¿Qué es el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es.
El que inventó las cámaras de gas, pero asimismo es el ser
que entró en ellas con paso firme musitando una oración.
Viktor Frankl
Los héroes que nos dan sentido
En textos anteriores para esta revista he escrito de mi obsesión sobre los héroes, en alguna ocasión revisé la idea literaria sobre estos seres protagónicos; recientemente hablé sobre dos personajes que representan los grandes absolutos de bondad y maldad: Dios como héroe santo y Lucifer como héroe infausto.
Al revisar mis obsesiones que también incluyen a la narrativa y a la vida como la reina en esos terrenos de sentido, me percato de que me hace falta hablar de nosotros los hombres, protagonistas centrales de una historia única e irrepetible: la nuestra. Cuando me referí a Dios, admitiendo mi incredulidad, exploré la idea de consuelo que el personaje supone para los creyentes; cuando hablé de Lucifer traté de disculpar sus excesos a través de su entrañable rebeldía que contagió de inspiración a poetas románticos y contemporáneos; y si hablo de nosotros es para, en principio, comentar la vanidad que nos obliga el sentirnos centrales y la libertad de entender que no lo somos, la posibilidad de ser escritores de nuestra historia y de elegir ser héroes o villanos según convenga.
Efecto reflector
Brillamos en nuestra mente lo mismo para el triunfo que para el fracaso, obsesionados con nuestra propia historia creemos ser también trascendentes para los otros. El ego es el sol de este universo que flota en nuestra percepción y sobrevaloramos el significado que realmente tienen nuestros actos para los otros. Son muchos los psicólogos que estudian este fenómeno y como la ficción copia a la vida y yo estudio narrativa, copio a los psicólogos para entender el rol de los protagonistas. Así Gilbert & Gill en 1997; Piaget, en 1929; L. Ross & Ward, en 1996 han discutido el fenómeno de sentir que nuestro brillo social es más intenso de lo que es en realidad, a ese efecto de la mente lo llaman spotlight effect que me atrevo a traducir como efecto reflector. Seguramente esta noción guarda un importante mecanismo evolutivo puesto que si no nos sintiéramos importantes no lucharíamos por preservar la vida y acometer lo heroico. La desmesura es siempre nuestro pecado, por tanto, el peso de nuestro protagonismo resta libertad o nos conduce a la desilusión. En el primer caso, al sentir que los reflectores nos apuntan, cada uno de nuestros actos nos conduce a sentir culpa o temor por cuanto hacemos. Un estudio hecho por la Universidad de Yale en este sentido pidió a un grupo de alumnos que eligieran la imagen de un personaje para portar en una playera, aquél que sintieran más ridículo o vergonzoso (Hitler y Barry Manilow fueron triunfadores indiscutibles, haciendo la traducción para Latinoamérica en los mismos términos eso equivaldría a usar una playera de Chávez o Arjona ¿No?) Se eligió la del cantante, previamente se preguntó a las víctimas que cuántos de sus compañeros notarían su ridícula playera, los jóvenes hicieron especulaciones estratosféricas y la realidad los abofeteó con la indiferencia. Lo que nos da la tranquilidad de saber que nadie nos juzga con tanta rudeza ni por tanto tiempo, pues para su propia historia somos, apenas, un personaje más eclipsado por su propio protagonismo.
El otro aspecto es el de la grandiosidad que supone que nuestros triunfos serán percibidos como trascendentes, logrando un éxito inmediato, la triste realidad es que cuando volvemos de aquella junta donde nuestra intervención nos pareció la más brillante de la noche; nuestro artículo, el más elocuente; nuestro beso, el más inolvidable; y nos sentamos a esperar la retribución, que doble el salario, nos catapulte al reconocimiento público o inspire una película de amor ganadora al Oscar. Nuestras ilusiones no dejan de ser un ave pasajera. No quiero con esto restar la espectacularidad de nuestro papel en la historia pero, bien visto, nos obliga a ser humildes, a esforzarnos y a vivir con la libertad de saber que hagamos cuanto hagamos el mundo no está sostenido de nuestra espalda, como sí lo estaba del pobre Atlas que aunque fuerte, vivía una existencia aburrida, o como lo percibía la pobre de Jude que sentía el peso sobre los hombros y el buen Paul McCartney le invitaba a sacudirse.
Cuando el personaje principal no es el protagonista
En teoría literaria existe una propuesta que distingue entre un personaje principal, un protagonista y un héroe. El primero, es quien acerca al espectador a la historia, es muy importante pero durante la aventura su carácter no cambia, en mis clases pongo el ejemplo del legendario asesino Hannibal en la obra El silencio de los inocentes, sin él no hay historia, pero su persona no cambia; el protagonista es quien mueve la trama, usando el ejemplo anterior esa sería la detective Clarisse que comienza siendo una ingenua principiante y rumbo al final cambia trascendentalmente. Por su parte, el héroe es la suma de los dos, es nuestra ventana a la aventura y cambia para ser un ente renovado al final de la historia. ¿Y tú qué quieres ser principal, protagonista o héroe?
Héroes
A todos nos gustaría ser héroes pero por nuestras experiencias con seres reales y ficticios, resulta más fácil suponerlos miembros del segundo equipo. Sentimos que nacieron destinados a lograr lo imposible, nos muestran que hay que afrontar la vida con independencia y responsabilidad, en mitología son favorecidos por los dioses. Pueden ser guerreros ilustres. Pero siempre están destinados a lograr lo aparentemente imposible. Ganan gloria y tras su muerte se divinizan o sirven de ejemplo. Son muestra de tenacidad, servicio e incorruptibilidad. Llenar sus zapatos resulta difícil pero sí podemos, por lo pronto podemos extraer una constante, el héroe siempre encuentra un sentido de vida y un proyecto que renovar. Como dijimos en el apartado anterior el héroe debe cambiar, sale de su zona de confort y se arriesga para encontrar sus talentos y descubrir nuevas rutas.
