Siempre pensé que viviría más que yo. éramos de la misma edad. Ahora que está muerto exploro en mis recuerdos para sentirlo vivo, y encuentro unas imágenes que se sobreponen a otras como si se tratara de una clasificación del inconsciente. Lo veo en aquella larga y solitaria carretera de la muerte en Angola, convertido en un blanco móvil para los hombres armados que vigilaban agazapados entre el monte a lado y lado de la vía que él tenía que cruzar. Cuando llegaba ileso, se tocaba, enjugaba el sudor y se decía: un día más de vida. Fue el título de su libro sobre la experiencia periodística de Angola.
Vivió la vida como estrenando cada día. El intenso relato de sus Viajes con Heródoto me grabó otra imagen, la del eterno aprendiz de idiomas, de historia, de antropología, de quehacer periodístico, pero sobre todo, de la condición humana. Allí cuenta en unas páginas vivísimas el episodio del atraco en lo alto de un minarete en El Cairo. Me vuelven a la memoria su respiración acelerada y su miedo de morir, precipitado desde lo alto por el atracador que le exigía escoger entre entregar su billetera o precipitarlo al vacío. Ser valiente no es ser insensible al miedo, sino actuar a pesar de el. En este sentido Ryszard vivió una vida de valentía.
Lo veo en mi memoria como el periodista que todos quisiéramos ser. Encarnó las virtudes del periodista ideal. Así lo sentimos todos los que tuvimos la alegría de conocerlo y de estar con él alguna vez. Reaparece la imagen de Ryszard, resignadamente inclinado mientras los asistentes a un taller con él, estampaban firmas y frases de admiración sobre su camisa. Me parece ver ese gesto entre abrumado y feliz en medio del cariño de sus colegas latinoamericanos.
Lo recuerdo como alguien que reveló la inmensa dignidad de ser periodista. Cada uno de sus libros los tengo alineados en mi biblioteca como textos imprescindibles te hace sentir orgulloso de ser periodista pero al mismo tiempo te interpela porque, vista con sus ojos, es una profesión en la que no hay pausas, ni trabajos perfectos. No basta ver y transcribir lo visto, es necesario, además entender y hacer entender la historia del mundo. Eso supone estudio constante, independencia sin concesiones y, sobre todo, una inextinguible pasión. Para él siempre había algo que corregir y hacer mejor. Estoy seguro de que Ryszard murió con la idea de que al día siguiente tendría que escribir una crónica mejor que las anteriores.
Sé que vivirá muchos años donde quiera que haya periodistas. Es uno de nuestros inmortales.