¿Ya viste a esa falsa colegiala que dinamita toda preconcepción del rosa y del gris?
La camisa, estampada con florecitas y abotonada hasta el cuello, es prenda que podrías imaginar al torso de una tía solterona; los shorts bombachos de franela gris, en cambio, oscilan entre los pantalones cortos del educando británico y las calzas de un potencial cortesano versallesco. ¿La pièce de résistance? Las medias negras acanaladas, cuyas puntas asoman, coquetas, de unas sandalias blancas, coronadas por un moño infantil. Citizen confiesa que normalmente temblaría de solo ver el estampado de la camisa pero concede que la forma en que la chica integró el atuendo lo hace funcionar. anonymous admite que luce bien, si bien ella –porque infiero que se trata de una ella– jamás lograría el mismo efecto con prendas idénticas. ¿Y tú? (En cuanto a mí, no tengo demasiada vocación por el travestismo por lo que, de plano, ni me lo planteo.)
¿Ya viste a ese señor, parangón de sobriedad y, sin embargo, dispuesto su atuendo en el punto mismo en que insouciant rima con nonchalant? El traje gris: impecable. La camisa blanca: inmaculada, tanto como el pañuelo que luce a la sans façon en el bolsillo del pecho. El chaleco azul de punto: el elemento que salva el atuendo de una elegante banalidad. Los lentes oscuros: la marca del hombre de acción. Yo cuento ya las horas para imitar su ejemplo; no todos, sin embargo, son de mi opinión. El machacón(a) anonymous encuentra ls gafas demasiado afectadas. j.l deplora la ausencia de corbata. En cuanto a patagonia community, avisora –será por lo comunitario o acaso por lo patagón–, ha logrado identificar que, por sofisticado que luzca el hombre, lleva abierto un botón de la bragueta. (¿Será intencional? Lo dudo mucho pero… ¿qué crees tú?)
¿Ya viste? ¿Ya viste qué bien / qué mal / qué conservador / qué excéntrico viste esa mujer / ese hombre / esa anciana / ese gordo / esa diosa?
Ya viste, y ya dijiste. Y es que, antes de que vieras y dijeras, The Sartorialist había visto (y dicho, aun sin decir palabra) por ti.
Consigna el María Moliner que sartorio es un músculo del muslo, que se extiende oblicuamente en sus caras anterior e interna. Consigna, también, que deriva del latín sartor, que significa “sastre”, y aquí es donde viene en nuestra ayuda no el etimológico Corominas –que no hace sino confirmar que el español sastre también deriva de sartor– sino una notable página Web –llamada Online Etymology Dictionary y disponible en www.etymonline.com– que aclara que tal músculo –sartorius en latín pero también en inglés– lleva dicho nombre en virtud de su utilidad para flexionar las piernas en la manera en que necesitan hacerlo los sastres para cumplir con su trabajo.
Sartorial, sin embargo, en inglés, tiene un significado nada muscular pero sí más elegante y reposado: quiere decir relativo a la sastrería y, se entiende, a la buena sastrería, como bien consigna el Shorter Oxford English Dictionary. ¿Y Sartorialist? Se trata de un neologismo, creado para la autodenominación de quien es un experto en lo relativo a la sastrería, de quien se dedica al estudio de la buena ropa. ¿Autodenominación he dicho? En efecto, pues Sartorialist sólo hay uno: el que acuñara el término para referirse a sí mismo o, cuando menos, a su actividad principal. Sartorialist sólo hay uno y trabaja en la calle. Pero vive en Internet.
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The Sartorialist no nació: se hizo. Quien, en cambio, sí habría de nacer –de carne y hueso y un pedazo de elegante pescuezo– es Scott Schuman, quien lo hiciera en 1968 en Indianápolis, Indiana.
Tras estudiar mercadotecnia del vestido en la universidad de su estado natal, Schuman habría de recorrer algo más de las proverbiales 500 millas –730, para ser exactos– hasta llegar a Manhattan, donde habría de desempeñar una serie de trabajos respetables aunque poco vistosos en la industria de la moda: miembro del equipo de ventas y mercadotecnia de la casa Valentino y de la distribuidora Onward Kashiyama – entonces responsab l e de la presencia de diseñadores como Helmut Lang y Jean Paul Gaultier en el mercado estadounidense–, agente de prensa de algunos creadores de moda jóvenes (y más bien marginales), director, finalmente, de la división de moda masculina de la afamada tienda departamental neoyorquina Bergdorf Goodman. Y ahí seguiría de no haber sido por la necesidad de retirarse temporalmente para hacerse cargo de su hija, lo que lo llevaría a renunciar en 2005 y convertirse en lo que los gringos llaman un stay-at-home dad.
No que se quedara todo el tiempo en casa, eso sí. Schuman salía y, como buen neoyorquino, lo hacía a pie. Como puede suponerse, le gustaba la ropa; y, además, le gustaba la fotografía y, más importante, la gente. Así, comenzó a pedir a los transeúntes especialmente bien vestidos con que se topaba en sus diarios afanes les permitiera tomarles una foto, celebratoria de su atuendo. Muchos accedían y, así, juntó una gran cantidad de imágenes. Un buen día decidió subirlas a un blog, que actualizaría cada mes.
Así se hizo The Sartorialist (disponible en thesartorialist.blogspot.com).
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Datos duros (aunque glamorosos):
• The Sartorialist ha sido considerado por la revista Time como uno de los 100 actores con mayor influencia en el mundo del diseño. (Y es que si algo ha hecho es sistematizar y amplificar la influencia de la calle en la moda.)
• Además del blog, Schuman entrega mensualmente una edición especial de su trabajo fotográfico al portal style. com y GQ, ambos pertenecientes al grupo editorial Condé Nast.
• Lo que es más, desde hace algunos meses, la propia Condé Nast se encarga de la comercialización del blog, atraída por su clasificación en el puesto 42 mil 921 entre los sitios más visitados en internet –esto al cierre de esta edición y de acuerdo al confiable indicador Alexa–, lo que lo coloca, por ejemplo, unos 50 mil lugares por encima del sitio de la prestigiada revista de moda femenina Harper’s Bazaar.
Ya viste. (Y, claro, ya calzaste).