutirlo: nadie lo puede tolerar.

Hay otras cosas que son más complicadas: el aborto y la eutanasia, por ejemplo. Esas discusiones que tenemos para definir si las vamos a tolerar o no y por qué razones. Justo en esos dos casos, lo que estamos haciendo es trazar los límites de la tolerancia frente a esas conductas.

¿Cuál es la relación que usted establece entre la tolerancia, la justicia y el derecho?

En realidad yo no los separaría y diría: “la justicia y los derechos”; el derecho es esa institución en la que estudiamos las leyes y la impartición de justicia. Pero aquí estamos hablando de conceptos un poco más amplios y más generales.

La justicia es una idea que construimos. Lo que digo en el libro es que la búsqueda de la justicia y de otras ideas que planteo están alejadas de la búsqueda de objetos en el mundo: no estamos buscando la justicia ni tampoco la belleza (por poner un ejemplo distinto) en el mundo. La justicia se construye, y para construirla la tolerancia es fundamental, y no solo ella sino también la democracia. Y los derechos que tenemos los individuos son parte fundamental de la justicia.

No podemos tolerar la violación de derechos fundamentales; a mí me parece que ésa es una de las líneas que los tolerantes tenemos que trazar directamente.

¿Cuál ha sido la relación entre las religiones, las iglesias, y la tolerancia?

Me parece que las religiones reúnen a personas muy dispares; entonces es difícil decir que una religión es o no es tolerante. Las instituciones que soportan a las religiones (pienso en el Vaticano), han demostrado ser, a lo largo de la historia, completamente intolerantes, y la Iglesia es quizá una de las instituciones más intolerantes. Dicta dogmas y a partir de allí dice “todo lo que se sale de esto es completamente intolerable”. Sin embargo, los dogmas que ellos dictan y los límites que ellos ponen no son aquéllos que la sociedad tiene que aceptar. Que ellos decidan que no se pueden usar preservativos, que no pueda haber matrimonios homosexuales o que el aborto está mal, pues en realidad lo tendrían que defender como una forma de ver el mundo.

Entonces, la relación del Estado laico y los ciudadanos con las religiones es complicada. Ahora, en algunas partes sí y en otras mucho menos, ya no estamos en la época en la que nos matábamos por religiones; bueno, lo digo e inmediatamente volteamos a ver el mundo y estamos matándonos por religiones: Medio Oriente es un ejemplo, e incluso en México hay persecución religiosa, como en Chiapas.

¿Qué es tolerable y qué no lo es? ¿Cómo se construye este criterio?

Ése es uno de los asuntos más interesantes y complicados de la ética en general: ¿cómo hacemos para trazar aquello que aceptamos y aquello que no? Hay casos que me parecen más claros, como el de la pedofilia, pero pongo otro más claro todavía: asesinar inocentes. A mí eso me parece intolerable porque el daño que se comete contra una persona a la hora de matarla es definitivo y completamente injusto. Al decir “daño” ya te estoy dando un criterio, y es el que propongo en el libro: tenemos que ver qué cosas dañan a las personas y ver si ese daño es justificado o no (porque hay daños justificados; no vamos a decir “ningún daño es aceptable” porque entonces nos meteríamos en muchos problemas). Por ejemplo: si un chico se enamora de una chica y ésta le dice “no quiero andar contigo”, le va a romper el corazón, y sin embargo ese daño es aceptable: la chica tiene derecho a no aceptar al muchacho. Inaceptable sería que el muchacho dijera: “Pues yo te amo y por lo tanto te violo”.

Me parece que hay casos que son muy evidentes: el asesinato, la violación, la pedofilia; pero hay otros que no lo son tanto, que es mucho más difícil trazarlos, y es allí donde la conversación se vuelve importante, porque no lo vamos a decidir mediante dogmas, a la católica. No, aquí necesitamos poner en la arena pública las razones y ver cuáles son mejores; los prejuicios son malas razones. Tenemos que aprender a distinguir las buenas razones de las malas. Lo primero que debemos hacer es descartar las malas, y luego vamos a estar en problemas porque hay buenas razones que se contraponen con otras buenas razones, y escoger entre ellas es más difícil.

También hay una concepción generalizada de la tolerancia como indiferencia, que lleva al relativismo del “todo se vale”. ¿Cuál es la importancia de hacer esta distinción?

