Los que escribimos un artículo mensual, como es mi caso, hemos ido perdiendo margen de maniobra ante el advenimiento de la velocidad y las redes sociales. En tiempos pretéritos un tema podía durar semanas, manteniendo cierta vigencia, y así uno podía comentar cosas como que Fulanito plagiaba textos, que tal película era un bodrio o lo cara que está la vida. En cambio hoy los temas se diluyen en la coyuntura ante un conjunto de gente que está a dispuesta a participar en la opinadera de manera instantánea y sin tener la menor idea de lo que habla (el “no sé” está prohibido en español). Tengo un amigo entrañable, el ingeniero Fernando Casas Borja, un hombre de 93 años con el que paso algunas tardes platicando de sus recuerdos (que, él lo sabe, siempre son los mismos). El “Tío”, como lo conocemos, es morenista y lee La Jornada, lo que no me parece ni bien ni mal, nomás lo caracteriza, pero es un férreo defensor de la idea de que Texcoco es una pésima opción debido a cuestiones hidráulicas. Mi respuesta, que siempre le resulta desalentadora, es la única que le puedo dar: justamente “no sé”, dado a que me enseñaron a no hablar de cosas que desconozco.
Con los temas pasa un poco lo mismo, hará un par de meses el Jefe de Gobierno mandó quitar las placas que consignaban a Gustavo Díaz Ordaz (por cierto, tío político de Fernando) como el Presidente que inauguró el Metro. ¿Qué misterioso camino cerebral habrá seguido este razonamiento? ¿Asumir que fue un déspota y ordenó una masacre estudiantil? ¿Quedar bien con alguien? No conozco a nadie que estuviera molesto con esas placas y sí mucha gente que reaccionó indicando que la idea de borrar historias de la historia porque no nos acomodaban, era un signo muy peligroso de la corrección política, esa marea negra que todo lo invade. A ese paso, como diría el buen Hugo García Michel, borraremos los registros literarios de Melville y su Moby Dick porque está mal cazar ballenas dos siglos después o quemaremos las películas en las que un charro de los cuarenta le roba un beso a una damisela que se resiste pero desfallece ante la virilidad del protagonista, ya que suponen violencia de género.
“Elige bien tus batallas”, recomiendan, y hay quienes los hacen con tino y desatino: discutir, por ejemplo, si la Gaviota anda en París me parece profusamente idiota y, en cambio, señalar errores de bulto como los que cometen los políticos de todos los partidos día con día suena de mayor relevancia. Hace unas semanas se armó una discusión profundamente imbécil acerca de una letra de José María Cano en la que se expresa el término “mariconez”. Alguien con iniciativa pero con un conteo neuronal limitado decidió que ello era una especie de insulto a comunidades que a veces muestran una profunda susceptibilidad y cambió la letra por “estupidez”, logrando la paradoja semántica de, en efecto, cometer una del tamaño de una casa.
Sigamos a Javier Marías en esta digresión: El espíritu es el mismo de Stalin, quien, como es sabido, hacía eliminar de las fotos a los antiguos camaradas según iban cayendo en desgracia, y junto a él era raro que no se cayera en desgracia –es decir, se fuera a Siberia o al paredón– antes o después. “No me gusta que se me vea con quien fue leal amigo pero ahora es un traidor”, pensaría Stalin; “alteremos el pasado, hagamos que el traidor nunca fuera otra cosa”. De la misma manera, estos nuevos puritanos inquisitoriales son capaces de reescribir la historia y la literatura enteras: “No nos gusta que Lady Macbeth, una mujer, instigara a su marido a asesinar. Vamos a convertirla en la que intentó disuadir al muy criminal”. “Lo de la evolución de las especies va contra la religión. Vamos a decir que Darwin es una leyenda urbana, que jamás existió”. “Es intolerable que Don Quijote tuviera escudero, menudo clasismo. Convirtamos a Sancho en otro hidalgo, para que se traten de igual a igual. Y eso de ‘Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando’, nada, ni hablar, no es igualitario porque todos sabemos que la lista era ella y hay discriminación a favor del varón. A partir de ahora, ‘Isabel monta a Fernando’, que es mucho más ecofeminista y de género medioambiental”.
¿Le suena absurda esta ironía del escritor español, querido lector? Pues eso, estamos cayendo en límites ridículos y creo que es momento de combatir todos estos pruritos gramaticales y conductuales. La historia tiene un contexto, pero es dinámica. Enterrarla o meterla bajo la alfombra cuando nos es incómoda es tarea de pusilánimes o dictadores, y créame: no son tiempos que me gusten vivir.