Otro psicólogo, Philip Zimbardo, se obstinó en estudiar el mal, escribió un libro que llamó El Efecto Lucifer y fungió como abogado de uno de los soldados acusados por maltrato en la prisión de Abu Gurayb, su argumento es que la maldad es sistémica y el individuo por temor a la autoridad es capaz de cometer actos atroces. También fue célebre por el experimento que condujo en la Universidad de Stanford donde dividió a sus alumnos en dos grupos: unos serían prisioneros y otros carceleros en un simulacro de prisión que albergó la misma universidad. El experimento desató la violencia y hubo que pararlo. De sus experiencias con el mal, incluyendo su propia infancia en el Bronx, decide dejar al mal por la paz y extrae que ante circunstancias adversas o de maldad, siempre hay unos cuantos que resisten la autoridad, que se rebelan y deciden optar libremente, se alejan del daño y la violencia. A esos rebeldes son a los que llama héroes, mentes independientes, no alienadas con el sistema que son capaces de resistir órdenes injustas. Así que decide optar por el estudio de ese temperamento y crea un proyecto que se llama The Heroic Imagination Project (HIP) que consiste en una organización con fines no lucrativos que invita a que eduquemos a nuestros niños para ser héroes, es decir, pensadores independientes y éticos.
En principio desconfío de todo cuanto se eleva a nivel de programa, dogma o modelo pero es notable que desde hace tiempo existan esfuerzos por estudiar, desde la psicología, al hombre en otros términos, por ejemplo la psicología positiva se aleja de lo clínico y nos invita a mirar a aquellos seres que logran adaptarse y ser exitosos. Esta escuela es encabezada por el psicólogo Martin Seligman y presenta gran influencia de Boris Cyrulnik quien adaptó el término resiliencia al comportamiento y del inventor de la Logoterapia Viktor Frankl que señala que es la búsqueda de sentido lo que hace que un ser humano se aferre a la vida.
El resiliente, nos dice Cyrulnik, es aquel que, al recibir un gran golpe, se adapta dividiéndose, la parte dañada sufre necrosis, la otra, mejor protegida, sana pero secreta, reúne con la energía de la desesperación todo lo que puede seguir dando un poco de felicidad y sentido a la vida. “Sufriente pero feliz”, “Herido pero resistente” como las dos partes del arco que sostiene el centro, ambas fuerzas logran el equilibrio que hace del dolor una forma de resistencia que obliga a ser feliz.
Frankl, por su lado, dice que vivir es algo real y concreto que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso, significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ella plantea. La logoterapia es la tercera escuela vienesa de psicoterapia, se centra en el significado de la existencia humana y en la búsqueda de sentido por parte del hombre. Un hombre nunca es impulsado por una conducta moral, más bien ésta tira de él, en cada caso concreto decide actuar en sintonía con una causa con la que se identifica o por la persona que ama o por un proyecto personal o por la gloria de un dios.
Zimbardo define al héroe como esos raros individuos que pueden lograr lo extraordinario, que no temen arriesgarse. Para este psicólogo todos somos potencialmente héroes, esta conducta no es ni debe ser una provincia exclusiva del valor físico, sino territorio del comportamiento ético donde actúen seres con el valor de defender sus ideas.
“Cada noche me cuento una historia que me permite seguir despierta”
Cada persona es un debate entre la historia íntima y el discurso social, con una madeja de lana biológica, pasamos nuestra vida tejiéndonos a nosotros mismos. Somos la historia que configuramos a partir de nuestras búsquedas de sentido, de la reconfiguración del personaje al que aspiramos, la máscara que deseamos portar ante los otros. Nuestros diálogos son siempre testimonios biográficos que presentamos sobre la mesa para existir en la mente de otro y tener la ilusión de ser comprendidos. Por tanto la vida humana nos obliga a elaborar una historia y a buscar finales felices para no reducir la existencia a una serie de eventos aislados por la sobrevivencia.
Quizás el héroe es el autor de su aventura que entiende que entre todos fabricamos una historia común, donde no hacen falta reflectores, ni finales felices, sino caminos solidarios donde la muerte es el fin de la vida, pero no el final de la historia.
Referencias:
Cyrulnik, B. (2001) La maravilla del dolor. Barcelona: Boris Frankl, V. (2011) El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.
Gilbert, D. T. (1989). Thinking lightly about others: Automatic compo- nents of the social inference process. In J. Uleman & J. A. Bargh (Eds.),
Unintended thought (pp. 189-211). New York: Guilford Press.
Piaget, J. (1926). The language and thought of the child. New York: Harcourt Brace.
————— (1929). The child’s conception of the world. London: Routledge & Kegan Paul.
Ross, L., & Ward, A. (1996). Naive realism in everyday life:
Implications for social conflict and misunderstanding. In T. Brown, E. Reed, & E. Turiel (Eds.), Values and knowledge. Hillsdale, NJ: Erlbaum.
Seligman, M. (2011) La auténtica felicidad. Madrid: Zeta Bolsillo.
Zimbardo, P. (2007) The Lucifer effect : understanding how good people turn evil. New York : Random House.