Víctor Roura es un periodista que comenzó su trayectoria a principio de la década de los setenta y que se encarga de coordinar la sección cultural de El Financiero desde 1988 (ha escrito una breve e instructiva historia de ese diario especializado). Ahora en “El apogeo de la mezquindad. Vivencias y decires en el periodismo”, realiza reflexiones, anotaciones y descripcione alrededor de la práctica del periodismo.
Para el autor, el medio profesional en que le ha tocado participar es uno cargado de envidias, rencores, hipocresías y vanidades. Es decir, como cualquier otro. Su credo: “Sólo el empecinamiento crítico, el estudio personal, el reconocimiento de los lectores y el empeño ético hacen al periodista”.
A diferencia de muchos él da nombres y ajusta cuentas. Pero luego se asusta de las consecuencias de sus actos, lo que le da un sabor especial a esta especie de autobiografía.
Roura comenzó en publicaciones especializadas en el ramo musical, otros podrían señalarlas como marginales. De allí pasó a unomásuno como reportero y fundó Las horas extras, por lo tanto cuenta con la experiencia para saber de lo que habla.
Le ha tocado sufrir amenazas, golpes, ruptura con amigos y no se calla esos hechos. Y la mayor parte de los involucrados cuentan con espacios en donde responder a sus señalamientos. Eso le otorga un valor especial al texto.
Pero sorprende que alguien que ha dirigido una sección de peso en periódicos de mucha importancia escriba que está marginado por el “establishment cultural”.
En las descripciones de periodistas nacionales relevantes, un personaje recibe un trato muy positivo: “Lo cierto es que la figura de Miguel Ángel Granados Chapa representa el ideal periodístico, por lo menos para el significado contemporáneo de la prensa en papel”.
En cambio, otros como Julio Scherer por el culto a la personalidad que se genera en torno a él en Proceso y sus manejos con los poderosos, Fernando Benítez y la creación de “La Mafia” y Héctor Aguilar Camín en sus relaciones con Salinas de Gortari, no salen muy bien parados.
El libro pierde efectividad por la falta de hilo conductor y sufre de altibajos, precisamente porque Roura no aplicó sus conocimientos como editor a su práctica como escritor. Es demasiado extenso, con lo que se vuelve repetitivo además de que comete errores garrafales, lo que indica un severo descuido de la edición.
La televisión mexicana no comenzó un 1 de diciembre, ya que los informes presidenciales son el 1 de septiembre (p. 266 el Mundial de 1998 no fue sólo “parisino”; realiza apreciaciones sobre William Randolph Hearst basadas en El ciudadano Kane y no en la lectura de alguna de sus biografías.
“El apogeo de la mezquindad…” es un texto valioso cuando el narrador se apega a lo que conoce: el periodismo en activo, el conseguir información. Cuando quiere pontificar se pierde en teorías que lo rebasan.
Esperemos que en algún volumen subsecuente Roura sea más autocrítico y, por lo tanto, aporte más a la historia del periodismo mexicano.
Víctor Roura, “El apogeo de la mezquindad”, Lectorum, México, 2012, 378 pp.