Hace algunos días, el 11 de agosto pasado para ser exactos, apareció en varios medios y se reprodujo en algunas redes sociales un manuscrito de Efraín Bartolomé (ganador del premio Jaime Sabines 1996, entre otros) titulado: “¿De verdad estamos tan solos?” En su mensaje, el poeta narra con estilo lo ocurrido a él y a su esposa durante la madrugada del mismo 11, cuando un grupo de encapuchados con el logotipo de una de las policías federales impreso en la espalda de sus chamarras irrumpió a punta de culata en su domicilio en busca de quién sabe qué o de quién sabe quién. Sometieron, hurgaron, voltearon todo de cabeza como si tuvieran la certeza de que iban a encontrar lo que pretendían; insultaron -al poeta y a su esposa-, los encañonaron y después, sin ni siquiera decir el acostumbrado “usted disculpe”, los uniformados dejaron el lugar completamente revuelto. “Nos amenazan con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos…; Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo”, escribió Bartolomé.
Otro caso que no tiene necesidad de mayor presentación es el de Javier Sicilia, hoy mucho más conocido como activista social que poeta también, a causa de la trágica muerte de su hijo. “Toda ausencia es atroz y, sin embargo, habita como un hueco que viene de los muertos, de las blancas raíces del pasado. ¿Hacia dónde volverse?”, recita Javier Sicilia en el poema “El sobreviviente”.
“Porque nosotros sabemos bien que nombrar a los muertos es una manera de no abandonarlos, de no abandonarnos”, le dice el subcomandante Marcos a Javier Sicilia en una carta fechada en abril de 2011, manifestando la solidaridad del Ejército Zapatista del Sur con el duelo del “país” y del poeta, quien a su vez escribió al Gobierno Federal: “Porque sólo tienen imaginación para la violencia, para las armas, para el insulto y, con ello, un profundo desprecio por la educación, por la cultura y por las oportunidades de un trabajo honrado y bueno, que es lo que hace a las buenas naciones”.
Referirnos a las acciones de diversos grupos civiles que han levantado la voz contra una guerra torpe hacia el hampa está de más; los medios lo han hecho de manera precisa y también, como en el caso de Bartolomé, los protagonistas de estos grupos nos han empapado de historias de muertes absurdas de por sí dolorosas, pero más dolorosas por irracionales, por fortuitas, por haber sido consumadas con la mayor ligereza imaginable, con una brutal indiferencia y falta de respeto a lo más importante que tenemos: la vida.
Luchar contra la ilegalidad, contra el crimen y contra la violencia, es tarea básica para el orden social; no diferenciar al enemigo, es insolencia.