Lo primero que diría es que si todo es aceptable, entonces es aceptable que yo te mate; entonces, piénsalo dos veces si de veras crees que todo es aceptable porque no lo es. Las personas que dicen “es que todo tiene que ser aceptable” no están pensando realmente lo que quiere decir su frase porque si permitiéramos todo, entonces viviríamos en la barbarie más absoluta.

Pero claro, al decir que no todo es aceptable tienes que decir cuáles son los límites, pero tampoco pueden ser límites irracionales o que pongo porque yo quiero, no. Si vamos a vivir juntos tenemos que ponernos de acuerdo sobre cuáles son los límites que les vamos a poner a las conductas, y para eso necesitamos criterios y no ser indiferentes. Entonces hay un pacto perverso entre los indiferentes: tú asesina y yo violo, nos toleramos y no pasa nada. Esto es totalmente inaceptable.

Creo que hay una noción epistemológica detrás de la tolerancia. ¿Cómo ve este aspecto?

Sí, por supuesto. Al decidir que la ética es una disciplina que no depende de la ontología, entonces lo que estamos haciendo es cambiar completamente la epistemología de la ética. Es decir, una cosa es buscar objetos en el mundo, y entonces nos tendríamos que preocupar por si el rojo es rojo y ese tipo de problemas, y otra cosa es construir los objetos de ese mundo, lo cual es parte de la ética práctica, que construye sus objetos, no los encuentra. Entonces es una epistemología completamente distinta en la cual nos tenemos que preocupar por cómo encontrar la verdad en la ética. No va a ser encontrando los objetos en el mundo a los que nos referimos, sino va a ser construyendo esos objetos y defendiéndolos con razones; eso es una epistemología.

¿Qué responsabilidades implica ser tolerante?

Quizá la más importante es indignarse frente a lo intolerable. Aquél que dice: “Sí hay límites de lo que debemos tolerar”, y sin embargo permite que se haga aquello que cree que no se puede hacer, al final lo que se está haciendo es vaciar otra vez a la tolerancia de contenido. Si vamos a defender que hay cosas tolerables, al mismo tiempo estamos defendiendo que hay cosas intolerables. Entonces, para defender el espacio de la tolerancia tenemos que indignarnos frente a lo que no podemos tolerar. Ésa es la responsabilidad primera de una persona tolerante: no quedarse callado y no ser indiferente frente a la injusticia.

Añadiría dos responsabilidades más: una es la desvinculación de las ideas. Lo que quiero decir es que, por supuesto, no tenemos que imponer nuestras ideas en la mesa, pero una vez que estamos sentados allí tenemos que aceptar que si las ideas del otro son mejores que las nuestras, son las que van a triunfar y permanecer. Esto es fundamental porque de otra forma estamos en un diálogo de necios. Creo que la tercera responsabilidad es saber callar: el silencio. Esto no quiere decir estar callado todo el tiempo, sino que hay que saber escuchar.

Eso está muy vinculado con su idea del escepticismo…

Hay que ser escépticos, por supuesto, pero no escépticos radicales: no hay que dudar de todo siempre, sino hay que dudar de todo mientras tengamos buenas razones para hacerlo.

¿Qué ocurre en los medios, desde la televisión hasta Twitter, donde en vez de argumentar se usan frases efectistas?

Una de las cosas que debemos tener claras es que cuando hablamos de debate público y de espacio público no hablamos de lo que sale en la tele: eso no es el debate público, es el debate de la tele, y por supuesto éste no es el que necesitamos para escoger qué queremos por muchas razones, entre ellas porque en la tele habla quien la tele quiere que hable. Además no es un buen espacio para discutir justo por lo que tú señalas: no hay tiempo, y la conversación profunda e importante necesita tiempo, silencio, reflexión. Pero lo que se necesita en la tele es cubrir cada segundo porque cada segundo cuesta millones.

Entonces, en la democracia, ¿cuáles son los espacios de deliberación?

Los medios, sin duda; la prensa quizá sea el más importante, y en eso Internet nos podría ayudar. Antes un periódico tenía 100 páginas, y es caro; un periódico hoy día puede tener mil en Internet, y no pasa absolutamente nada, lo cual nos permitiría abrir más espacios para el debate público.

Pero el debate público se puede dar en otros lugares: en el Parlamento, por supuesto, en la esquina… Hay algo interesante que hacen los gringos: cuando están escogiendo candidatos a la Presidencia hacen sus famosos caucus, que son los vecinos juntándose para discutir qué quieren para su cuadra. Yo creo que eso es lo que fortalece más la democracia, una en la que no solo vamos a discutir quién va a ser el Presidente y cuál es el proyecto de país que queremos, sino también tenemos que discutir de qué tamaño queremos la banqueta, si queremos o no un árbol en nuestra cuadra…

¿Cómo se combinan la tolerancia con la obligación de decidir en, por ejemplo, un Parlamento?

