Una característica casi infalible en un liderazgo autoritario es su naturaleza cobarde y de esa naturaleza no está exento Andrés Manuel López Obrador.
Desde que asumió la presidencia dio por hecho que el poder, la autoridad delegada, le facultaba para colocarse por encima de la democracia, de las normas más básicas de convivencia y decoro y de la Constitución y hacer lo que le viniera en gana, atropellando la división de poderes y la relación con las fuerzas políticas de oposición.
De entrada se mudó a vivir al Palacio Nacional cual monarca medieval y se atrincheró ahí como una muestra de ejercicio de un poder vertical cerrado a toda opinión divergente.
En su sordera selectiva se ha permitido alimentar a su ego con excesiva gula política, cerrando toda posibilidad de diálogo y entendimiento con quien no se someta a su voluntad y ha polarizado a tal grado que se empieza a pisar la cola.
En sus conferencias mañaneras, se han convertido en el espacio que le ha servido por excelencia para agredir, denostar, calumniar y atacar lo mismo a opositores políticos, medios críticos, organizaciones civiles, grupos vulnerables, y hasta gobiernos extranjeros, pero sin que hasta ahora haya permitido una sola réplica, desmentido o consideración a los cientos de miles de mentiras y estupideces que pronuncia cotidianamente.
Es hasta ahora que la senadora opositora Xóchitl Gálvez Ruiz decidió poner un alto al mandatario, acostumbrado a no tener contrapesos en su ejercicio propagandístico. La legisladora exigió en primera instancia a través de los medios y redes sociales tener acceso a su derecho de réplica, en virtud de que AMLO en una de sus mañaneras la acusó de haber descalificado el programa “Jóvenes Construyendo el Futuro”.
Ante la negativa y burla presidencial, al responderle que se reservaba el derecho de admisión a Palacio Nacional, como si se tratara de un antro y que si quería ejercerlo, necesitaba la orden de un juez, Xóchitl procedió a la exigencia legal y obtuvo a su favor la orden de un juez que le concedió ese derecho.
Este lunes 12 de junio, Gálvez Ruiz acudió por la mañana a la puerta donde tradicionalmente entran los reporteros a cubrir la conferencia, pero no la dejaron entrar, la puerta nunca se abrió y a los reporteros los metieron por otra puerta.
Ante la negativa y cerrazón ella se retiró, no sin antes haber sido objeto de las actitudes de la casa lopezobradorista: insultos, provocaciones y preguntas sembradas por parte de los porros que acudieron a tratar de amedrentarla. Estamos hablando de una senadora de la República exigiendo el cumplimiento de un derecho constitucional.
Ese es Andrés, el cobarde que se amuralla porque no resiste una verdad a la cara, porque no tiene los tamaños para sostener sus mentiras frente a una senadora, un periodista o un opositor.
Un hombre que no tiene palabra y que prefiere esconderse detrás de los muros antes que ser confrontado. Al menos Peña o Calderón en su momento fueron capaces de sostenerle la mirada, uno a Layda Sansores y el otro a un joven inconforme cuando fueron increpados en público.
Pero un cobarde como López Obrador no es capaz de aguantar una sola entrevista con un medio serio, un cuestionamiento de una madre buscadora, un solo diálogo con representantes de la oposición o con una Ministra de la corte que le ha demostrado lo que significa tener integridad y dignidad.
Exhibido está el autoritario cobarde, eso es lo que le duele.