Nadie sabe a ciencia cierta los fundamentos teóricos del nuevo modelo de economía moral propuesto por el presidente. Sólo nos queda analizar algunas de las acciones y resultados hasta el momento. Antes de la llegada del Covid a México, la economía ya estaba prácticamente en recesión debido principalmente a la pérdida de confianza para invertir en nuestro país. El detonante sin duda fue la cancelación del aeropuerto en Texcoco sin una justificación económica y mediante una simulada consulta popular. ¿Por qué no se sancionó y subsanaron los supuestos actos de corrupción, en lugar de tomar una decisión radical y claramente antieconómica? El resultado: no se combatió la supuesta corrupción y sí se generaron dudas sobre la racionalidad económica del nuevo gobierno.
El discurso polarizante y la narrativa gubernamental que divide y enfrenta a la sociedad en “los de arriba y los de abajo”, “ricos y pobres”, “conservadores y liberales”, tal vez pueda ser una estrategia política efectiva para afianzar su base electoral de apoyo, pero resulta muy perjudicial para el ambiente general de negocios; el mejor programa social para combatir la pobreza es generar las condiciones necesarias para la creación de empleos formales bien pagados y esto solo se logrará con un discurso conciliador que una, en lugar de dividir, y que propicie un ambiente de paz y concordia. El plan para proporcionar apoyos con programas sociales clientelares permanentes al 70% de las familias en nuestro país, simplemente no es sostenible.
La drástica austeridad impuesta en ciertas áreas del gasto público, en medio de un ciclo recesivo, y la continuación de grandes proyectos con poco valor agregado no tiene ninguna lógica económica. Los efectos perniciosos de la pandemia, sumados al rechazo del gobierno para implementar planes temporales de ayuda para mantener los empleos productivos, en tanto duren las restricciones sanitarias que imposibilitan operar plenamente a una gran cantidad de empresas, ocasionaron que la economía colapsara; el PIB registró una contracción del (-)18.7% durante el segundo trimestre del 2020, confirmándose la peor caída en la historia para un trimestre, desde que se tiene registro.
Las restricciones de facto para que la iniciativa privada invierta en los sectores eléctrico y de hidrocarburos, al tiempo que se privilegia a los monopolios gubernamentales y el desdén por las energías renovables, están dificultando aún más la recuperación económica.
El presidente reiteradamente habla de que las empresas deben tener “ganancias razonables”, sin entender que el papel del gobierno es facilitar la libre competencia en todos los mercados, que es la única forma de asegurar buenos productos y servicios a precios competitivos. Hace unos meses, y ya en plena pandemia, aseguró que su gobierno generaría dos millones de nuevos empleos este año; muy pronto el presidente constatará que los empleos productivos no se pueden crear por decreto.
En fin, hasta el momento el improvisado modelo de economía moral propuesto por la 4T ha generado incertidumbre y pérdida de confianza para invertir, que son la base para el crecimiento económico, el desarrollo y el bienestar de todos los mexicanos.
La nuevas leyes propias de un régimen autoritario, que facultan al Poder Ejecutivo para congelar cuentas y aplicar la extinción de dominio sin la convalidación previa del Poder Judicial, vulneran los derechos de propiedad privada, ocasionando inseguridad jurídica a la inversión. Los reiterados amagos para cambiar las reglas del juego, como la pretendida prohibición de los modelos legales de subcontratación utilizado en todo el mundo y tan necesarios en los esquemas flexibles que demandan las economías modernas, complicarán sin duda el panorama.
La confianza no se recuperará anunciando algunos compromisos de inversión privada en grandes proyectos, ni insistiendo en un supuesto nuevo modelo económico experimental. Lo que urge es consolidar un modelo de economía de libre mercado con responsabilidad social, que posibilite la inversión y apertura de millones de nuevas pequeñas, medianas y grandes empresas, asegurando un entorno general favorable al emprendimiento.
La confianza no se decreta ni se pacta, se construye todos los días.