Hay decisiones que se toman por mayoría y otras que no, eso debe quedar muy claro. Los derechos de las personas no se votan; eso es parte fundamental del pacto que nos mantiene unidos. No hay nada más fuera de lugar que someter a votación los derechos de las personas, que un candidato diga: “Si yo llego a ser Jefe de Gobierno voy a someter a voto si se permiten o no los matrimonios homosexuales”. No, eso no se vota, allí no hay regla de mayoría.

En cambio, hay otras cosas que sí se votan: si vamos a tener IVA de 15 ó 16%, por ejemplo, y ése es uno de los principios de la democracia: que en algunas decisiones priva la regla de la mayoría. Allí, mientras las decisiones que se tomen no violen sus derechos fundamentales, a mí me parece que las minorías tienen que aceptar las decisiones del Congreso.

Escribe que la tolerancia es una estrategia de paz; a partir de la lectura del libro, creo que también es una estrategia de inclusión. ¿Cuál es la relevancia de la tolerancia en estos dos aspectos?

El aguantar a los distintos es una estrategia de paz porque estás evitando la confrontación, la muerte. Por otro lado, sin duda es inclusión: tolerar al distinto es incluir, y eso es una estrategia de paz. Si seguimos excluyendo a los distintos, lo único que generamos son conflictos que no podemos resolver.

Hay culturas que no promueven la tolerancia, desde Estados Unidos hasta los países árabes. Se dice que, como son culturas particulares, tienen derecho a ser intolerantes. ¿La tolerancia debe ser universal?

Yo soy enemigo teórico del relativismo cultural. A mí no me parece que la justificación de “es mi cultura y yo hago lo que quiero con ella” sea buena; en realidad creo que es una muy mala razón. En ese sentido podríamos agregar que la tradición es una razón, pero no es una buena razón. La pregunta que haces se puede llevar más al campo de

“¿qué hacemos con aquellos que no quieren conversar, que no quieren dar razones?”. Es difícil, y a mí no me parece que debamos invadir un país para convencerlo de que sea democrático. Eso me parece una contradicción terrible.

Lo que hay que hacer allí es trabajar lentamente. No queda de otra. Van a pasar generaciones, pero hay cambios que se van notando; un ejemplo lo da la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, quien dice que en la India muchas zonas son profundamente machistas y las mujeres muchas veces no pueden ir a trabajar porque las costumbres de algunos grupos no lo permiten. Entonces lo que han hecho es llevar trabajos a las comunidades y convencer a los hombres de que las dejen trabajar un poquito y pagarles. Entonces se han dado cuenta de que trabajando tres horas su pareja estaba llevando un ingreso a la casa, y que esto les permitía mejores niveles de bienestar. Entonces empezaron a decir: “¿Y por qué no las contratan ocho horas?”.

También se trata de ser pragmáticos: no podemos defender los principios aunque se acabe el mundo. Un rey, Fernando I, decía: “Yo voy a hacer justicia aunque se acabe el mundo”. Esa justicia no nos sirve para nada; hay que hacer justicia pero que el mundo siga existiendo, por lo tanto no podemos ir a invadir y matar personas porque le quitan el clítoris a las mujeres, a las niñas, aunque esté mal que lo hagan.

¿Hoy cuáles son las principales fuentes de la barbarie?

Creo que son los fundamentalistas, los cínicos y los ignorantes. Los cínicos porque aprovechan la democracia para beneficiarse; sin democracia, sin libertades, no podrían hacer lo que hacen. Ése es un tipo de habitante de la barbarie que es terrible porque al final va utilizando la democracia para sus intereses particulares. Es como un parásito.

Los fundamentalistas son peores porque no conversan: creen que lo que ellos defienden es lo único aceptable, y por lo tanto la democracia no tiene nada que hacer con ellos.

Por último están los ignorantes, que no siempre son culpables de su ignorancia. Sin embargo, una sociedad que no educa a sus ciudadanos para que no sean está generando ejércitos de enemigos de la democracia. Buena parte del desencanto de las personas con la democracia es porque no saben qué es la democracia. Creen que es lo que no es, y por lo tanto se la pasan criticándola en vez de trabajar para fortalecerla.

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