La respuesta del deteriorado gobierno mexicano a la rebelión pequebú por el gasolinazo fue el recorte y la austeridad; pero conforme pasaron las semanas, el citado “ahorro” se escurrió y diluyó entre pretextos y recursos legales.
La estructura presupuestal de privilegios que acompaña a los altos funcionarios del servicio público desde las épocas del partido casi único quedó prácticamente intacta en esta ventana de oportunidad desperdiciada por la errática (des)movilización de enero.
Para el día 20, todo cambió al comenzar el sainete fronterizo con la llegada de Donald Trump a la Presidencia de EU; los peores pronósticos se cumplieron y México se volvió el blanco principal de la ofensiva trumpiana, en particular con la pretensión de pasarle la factura de la construcción del muro y con la puesta en suspenso del TLC. Y en ese momento de grave situación diplomática, el gobierno se enfrentó a un acendrado síndrome anti-EPN inoculado entre los mexicanos.
Inclusive cuando observadores externos evaluaron positivamente la actuación del gobierno mexicano, por ejemplo su decisión de cancelar el 26 de enero el encuentro en Washington, que fue considerada elogiosamente por MSNBC, BBC y El País, domésticamente era considerada tardía y cobarde.
El siguiente capítulo del sainete llegó con la maniobra de las filtraciones y la manipulación mediática: Washington soltó un mendrugo aderezado (llamada telefónica, amenaza de invasión, titubeos de EPN); la prensa y los aguerridos antipeñistas se tragaron completo el ardid y vapulearon al gobierno de México; finalmente, EU concedió un desmentido oficial que “graciosamente salvó” a Peña de la tormenta. Así, la clásica herramienta gringa para dinamitar al gobierno con el que debe negociar; y los tontos útiles de nuestro lado del Río Bravo cayeron redonditos.
Hubo un segundo intento, (¿Videgaray ayudando a redactar un discurso de Trump?), pero la maniobra ya no fructificó tan intensamente como la primera vez… Tal vez aprendimos, aunque sea un poco, del episodio.
Y entonces comenzó a surgir un impulso interno, genuino pero difuso: expresiones de rechazo a Trump y apoyo a México (pero no a su gobierno ni a su partido, se aclaró casi desde el principio). En un primer momento se expresa en las redes con banderitas en muros y perfiles; más tarde, en una marcha ciudadana que tuvo lugar el 12 de febrero. Pero del sospechosismo inicial comenzó a fraguarse un rechazo interno agresivo y terminante: Trump no importa, lo que urge es que Peña renuncie… La división y la intolerancia se apropian del país en el momento mismo en que pretende una respuesta unificada. Inclusive en la mera reflexión de la coyuntura se intenta establecer una especie de censura contra analistas no legítimos (calificados de comparsas o títeres o lacayos del mal):
No sé por qué, leyendo las jeremiadas de los “puros” que execran a tal o cual intelectual por ser parte de la “mafia del poder”, y lo excluyen de un frente común en defensa del interés nacional frente al Pelos de elote, recuerdo (toda proporción guardada) a los comunistas en la República de Weimar, que decían que los socialdemócratas eran “peores que los nazis”, y fueron consecuentes con sus dichos, y a todos, comunistas y socialdemócratas, se los cargó el chamuco disfrazado de cabo austriaco y pintor de mala brocha… (Lo anterior no implica que los socialdemócratas fueran hermanitas de la caridad, eran unos hijos de su pelona, pero nunca “peores que los nazis”): Gustavo Hirales.
De la marcha convocada por la sociedad activa no partidista (las famosas ONG) su exhibición de músculo no fue muy contundente. Y con divisiones, para colmo… Ello es relevante porque de ese sector surge un considerable impulso para construir una candidatura presidencial independiente para 2018.
El supuesto momento de la unidad se convierte en división magna y encono, justo cuando nos embarcamos en la antesala del proceso electoral más complicado de nuestra historia moderna: el traspaso del Poder Ejecutivo Federal, en el marco de una ofensiva trumpiana que sólo promete intensificarse con el paso del tiempo, y ante la mayor disgregación esperada de votos de nuestra historia.
Es muy posible que tengamos a nuestro primer Presidente con el 30% (o menos) de la votación nacional. Hasta ahora, la votación presidencial mexicana ha alcanzado porcentajes mayores al 40%, que ha permitido que el Presidente tenga el apoyo de una fracción parlamentaria, si no siempre mayoritaria, sí cercana a la mitad más uno (mayoría operacional mínima).
Pero la deslegitimación de los partidos y la política, más el estancamiento derivado de la crisis de 2008 y el surgimiento de liderazgos exitosos globalifóbicos y proteccionistas en muchas partes del globo, configuran por primera vez para México la posibilidad de contar con al menos tres candidaturas presidenciales punteras, similares en peso y convocatoria, lo que producirá una disgregación del voto sin paralelo en nuestra historia.
“El único político que no tendrá que competir o moverse por estar en la boleta de 2018 se llama Andrés Manuel López Obrador. Los demás presidenciables no lo tienen seguro”: Pascal Beltrán del Río.
Agreguemos a ello que la competencia interna, salvo en Morena, será intensa y complicada, por lo que las candidaturas resultantes pueden ser frágiles y objeto de presiones y vendettas de las facciones perdedoras. Así pues, las opciones que se perfilan para 2018 son las siguientes:
a) El PRI y sus aliados (viejos y nuevos) con un electorado amarrado y de amplia extensión territorial, estará fluctuando los veintitantos puntos porcentuales, como se deriva del análisis de sus resultados en 2015 y 2016, considerando el voto de castigo del año pasado y estimando un incremento moderado por 2017.
