“El servidor público está para servir en el cargo y no para servirse del cargo”. Esta frase que nuestro ombudsman nacional dirigía a algunos de quienes tenemos el honor y responsabilidad de trabajar por la promoción y vigencia de los derechos humanos en el país, da en la médula de lo que a mi juicio constituye el quicio de tantos problemas que aquejan nuestra vida política.
Basta con abrir los ojos al caminar por las calles de nuestras ciudades y municipios para advertir los casos de pobreza, o verse en la necesidad de acudir ante alguna autoridad ministerial a presentar una denuncia o, simplemente, pretender realizar un trámite administrativo, para palpar los niveles de indolencia y corrupción que aún privan en una parte de quienes se ostentan como “servidores” públicos.
No es raro que una de las principales banderas del gobierno federal entrante, plasmada en el Pacto por México y suscrito por las principales fuerzas políticas del país, se refiera a la creación de un sistema nacional contra la corrupción que, mediante una reforma constitucional, establezca una Comisión Nacional y comisiones estatales, con facultades de prevención, investigación, sanción administrativa y denuncia ante las autoridades competentes por actos de corrupción.
Es importante, sin duda, que se investigue y sancione al servidor público corrupto, para lo cual ya se cuenta con la legislación y las instituciones encargadas de aplicarla. Sin embargo, pienso que la solución de fondo radica, más bien, en hacer entender al servidor público que su obligación es servir en el cargo, que se denomina así, cargo, porque debe concebirse como una carga, como un deber que implica una alta responsabilidad, a la par que el gran honor de servir a la Patria. Quienes trabajamos en las distintas instituciones, poderes y órgano del Estado no somos funcionarios, porque no se reduce nuestra labor a funcionar o hacer funcionar recursos de la sociedad, sino a servir a los demás.
Para actuar con sentido ético no bastan las reglas y las instituciones que las hagan valer, sino desarrollar la capacidad volitiva del servidor público, a fin de que detrás de cada una de sus decisiones impere la ética, ese conjunto de normas morales que debe regir la conducta de las personas en cualquier ámbito de la vida, incluido el profesional.
Pudiera empezarse por rescatar esfuerzos como el de la CNDH, en donde contamos con un Código de Ética y Conducta,1 en el cual se establece una serie de valores éticos y sociales, que constituyen el deber ser en la actuación del personal de la Comisión: respeto a la dignidad de la persona, respeto a la vida, respeto a la libertad de los demás, respeto a las leyes, honestidad, honradez, orden, justicia, equidad, igualdad, responsabilidad, confianza, integridad, respeto, tolerancia, confidencialidad, veracidad, lealtad, imparcialidad, solidaridad, prudencia y transparencia.
Quizás habría que partir del hecho de que, en muchos casos, el servicio público en México no cuenta siquiera con herramientas de estas características. Guías para facilitar la actuación de quienes trabajamos con nuestras capacidades al servicio de la realización del bien común, mediante el recto y transparente uso de los recursos del Estado.
Nuestro país requiere de un servicio público que apele a los valores de la democracia, principalmente del diálogo y la búsqueda de acuerdos. De un servicio público
honesto, confiable y profesional. Es lo mínimo que se debe ofrecer cuando se busca construir gobernanza de modo que se fortalezca el vínculo entre gobernantes y gobernados, y con ello restablecer la confianza en nuestras instituciones.
En el siglo XVIII, Edmund Burke compuso un largo y famoso pasaje, en que definía lo que a su juicio constituían los estándares mínimos de la excelencia política. Esas características que debían acompañar a todo buen servidor público:
Aprender a respetarse a sí mismo. Estar habituado al escrutinio público. Tener tiempo para leer, reflexionar, conversar. Poseer la habilidad de ganar el favor y la atención de los sabios y letrados. Ser guiado a una conducta reservada y regulada, derivado de la conciencia de que tus conciudadanos te consideran un maestro de su más alta estima, y que actúas como conciliador entre
Dios y el hombre….
Hoy que en México han cambiado las personas al frente de los cargos públicos más importantes de los poderes ejecutivo y legislativo, tanto a nivel federal, como de algunas entidades de la República, es preciso retomar, una vez más, el tema de la necesaria e innegable relación entre la ética y el servicio público.
Nota
1 http://www.cndh.org.mx/Codigo_Etica_Conducta