La comunicación es una necesidad social. Responde a los imperativos de las relaciones entre las personas, en el seno de una sociedad o con otras sociedades situadas en cualquier distancia, incluso mediante entrelazamientos simultáneos en tiempo real.
En la distancia de una hoja
Los medios han cambiado para responder a las necesidades de las sociedades cada vez más complejas. Qué lejos está el 3500 a. C., cuando la comunicación era a través de signos abstractos dibujados en hojas de árboles que hacían las veces de papel. Hoy el proceso de emisión, transmisión y el lenguaje –códigos o sistemas de signos– de la comunicación es muy sofisticado aunque, paradójicamente, hace más sencillo para las personas, sin importar en donde estén, formular comentarios, respuestas, críticas, debates, intercambiar fotografías, sonidos, etcétera. La telecomunicación, como indica el prefijo griego tele, alude a las comunicaciones a distancia y se integra por técnicas, aparatos y conocimientos para transmitir de un punto a otro.
La historia de las telecomunicaciones está ligada a la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT), considerado el organismo internacional más longevo que, por cierto, el pasado 17 de mayo cumplió 150 años. Debido a las necesidades de comunicación, en particular, en el marco de la revolución industrial, fue necesario articular mecanismos que garantizaran la transmisión de la información de manera rápida y efectiva. Por eso la UIT es el primer organismo intergubernamental de la era moderna, y si bien se trata de una institución de competencias limitadas, sentó las bases para generar normas que serían replicadas por otros organismos, incluso con objetivos más ambiciosos, como los que se plantearon la Sociedad de las Naciones y, por supuesto, la ONU.
La UIT surgió como la Unión Internacional de Telegrafía, en París. En 1934 adoptó su nombre actual y en 1947 devino en un organismo especializado de la ONU. Actualmente tiene su sede en Ginebra, Suiza, y posee una enorme relevancia mundial, en particular de cara a la complejidad que caracteriza a las telecomunicaciones y a la necesidad de generar normas, con la concurrencia de diversos actores, públicos y privados, para garantizar su óptimo funcionamiento y su contribución al progreso y el bienestar social.
Del telégrafo a las tabletas
Para las nuevas generaciones es muy difícil entender la comunicación a distancia sin dispositivos como los teléfonos móviles o las tabletas. Sin embargo, las generaciones precedentes tuvieron en el telégrafo al principal instrumento para garantizar los flujos de información. Toda proporción guardada, el telégrafo fue a las generaciones precedentes lo que Internet es para las actuales.
A principios del siglo XIX, Europa vivió un ambientede agitación. Los efectos de la Revolución Industrial se hicieron presentes en las comunicaciones, en particular con motivo de la creación de la máquina de vapor y del ferrocarril. En 1836 vio la luz el sistema telegráfico eléctrico desarrollado por los estadounidenses Samuel Morse, Joseph Henry y Alfred Vall. Ya para el 24 de mayo de 1844, el mismo Samuel Morse enviaba su primer mensaje público a través de una línea telegráfica entre Washington y Baltimore. Así inauguraba una época de singular trascendencia tecnológica. La utilidad de este nuevo sistema fue evidente desde sus orígenes: se puso inmediatamente en uso para mejorar el funcionamiento de los sistemas ferroviarios.1 El nuevo sistema de comunicación sirvió pronto a quienes tenían la necesidad de transmitir información rápida, como las empresas dedicadas a difundir noticias y para otras actividades comerciales. Las corporaciones fueron especialmente bienvenidas, ya que los cargos a éstas podrían ser usados para subsidiar el telégrafo y su expansión. No deja de ser irónico que, por mucho tiempo, el usuario menos importante del telégrafo fuera el ciudadano común, debido al alto costo del servicio y a la baja prioridad de sus mensajes. Guardadas las proporciones, algo similar ocurrió con el Internet, diseñado originalmente frente a una probable confrontación nuclear entre Estados Unidos y la URSS en la Guerra Fría, la devastación que sobrevendría a continuación y el imperativo de que los tomadores de decisiones en Estados Unidos, siguieran en comunicación. En su orígen, Internet, al igual que el telégrafo, no fue pensado para el ciudadano de la calle.