Una pequeña digresión: El PRI se enfrentará este año en el Edomex a una elección por la gubernatura que será crítica para sus intereses futuros: perder esta posición (por primera vez en la historia) sería fatal para su proceso interno de nominación presidencial y sus posibilidades en los comicios de 2018. El haber saboteado la alianza PAN-PRD fue un primer triunfo para ellos, pero aún no la tienen segura: PAN arranca la contienda prácticamente empatado y Morena, tan cerca de ambos, puede repetir su numerito al estilo Veracruz 2015.
b) El PAN fue el que tuvo los mejores resultados en las elecciones inmediatas anteriores y capitalizó mucho del voto de castigo de 2015 y 2016; en 2018 (probablemente sin alianzas mayores) tendrá un porcentaje de entre 25 y 28%, que lo pone en la antesala como contendiente serio. Por supuesto que en el PRI y en el PAN todavía no tenemos candidatos oficiales, por lo que cualquier estimación debe ser considerada completamente provisional.
c) Morena por sí solo no alcanzó los dos dígitos (salvo en CDMX en 2015 y un par de estados en 2016), pero tendrá a su favor el voto antisistema y el capital acumulado por 12 años de campaña de López Obrador, lo que me parece lo pondrá alrededor de los veintitantos puntos porcentuales también.
d) De una a tres candidaturas independientes, que difícilmente serán competitivas a menos que logren construir una coalición afortunada encabezada por un candidato carismático, que logren en el ámbito nacional un fenómeno sorpresivo y fresco mutatis mutandis como el que desató Javier Corral en Chihuahua en 2016… Se ve poco probable.
e) El PRD no tiene oportunidad, inclusive en alianza con la chiquillada de ese lado de la acera ideológica; peleará para mantenerse en dos dígitos y tal vez ni eso logre…
Es trágico para ellos, porque con la decisión del Edomex, el PRD desperdició una oportunidad de oro de volverse co-gobierno en 2018. Su 10% podría ser decisivo para determinar al ganador de entre los tres punteros: es el partido bisagra de esta coyuntura, pero sin el dispositivo de la segunda vuelta o el gobierno compartido sólo podría usar esa fuerza mediante alianzas. Para colmo, si las cosas le resultan adversas en 2018, tal vez no sobreviva para la intermedia de 2021.
Muchas cosas cambiarán con el factor Trump pero conviene acotar, así sea como ayuda de memoria, que de acuerdo con los datos históricos, para ser Presidente se necesita ganar Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Colima, Chihuahua, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Yucatán; y no es indispensable vencer en el Estado de México y la Ciudad de México.
Lo único seguro es que, llegue quien llegue, gane quien gane, tendremos un Presidente de la República con un tercio de la votación, quien enfrentará el mismo clima de desconfianza y exigencia ciudadana de ahora, por lo que tendrá que negociar con el Congreso prácticamente cada movimiento. No tendrá los instrumentos necesarios para gobernar solo, a menos que en estos meses se le amplíen facultades o se implementen nuevos mecanismos de gobernabilidad, como la segunda vuelta y el gobierno compartido. Ambas cosas deberían comenzar a trabajarse legislativamente ahora, o ya no habrá tiempo… Y pese a que ya hay una propuesta en juego, se ve difícil.
Alimañas
En la campaña presidencial de 2012 hubo dos pasarelas de candidatos realmente desagradables e impropias; una fue ante el vicepresidente de EU, Joe Biden (en marzo,de visita oficial en México) y otra frente a la asamblea de obispos católicos (en abril).
Hay que decir que aunque ahora se quieran manejar distintas versiones, basta asomarse a los periódicos de esas fechas para constatar que TODOS los candidatos y partidos fueron participantes entusiastas de ambos cuestionables encuentros. Y los medios, felices por supuesto. El asunto tiene su miga porque en los siguientes meses nos veremos sometidos como país a distintas presiones de fuera y de nuestos grupos reales de poder para conducir el proceso político conforme a sus intereses y agendas…
Tan solo mantengamos siempre como divisa que pese a sus problemas, nuestro sistema jurídico y político cuenta con los mecanismos institucionales para procesar esas y otras demandas.
En las redes pulula una campaña de consumir “lo nuestro” y darle la espalda a lo extranjero (estadounidense, particularmante), pero esta disposición, más un estado de ánimo vindicativo ante nuestras recientes dificultades internacionales, deja de lado que la globalización ha hecho una jugarreta difícil de dilucidar con fórmulas genéricas, pues es frecuente que productos con etiqueta o marca foránea contengan fuertes componenetes mexicanos en su elabaoración; y viceversa.
A menos que se ofrezca un estudio más serio y detallado, estas proclamas son como el gis sordo de la televisión cuando no transmite nada: estorboso e inútil.
Un caso digno de mención es el de Starbucks, empresa que comenzó a ser boicoteada en México pese a que en Estados Unidos la compañía se ha opuesto al activismo intrusivo de Trump, y al hecho de que la sección México ya no pertenece al conglomerado estadounidense:
A propósito de la demanda en redes por la renuncia de Peña Nieto en los momentos más candentes del primer round contra Trump, por parte del mismo grupo que se dice “vocero del pueblo“ (junto a distintos aliados de temporal), conviene recordar que son los mismos personajes y corrientes que han azuzado todos estos años con la cantaleta de “Renuncia EPN“ y “Fue el Estado“; y que ya habían ensayado su golpismo vergonzante con el “No más sangre“ y su demanda de renuncia y juicio a Felipe Calderón por genocidio.
La virtud máxima de la democracia es que nadie gana (y por ende, tampoco pierde) definitivamente, de una vez y para siempre; el sistema presupone la revancha, poder convertir la derrota de hoy en victoria mañana… Simplemente hay que saber perder y volver a competir corrigiendo lo que haya que corregir.