¡Peligro! Nos adentramos en una aventura narrativa
Existen tres condiciones fundamentales para toda narración: un personaje; acción que se traduce en tiempo que permita el devenir, (letras, palabras o imágenes que transcurren esclavas del tiempo que las dispone sincrónicas en busca de sentido un sentimiento, unidad mínima de toda narración. Así que de continuar conmigo, de seguir leyendo, se arriesga a explorar estos elementos, cualquier parecido con la vida real es, como ya sabe, mera coincidencia.
¿Personaje principal, protagonista o héroe?
Es difícil establecer una gradación o diferencia entre estos tres arquetipos narrativos, sin embargo, estas discusiones especializadas, en cierto modo bizantinas, me divierten mucho, se trata de disecciones complicadas como la de querer separar siameses que pudieran compartir órganos comunes.
El personaje principal, deduzco, es una mirada que conecta al mundo de afuera, de la “realidad”, con el de dentro , el de la “ficción”; comunica, lector o espectador, con el personaje, genera empatía; a través del personaje principal, fluyen los sentimientos.
El protagonista (principal competidor) actúa y desata la trama, sus actos detonan el devenir, son la senda que hace avanzar la historia.
Pero pongamos un ejemplo fílmico: la película “V de Venganza”, donde Evey es el personaje principal, nos presta su mirada y sus sentimientos para entrar en ese mundo. V es, sin embargo, el protagonista, sus acciones condicionan las de Evey Hammond. Ninguno de estos arquetipos es pasivo, siempre algo está en efervescencia, aunque sea en su psicología. Evey actúa pero es V quien incita, quien persuade, quien pone a prueba. Él tiene una filosofía que comparte con la muchacha. En algún sitio leí que el protagonista era quien experimenta el cambio más radical en el desenlace, lo que me parece algo complicado de determinar. Sigamos el ejemplo, Evey cambia radicalmente, se reporta hasta en su físico, después de ser una atractiva reportera de televisión, está rapada y viste masculinamente. Deja de ser estrella televisiva, para convertirse en revolucionaria. V estará siempre oculto por su máscara y su capa, sabe lo que quiere desde el principio y eso no cambia, pero se enamora y se sacrifica por proteger a Evey, muere.
¿Quién cambia más?
El héroe, nos dicen los expertos, es la suma de ambos, es la mirada y la acción, el sentimiento y la razón. En las obras narrativas donde un héroe transita, no se duda, existe un solo personaje importante, los demás acompañan, ayudan o impiden, importante labor del antagonista. Éste último, sin quererlo, moldea el camino del héroe al querer allanarlo, pero no siempre es una persona, se resume en una fuerza que puede ser externa o vivir dentro del propio héroe. La más elemental, se llama miedo.
Estos entes de ficción son como cuentas engarzadas al tiempo, fluyen por él, movidos por la trama de sus emociones, en un proceso paulatino de cambio y desgaste. Por supuesto que no es fácil ni pertinente el deslinde, por supuesto que hasta el héroe más valiente, a momentos, optará por navegar como puro sentimiento hasta recobrar fuerzas, actuará, en las vidas de otros, quizás inadvertidamente, como el protagonista que detona al héroe dormido, o será capaz de ser su propia inspiración y guía en una situación determinada. Uno y los tres, más aún, en el entramado de historias será antagonista que frustre, ayudante ocasional que acompañe, sombra que pasa por mera casualidad.
Toda historia es una historia de miedo
Todo sentimiento es, en sí mismo una historia, pero el miedo es el sentimiento primordial, parece estar agazapado tras el amor, la ambición, la locura o la muerte, desde luego. La forma en que un personaje reacciona a partir de este sentimiento básico, determina la acción. Nos dice José Antonio Marina en su Diccionario de los sentimientos que ante el miedo, se procede de distintas formas, éste se detona por el peligro, esta palabra en su origen significa ir hacia adelante, penetrar en algún sitio, aventurarse en lo desconocido (experimentar). Todo aquello que excede a la capacidad de previsión. Por tanto, se requiere de peligro, de aventurarse para que la trama vaya hacia adelante, el peligro es aliado del tiempo. Dice Marina que ante el peligro:
La agresividad lo interpreta como ofensa, reto, obstáculo
La impulsividad lo hace imperceptible
La confianza en uno mismo, lo anula
El orgullo o sentido del honor, lo desprecia
La fuerza, energía, ánimo, lo amenguan
La capacidad de sufrir, lo aguanta
El sentido del deber, lo resiste
La imprudencia, lo olvida.
