Para la fecha del presente aún no se sabe en cuánto tiempo habrá una vacuna contra el coronavirus. Tampoco se conoce un protocolo médico efectivo y confiable que permita su tratamiento, sobre todo para los casos graves. No se sabe cuánto tiempo más será necesario que grandes ciudades en el mundo permanezcan paralizadas casi en su totalidad. No se sabe qué tan graves serán las consecuencias económicas de esta pandemia. Todavía no se sabe cuánta gente más va a enfermar. Todavía no se sabe cuántos muertos va a dejar esta pandemia en todo el mundo. Vaya, ni siquiera se sabe realmente cuántos muertos ya ha causado.
Un informe de inteligencia indica que es muy probable que China no informó los datos reales de la situación de la enfermedad en su país y que las cifras reales pueden ser muy superiores a lo que oficialmente han reconocido.
En otros lugares del mundo, como Italia y España, se subestimó el riesgo. En Estados Unidos no sólo se subestimó sino que la narrativa se polarizó desde el discurso político en voz de Donald Trump.
Para este momento muy pocas cosas se pueden dar por ciertas, es decir, se vive una época de incertidumbre. Incertidumbre que con facilidad lleva a la ansiedad, el miedo, y la ira. Incertidumbre que además también se vuelve elemento propicio para incentivar comportamientos antisociales, como los saqueos y demás formas de violencia.
Algunos gobiernos han implementado medidas para intentar contener la propagación de la pandemia limitando tanto como pueden los contagios y haciendo seguimiento de los enfermos. Para esto la tecnología ha resultado un gran aliado mediante las aplicaciones de rastreo de contactos, lo cual no es precisamente halagüeño en otros aspectos.
En China para empezar a contener la epidemia, bajo ciertas condiciones obligaron a sus ciudadanos a usar una aplicación de rastreo de contactos provista por el gobierno, de forma que podían hacer un seguimiento puntual de los enfermos, su recuperación y los contactos en riesgo de contagio.
Corea también implementó este mecanismo de seguimiento desde las primeras apariciones de contagios en su país. Lo hizo con tal rigor y precisión que ha sido de los países que más rápidamente lograron aplanar la curva de contagios y a la vez mantener sus ciudades abiertas con su economía funcionando. Aún con la excepción de la mujer conocida como la “Paciente 31”.
Estas mismas apps se han utilizado en Singapur, Taiwán y Hong Kong. Específicamente en Taiwán se reconoce el rastreo de algo más de 85 mil personas que pueden presentar riesgo de contagio. Pero la estrategia ha sido tan efectiva que, al menos en sus números oficiales, al 5 de abril han logrado tener solo 355 contagios y 5 muertes.
En otros países el uso de estas aplicaciones como mecanismos de vigilancia y control se han puesto a la luz de la privacidad.
En Inglaterra, al reportarse los primeros contagios, se ofreció el uso de la aplicación “Covid Symptom Tracker” de manera opcional. En las primeras 24 horas tuvo 700 mil descargas. Entre otros, ofrece conocer la situación de contagio en la proximidad del usuario. Sin embargo, la curva de contagios y los consecuentes enfermos no se ha aplanado, por lo que en recientes días investigadores del “Oxford Big Data Institute” han propuesto la implementación de un sistema de seguimiento obligatorio y riguroso como el que se usó en China o Corea. A pesar de las consideraciones de privacidad.
La preocupación por cómo se puede comprometer la privacidad no es una consideración menor en ningún sentido.
En Israel una empresa ha ofrecido su propia solución tecnológica para intentar detener la propagación de la pandemia de Covid-19. El sistema se llama HITS, Human Interaction Tracking System y la empresa que lo desarrolló es NSO Group. Sí, la empresa NSO Group que desarrolló el malware Pegasus utilizado por el gobierno saudí para espiar a Jamal Khashoggi antes de su asesinato. El mismo Pegasus utilizado para espiar periodistas y activistas en México.
Formalmente NSO dice que su sistema HITS se está proveyendo sólo a gobiernos y no se está utilizando para recolectar información, sino que se basa en su capacidad para aprovechar datos provistos desde los operadores celulares y analizar los hábitos de los usuarios. Analizar traslados, lugares visitados, tiempos y horarios, personas con quienes se ha reunido, y con eso ofrecer distintos modelos de datos según lo que quieran saber las autoridades.
NSO ofrece que, por ejemplo, si se detecta el contagio de una persona que trabaje en una oficina en un edificio, se pueda hacer un seguimiento preciso de con quién pudo estar en contacto y en qué lugares, no sólo dentro del edificio sino en sus traslados y demás actividades cotidianas.
El uso de los datos de los proveedores de servicio de telefonía celular de hecho es ideal para este fin. Que se sepa, en Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Italia, Reino Unido, y ahora también en la Ciudad de México, ya existen este tipo de acuerdos y colaboraciones.
Nos aproximamos rápidamente a una situación que es ideal para los afanes de vigilancia y control social de los gobiernos en todo el mundo. Una dinámica en la que se ofrece una sensación de seguridad, de certidumbre, de confianza, pero para lograrlo se ceden libertades.
En este intercambio se ha demostrado que el usuario cede, tal vez sin saberlo, o tal vez en plena conciencia, información que compromete su privacidad, pero se le ofrece la manera de lidiar con una enfermedad que, como consecuencia final, en casos extremos puede causar la muerte.
Puesto en esos términos no parece un mal trato. El problema es que conforme se normalizan este tipo de intercambios los pretextos vestidos de justificación se banalizan.
Hoy es para frenar una enfermedad. Antes ya era para contener la inseguridad cotidiana. Mañana puede ser cualquier otro motivo que convenga, primero que nada, a un gobierno que quiera ejercer arbitrariamente su autoridad.
Estas medidas sociales no son propias de un gobierno basado en datos, son ideales de un ciberrégimen
. Son las primeras vistas a un régimen autoritario digital y distópico, que ya no está en el futuro, ya son el presente.
Hagamos red, pese a todo, sigamos conectados.