Tomás Eloy Martínez: La denuncia como oficio

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Desde sus albores, la crónica periodística ha ejercido un papel relevante no sólo para el género sino que, además, ha apuntalado la labor de escritores que encontraron en ella una herramienta para retratar la realidad de manera fidedigna. Así nació el llamado New Journalism, que tuvo en autores como Norman Mailer (Los ejércitos de la noche) o Tom Wolfe (Ponche de ácido lisérgico) a sus exponentes más destacados en Estados Unidos, ambos en busca de la pincelada más adecuada para exponer al lector lo que acontecía tanto en las protestas contra la guerra de Vietnam, en el caso del primero, como en un mundo que estiraba sus límites para dar paso a modos de vida que rompían estereotipos sociales y enseñaban que la ley muchas veces va por detrás de los avances de la libertad, en el caso del segundo.

El New Journalism, no obstante, y como señala Soledad Gallego Díaz (El País, 2/II/10), tuvo a sus primeros exponentes años antes, en Latinoamérica, donde “ya existía un grupo extraordinario de periodistas (…) que habían convertido la crónica en uno de los grandes géneros literarios del continente”. Entre ellos puede mencionarse al peruano César Vallejo, al mexicano José Revueltas y al argentino Tomás Eloy Martínez, fallecido el pasado 31 de enero en un país que él mismo se encargó de enseñar a nacionales y extranjeros mediante una obra que trasciende géneros y demuestra cómo la fantasía de la literatura puede abrevar en la realidad diaria, o en la más cruda y asombrosa para incluso superarla y convertirla en el retrato de un pasado que, al menos en el caso latinoamericano, pareciera no terminar de acaecer, repitiéndose siempre, en un “laberinto de soledad” del que la región aún hoy no logra emanciparse del todo.

Tomás Eloy Martínez no renunció nunca a hacer del periodismo ese espejo fiel de las circunstancias que lo rodeaban. Desde sus obras más conocidas, como La novela de Perón, Santa Evita o El vuelo de la reina, hasta sus primeras crónicas, en particular La pasión según Trelew (denuncia de las atrocidades cometidas por la dictadura peronista, y que fue quemada públicamente), no cejó en describir esa realidad que hizo sucumbir a Argentina bajo el yugo de gobiernos populistas e intolerantes, donde la voluntad del amo sometía y acallaba la libertad y la opinión de la mayoría, so riesgo de la muerte o el exilio; este último lo padeció entre 1975 y 1983, razón que no fue suficiente para impedir la construcción de una obra que hizo de la denuncia y la inconformidad un arte mayor: por supuesto, no la que se hace escuchar mediante el grito estridente que silencia las ideas, más bien la que hace de la inteligencia un eje en torno al cual elevar un grito, denunciar un secreto, exhibir cómo Latinoamérica ese encierra en sí misma y opta por consumirse en esa cárcel de la memoria enterrada o pervertida que es el principio y final de toda dictadura.

Hubo, por desgracia e irónica fortuna, quienes eligieron el camino contrario. Ahí está el caso de Jorge Luis Borges, refugiado en la fantasía de una imaginación que sin mermar en cuanto a calidad literaria prefirió las luces de un pasado remoto o un mundo inexistente, creado por él mismo, a las sombras de los hechos que sucedían a su alrededor. Tomás Eloy Martínez pagó el precio del desafío, que no bastó para menguar un trabajo donde también hubo sitio para la creación literaria como tal: en Purgatorio (2008), su última novela, se describe la odisea de una pareja separada durante 30 años que al reencontrarse descubre las peripecias del tiempo que no pasa, la tragedia que la distancia impone a quienes la vida separa, el drama que es todo exilio, accidental o voluntario.

Así, un país, una ciudad, un sociedad que desde hace mucho ha sido superior a sus gobernantes encuentran en los libros de Tomás Eloy Martínez un retrato íntegro, sin las ambivalencias que permite la imaginación, monografía de un siglo plagado de tribulaciones ante las que sólo queda la denuncia, la palabra que señala, la crítica que reprueba, el tiempo que termina por poner cada cosa en su lugar pero que a su vez exige la labor responsable de quienes huyen de la comodidad para ser fieles a la conciencia: no la de intereses acomodados sino la que choca porque todo cambio serio exige actores comprometidos con la premisa de cualquier solución auténtica: la verdad. Los diversos homenajes y reconocimientos que tuvo TEM en vida y después de su muerte celebran esa vocación, la del periodista consciente de su papel en la sociedad.

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