Muchos son los filósofos y escritores que declaran que a quien hay que temer más es al mismo temor, miedo al miedo (Montaigne, Shakespeare, Leopardi y Roosevelt)*. Sin embargo, sin él no hay historia.
Ante una situación amenazante, el miedo es la respuesta, es una herencia evolutiva útil para reaccionar ante lo desconocido. Sospechan los expertos que es el sentimiento más antiguo, diseñado para que nuestro sistema nervioso responda a los peligros que fueron comunes en el pasado, acentúa la conciencia, agiliza los sentidos, pero también la imaginación. Tememos de los dioses, o más bien de la fuerza de la naturaleza incontrolable, impredecible e inexplicable, sentimos pánico, miedo grande sin fundamento, procede del dios Pan, miedo a los ruidos desconocidos de la naturaleza, o de sus manifestaciones que repartimos en esos primigenios seres de ficción llamados dioses. Son los mitos primeras narraciones, atentados por explicar nuestro miedo.
Decir que todo miedo es un reflejo del temor a la muerte es, en muchos sentidos, una obviedad, pero suponen algunos antropólogos que ante la incógnita sobre el estado que adquirían algunos parientes de rigidez absoluta, frío y paulatina corruptibilidad, los familiares, a quienes llevó algunas generaciones determinar como muerte, atribuían una forma de vida singular, les conferían poderes y decidieron enterra los para evitar el contagio. Los más antiguos enterramientos encontrados, dan cuenta de cadáveres dispuestos en extrañas posiciones, boca abajo, amarrados o hechos bola, es probable que esto fuera para evitar que escaparan y propagaran su horrible condición ¿Será acaso esto el origen de las historias de zombies y fantasmas?
Como ya dijimos, es la noción de peligro, riesgo o amenaza su detonante, sentimos miedo de lo incontrolable, lo nuevo, lo incierto y a la vez lo anhelamos. Es por eso que privilegiamos tiempos cíclicos, rituales que nos hagan sentir que transitamos por senderos conocidos.
Tramas comunes, tópicos, nos sentimos cómodos ante lo conocido y, secretamente deseamos lo desconocido, la aventura, la sorpresa. El delicioso y súbito susto, alteración repentina que hace que el corazón salte. El héroe es impávido, percibe el peligro pero no tiene miedo, puede ser valiente o temerario. Se alarma, es decir, es llamado a las armas y combate, recicla el miedo y lo convierte en amenazas, terror que infunde a sus enemigos para conservar o conseguir lo que desea.
El horror y el pavor petrifican, impiden la acción, el héroe no debe sentirlos, el personaje principal sí, tiene al protagonista que, como Prometeo le ayudará a revelarse.
El miedo puede ser representado por un cuervo, o un corazón delator, o puede ir y venir como las olas en el amor que, como nos dice Aldous Huxley “ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor”. Será que como Sherezada contamos cuentas para entretener a la muerte, para disimular nuestro miedo, para avanzar como héroes en terrenos desconocidos siempre y cuando no frenen la acción y como nos dice Francisco de Quevedo sin caer en “El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar” ¡No hay más que aventurarse para contar!
Referencias:
Marina, José Antonio y Marisa López Penas. Diccionario de los sentimientos. Anagrama: Barcelona, 1999.
Walton, Stuart. Humanidad: una historia de las emociones.
Taurus: Madrid, 2004.
Volpi, Jorge. Leer la mente. Anagrama: México, 2011.