Pasó un tiempo antes de que el telégrafo se popularizara. 2 Prueba de ello fue el accidente del “Barco de los sueños”, el Titanic, ocurrido en la noche del 14 de abril de 1912. El telégrafo era una tecnología a la que los barcos aún no estaban acostumbrados. Muchos pasajeros del Titanic saturaron las comunicaciones telegráficas enviando comentarios triviales a familiares y amigos lo que le restó espacio y tiempo a los mensajes de alerta recibidos sobre la presencia del iceberg fatídico. Inclusive, se sabe que uno de esos mensajes telegráficos de alerta llegó a las manos de Bruce Ismay, director de White Star Line –la empresa propietaria del barco–, quien también estaba a bordo y que se limitó a guardarlo en su bolsillo. 3 El hundimiento del Titanic y la subsecuente I Guerra Mundial, serían factores decisivos para el uso intensivo del telégrafo.
En 1934 existían diversos organismos abocados a las telecomunicaciones (radio, teléfono, etcétera) que quedaron unificados bajo la UIT, ya con su denominación actual. Desde entonces, con la II Guerra Mundial, la Guerra Fría –y las diversas innovaciones tecnológicas acontecidas en ese marco–, las telecomunicaciones han vivido una expansión vertiginosa.
El mensaje dentro de una botella
La telecomunicación implica transmitir, emitir o recibir signos, escritos, imágenes, sonidos o informaciones de cualquier naturaleza por cable, radioelectricidad, medios ópticos u otros sistemas electromagnéticos. Esto significa que una paloma mensajera, el depósito de un mensaje en una botella en el mar, o amarrar una nota en el cuello de un perrito, no son en sentido estricto, telecomunicaciones, por más que sirvan para cumplir con la emisión, transmisión y recepción de un mensaje. Para que sean consideradas como tales, deben realizarse mediante sistemas electromagnéticos.
El sistema electromagnético se acciona con electricidad para magnetizarse. El medio puede ser un metal aunque no siempre, porque, por ejemplo, en las célebres señales de humo, como se emplea la luz para su transmisión, y la luz es un medio electromagnético, dichas señales, por más rústicas y artesanales que sean, caen en el terreno de las telecomunicaciones.
Las telecomunicaciones se pueden clasificar en función del medio empleado para emitir, enviar y recibir mensajes, fotos, sonidos, etcétera –por ejemplo, televisión, radio, fax, teléfono, correo electrónico–; o bien considerando el ámbito de aprovisionamiento de los servicios –público, privado, radiodifusión-; y también por sus características técnicas y comerciales –servicios portadores, teleservicios o servicios finales, de difusión y de valor añadido.
Las telecomunicaciones en México
A grandes rasgos, las normas mexicanas en la materia han experimentado una notable evolución, que se puede resumir en la transición de un Estado interventor a uno promotor y regulador, en ambos casos, no sin problemas. Las leyes que principalmente corroboran esta caracterización son, por una parte, la ley de comunicaciones eléctricas que data de 1926, la Ley Federal de Telecomunicaciones de 1995 y la nueva norma aprobada en 2014. En el primer caso, se trata de una legislación pensada para que el Estado gestionara, a partir de sus propios recursos y prioridades, los servicios de telecomunicaciones. El Estado no siempre contó con la tecnología para cumplir con esta tarea por lo que recurrió a las concesiones a empresas extranjeras. En el segundo y tercer casos, el Estado se convierte, en principio, en gestor y regulador, si bien se acusa que favorece a grandes monopolios que inhiben no solo la competencia respecto a otros ofertantes de los servicios, sino que además evitan la modernización del sector.4
En la historia de las telecomunicaciones del país hay varios momentos importantes. En 1851 se realizó la primera transmisión telegráfica a nivel nacional, entre la ciudad de México y la ciudad de Nopalucan, en Puebla. De hecho, debido a las pugnas entre conservadores y liberales, el telégrafo se convirtió en un medio esencial dado que con él se podían enviar los informes sobre el desarrollo de las hostilidades a las autoridades correspondientes. Más tarde, durante el efímero imperio de Maximiliano de Habsburgo, éste se propuso generar la infraestructura telegráfica requerida para comunicar a México con las naciones europeas. Este enfoque, el de conectar a México al mundo, antes que garantizar el desarrollo interno del sector –y el acceso para la población–, ha prevalecido hasta el día de hoy.5
Respecto a la telefonía, la primera llamada a nivel nacional aconteció el 13 de marzo de 1878 entre la ciudad de México y el entonces pueblo de Tlalpan. Sin embargo, es curioso que para fines de registro, se considera que la “verdadera” primera llamada –o al menos, la más importante– tuvo lugar el 29 de septiembre de 1927, porque fue el primer enlace que permitió comunicar al Palacio Nacional con la Casa Blanca.6 En el gobierno de Manuel González se expidió la primera ley de telefonía en 1881 y en 1883 se desarrolló la primera conferencia telefónica internacional que enlazó a las ciudades de Matamoros y Brownsville. Más tarde dos empresas –anteriores a Teléfonos de México (TELMEX)–, que eran la Compañía Telefónica Mexicana y la Empresa de Teléfonos Ericsson S. A., iniciaron la prestación del servicio a principios del siglo XX con redes independientes, de manera que los usuarios del servicio de una compañía, no podían comunicarse con los de la otra.
