Desde hace 42 años, cuando escribo, la sensación ha sido la misma. Persiste esa mezcla de emoción e incertidumbre que transito con los ruidos del teclado como los pasos sin rumbo del caballo y, entonces, confirmo que somos dueños de las palabras pero no de su destino.
Hago la semblanza de Ana Luisa Peluffo no porque fuera vedette sino porque fracasó cuando quiso serlo, a principios de 1970 en el mítico cabaret “La fuente”. No tuvo la gracia de las bayaderas ni el gorjeo de las aves, por lo que pronto surcó otro destino. Tenaz, acudió al cine donde sí cumplió el sueño de ser una de las mejores vedettes de la pantalla. Me explico.
Ella fue la primera dama en desnudarse en el cine nacional y, aunque sólo fuera por eso, el tributo es inapelable. El milagro ocurrió en “La fuerza del deseo” (1955) junto a Prudencia Grifell, pionera del teatro de revista que, en su época, también retó a la sociedad pudibunda. Además, es la primera actriz que brilló como vedette en el cine como consta en “Nacida para amar” estrenada el jueves de septiembre de 1959 en el Metropolitan del D.F. Es la historia de la vedette que trastornó a México en los años 20. Se llama Lola, como la cantante y bailarina que interpretó Marlene Dietrich en “El Ángel Azul” (1930).
La revista Cine Mundial difundió que todos querrían descifrar su identidad. Unos creerán que es Lupe Vélez, otros que María Conesa “La Gatita blanca”. Habrá quien nombre a María Tu bau y otros a Celia Montalván. Los editores aclaran que, más allá de elucubraciones, el mayor atractivo es Ana Luisa Peluffo y coincido (junto al gusto que me da la presencia de Amparo Arozamena en el filme porque ella es una de las mejores vedettes de los años 30).
Ana Luisa Peluffo no es la primera actriz que en el celuloide fue una gran vedette pero en la vida no. Algo así pasó con Kitty de Hoyos y Sasha Montenegro. Pero a diferencia de ellas la beldad queretana inició su carrera por convencimiento y no por capricho de su mamá (como le pasó a De Hoyos) o como recurso de vida (como hizo Sasha). Desde los 19 años Ana Luisa debutó en “Tarzán y las sirenas” (1948) con Johnny Weissmuller, en su último papel como “Hombre mono”, e hizo más de 70 películas. (El formidable nadador, por cierto, fue esposo de Lupe Vélez).
Wikipedia afirma que Ana “regresó a sus raíces en los años setenta y ochenta al hacer varias escenas de desnudos en diferentes películas”. No aprecia sus virtudes histriónicas. En una batería de citas destacan “Pasión prohibida” (1956) donde es una púdica cantante de cabaret enamorada de un reo (Luis Aguilar). En 1957 repite como cantante en “La mujer marcada” junto a Joaquín Cordero. Luego en “Las señoritas Vivanco” (1959), con la traza meliflua de la época, alterna con Prudencia Grifell, Sara García y Pedro Armendariz. Ese año, en “Dos fantasmas y una muchacha” hace compañía a Germán Valdés “Tin Tan” y Manuel “Loco” Valdés. En “El fantasma de la opereta”, también con “Tin Tan”, navega su voz tersa en coplas españolas, también en un cabaret, enfundada en pantalones entallados. “Jóvenes y rebeldes” (1961) es un melodrama donde actúa un par de minutos como ella (igual que Sonia Furio) a lado de Adalberto Martínez “Resortes” y Lorena Velázquez. Una de las grandes escenas de su carrera ocurrió ahí, al bailar “See you later alligator”, con la presencia en el escenario de Bill Haley y sus Cometas. Sin jactancia ni cabriolas, su donaire mismo era virtuoso, elegante. No tuvo aspavientos más que su sonrisa plena acompañada de sus hombros delgados y festivos.
Los años 60 fueron los menos fecundos en su carrera.
En los 70, Ana Luisa acudió a dramas, comedias y cintas de terror de mediana manufactura. Destacan tres: “La venida del Rey Olmos” (1971), sobre el fanatismo de las sectas. “El valle de los miserables” (1975), un útil espejo de la explotación de los trabajadores de tabaco durante el Porfiriato, y “Una rata en la oscuridad” (1979), trama que mezcla terror y erotismo, donde Anaís de Melo logra una buena actuación y muestra su cuerpo de ciervo al natural. En 1980, Ana Luisa sobresalió en “Perro Callejero”, un relato sobre narcotráfico y prostitución, compartiendo créditos con Blanca Guerra y Erick del Castillo.
La carrera de Ana Luisa Peluffo fue prolífica y versátil, actuó en más de setenta películas, 17 telenovelas y tres obras de teatro. Nada de ello implica relegar que la artista arribó a los cayos decadentes de la sexy comedia. Fue una de las anabolenas de Pedro Navaja (1978) con todo y su belleza otoñal e integró el gineceo de ficheras. Pero el viaje más cierto y justo es reconocer su participación en la película “La fuerza del deseo” porque tuvo la potencia histriónica y la certeza de mostrar sus montículos enhiestos a la intemperie, tan sólo unos instantes, sabiendo que con ello desafiaba a la censura oficial respaldada por la gente que se cree depositaria de la moral. Tenía 26 años. También suscitó adhesiones y ofertas de contratos en Europa. Lo mereció porque además de esa cinta emblemática, en 1956 filmó “La ilegítima” y “Diana Cazadora”. De esta manera engrosó para siempre en la osadía de los desnudos parciales junto a Kitty de Hoyos (“Esposas infieles”), Columba Domínguez (“La virtud desnuda”) y Mary Esquivel (“Zonga, el ángel diabólico”) entre otras cintas de los años 50.
Gracias a estos intentos tenemos más libertad aunque los seres políticamente correctos ahora los condenen. Ana Luisa usó minifalda con sus largos y torneados perniles, posó en bañador y mostró su silueta serpenteante. Habló de la independencia femenina justamente cuando las señoras decentes no podrían vestir así ni decir eso. La industria, hay que decirlo, asimiló esos cambios culturales -ahí había un gran negocio- y, sin dejar de reflejar la moralina imperante, hizo otras ofertas (el cine de rumberas por ejemplo, aún con su pátina de lección moralista).
Desde que era niña, Ana Luisa Peluffo quiso bailar y cantar. Tanto que, según comentó, construyó su propio tablado. Pensaba en el teatro. Pero el cine la atrapó con fuerza y siempre quiso ser vedette. Le ocurrió lo que al caballo que trota hasta llegar a su propio destino, acaso donde ella nunca hubiera imaginado.
Desde aquí la veo bailar, a sus 95 años, satisfecha. Con esa nariz de cigüeña, tan suya y esas alas que la hicieron volar rumbo al infinito horizonte.
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Ana Luisa de Jesús Quintana Paz Peluffo nació en Querétaro, Querétaro, el 9 de octubre de 1929)