En otro tenor, la radiocomunicación, que involucraba a la telegrafía sin hilos, se tornó central desde principios del siglo XX y en la mayoría de las conferencias internacionales realizadas a efectos de acordar normas para uso, propagación y estándares, México siempre estuvo presente. Considerando el ambiente político que privaba en el país y en el mundo, las radiocomunicaciones no solo exaltaban su valor en tiempos de paz, sino especialmente, en tiempos de guerra. En el marco de la Constitución de 1917, se hizo mención explícita a la radiotelegrafía, y a principios de los años veinte del siglo pasado comenzaron a proliferar estaciones radiodifusoras de aficionados y también de divulgación, aunque de manera anárquica. Ante esta situación, se fijarían normas para regularizar estaciones y frecuencias con límites de potencia.7
En 1960 se creo la Ley Federal de Radio y Televisión, luego de que en 1950 naciera formalmente la televisión mexicana. Si bien la radio y la televisión, al igual que las otras telecomunicaciones, su fin último es –o debería ser– el beneficio social, lo cierto es que la norma no reconocía a ninguno de ellos como servicio público –y claramente aquí se observó la preponderancia de los intereses empresariales sobre los del Estado.
En el terreno satelital, hasta 1962 el país buscó tener acceso a servicios de telecomunicación por esa vía. Por eso es que aunque la televisión por cable se desarrolló en 1954, la primera transmisión por esa vía fue entre ciudades fronterizas –Nogales y Sonora– esto por medio de un cable –literalmente– entre ambas localidades.8 Los Juegos Olímpicos de 1968 fueron, sin duda, el parteaguas para la irrupción de México a la era satelital, dado que era menester garantizar su transmisión a todo el mundo. Con todo, la infraestructura satelital a la fecha deja mucho que desear, tanto por las averías que han sufrido algunos de los satélites –reduciendo su vida útil–, como por los desafortunados accidentes como el ocurrido el pasado 16 de mayo, durante el lanzamiento del satélite Centenario, cuando el cohete Protón-M que lo transportaba, sufrió un daño a minutos del despegue.9
Pinceladas tecnológicas
Hasta aquí algunas pinceladas de la evolución tecnológica y jurídica que ha tenido el país. Otra serie de rubros merecen un análisis distinto. Basta señalar que, en términos generales, todo indica que cada avance significativo en el sector ha estado condicionado por las relaciones de México con el mundo, trátese de las comunicaciones con países europeos o Estados Unidos, o por la celebración de los Juegos Olímpicos o las Copas del Mundo. Persiste una falta de planeación, y sobre todo, de vinculación directa con la sociedad, para la que las telecomunicaciones pueden representar enormes beneficios, más allá de lo establecido por los grandes consorcios que las proveen. La rectoría del Estado se ha puesto en duda en el sector, sea por insuficiencias tecnológicas o bien –y más grave– por las presiones de consorcios privados, preocupados por el mercado, no por un servicio público.
México en la UIT
La participación de México en la UIT permite, en principio, acceder a la cooperación internacional, a efecto no solo de analizar las experiencias normativas de otras naciones, sino para explorar posibles convenios-mecanismos para lograr que las telecomunicaciones tengan un mayor impacto social en beneficio de los mexicanos en esferas tan relevantes como la educación, la salud, la alimentación, el medio ambiente, la seguridad nacional, etcétera.
México se integró el 1 de junio de 1908 a su antecesora, la Unión Internacional de Telegrafía. La UIT, que recién cumplió 150 años, es presidida por el chino Houlin Zhao y su objetivo central es la gestión de las telecomunicaciones a nivel internacional entre las distintas administraciones y empresas del sector. Este organismo cuenta con 192 países miembros más el Vaticano, y también reúne en su seno a académicos, organismos y empresas privadas del ramo. Existen 700 miembros del sector en la UIT, incluyendo organismos regionales, además de 160 asociados y 92 entidades académicas. Por parte de México, además de la representación gubernamental, tienen presencia América Móvil, Eutelsat Americas, Marcatel, Telecomunicaciones de México, Teléfonos de México, Centro de Investigación y de Educación Superior de Ensenada, Baja California, y el Instituto Politécnico Nacional.10
La UIT ha sido un foro relevante en los debates en torno a la gobernabilidad en materia de las tecnologías de la información y la comunicación, en particular a la luz de los amplios márgenes de maniobra de que disponen las empresas privadas del sector, y las dificultades que encaran los Estados para normar el ciberespacio, sin colisionar con la proclama de las grandes corporaciones de que las normas solo servirían para comprometer la conectividad e inhibir el desarrollo del sector.11
Es verdad que la UIT provee un foro único para reunir en un mismo lugar a gobiernos, empresas y académicos, si bien la presencia de cada uno de estos actores, no garantiza consensos ni intereses convergentes. A los ojos de muchos, son las empresas y no los Estados quienes parecen determinar la agenda global de las telecomunicaciones, lo que dificulta que éstas sirvan al interés público y a las sociedades del mundo.
Son numerosos los retos que encara la UIT. Entre los más apremiantes figuran, primeramente, la formulación de políticas nacionales en un contexto en el que numerosas decisiones en el sector de las telecomunicaciones, se toman a nivel global o transnacional. En seguída, las políticas públicas, en particular las que apuntan a la accesibilidad para las personas, podrían contribuir al desarrollo de una sociedad civil.12 Aquí es necesario ponderar el sentido de las políticas sobre las telecomunicaciones, las que deben navegar en medio de las pugnas para determinar quiénes las usan, en qué condiciones, para qué fines y a qué intereses responden.
No menos importante es el conflicto emergente y cada vez más acentuado entre cultura y comercio. Mientras a las grandes empresas le interesan las sociedades como clientes, por otro lado surgen desafíos a la identidad y a la cohesión social, temas analizados por diversos especialistas como Byung Chul-Han.13
El significado de cultura es amplio, pero en términos de este debate se refiere en particular a un proceso en el que las personas adquieren las herramientas necesarias para participar, de manera individual o colectiva, en la vida pública. ¿Cómo afectan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación a este proceso? La respuesta es de suma relevancia para mlas sociedades actuales y futuras.
Gran parte de debate se centra en el desarrollo de nueva infraestructura para la información, al igual que en la convergencia de las tecnologías. Por supuesto que ese es un gran desafío, pero se tiende a privilegiar un enfoque vertical, de arriba hacia abajo, donde las sociedades asumen un perfil pasivo, siendo otros –gobiernos, empresas, organismos internacionales gubernamentales y no gubernamentales– quienes deciden por ellas.
Parte del problema estriba en que, desde los orígenes de la UIT –y seguramente durante mucho tiempo atrás– las dimensiones sociales y culturales de las telecomunicaciones no han figurado en el centro de las políticas, sean éstas nacionales o internacionales.
Sin ser exhaustivos es relevante que el desarrollo de las telecomunicaciones de prioridad a aspectos como:
- Desarrollar espacios públicos de comunicación para resolver los conflictos y promover un diálogo democrático, sea en torno a los problemas nacionales internacionales –o ambos;
- Facilitar la conectividad a través de tecnologías de la información y la comunicación de corte no lucrativo –por ejemplo, a través de un software libre, y la capacitación para emplearlo-;
- Garantizar el acceso a los medios en función del interés público;
- Crear estándares y códigos de validez universal para limitar la proliferación de materiales, información u otros contenidos dañinos para las sociedades;
- Poner límites a la apropiación que tienen las empresas de las tecnologías de la información y la comunicación en los medios más tradicionales, al igual que en los más novedosos;
- Canalizar recursos en favor de medios y tecnologías para el servicio público;Regular la actividad comercial, en particular en lo referente a garantizar un acceso menos desigual a los servicios básicos;
- Desarrollar programas educativos que apunten a hacer frente al analfabetismo digital, amén del analfabetismo tradicional.
No faltará quien diga que esto es una lista irrealizable de buenos propósitos. Sin embargo, de existir la voluntad política, esos y otros objetivos, incluso mucho más ambiciosos, son factibles.