miércoles 13 noviembre 2024

El dilema de la eutanasia, el derecho a morir sin dolor

por Alejandro Vázquez Cárdenas

La eutanasia, del griego “buena muerte”, es la práctica de provocar la muerte de una persona de manera intencionada, generalmente para aliviar el sufrimiento de una enfermedad incurable con dolor insoportable. Se le divide en activa y pasiva. Ejemplificando, la eutanasia activa es cuando se realiza una acción concreta y precisa, con la deliberada intención de provocar la muerte en una persona que está sufriendo una agonía dolorosa; generalmente son cánceres terminales, con metástasis en huesos y ya fuera de todo tratamiento. Algunas maneras son: Administrar una inyección letal, proporcionar una sobredosis de medicamentos para dormir y otros parecidos. La idea es ocasionar una muerte rápida y sin dolor en un paciente terminal, incurable con el arsenal terapéutico actual.

La eutanasia pasiva consiste en suspender u omitir determinadas acciones médicas, por ejemplo el uso de ventilación mecánica, que en el mejor de los casos podrían preservar la vida, pero con una calidad más que discutible, con sondas por todos lados y soportando dolores intratables, con la idea de provocar la muerte del paciente cuando ya no existe alternativa terapéutica útil. También se le conoce como eutanasia negativa.

Ahora bien, la llamada “muerte asistida” es otra cosa que básicamente se refiere a la práctica mediante la cual el personal de salud, por lo general médicos, proporcionan los medios para que una persona pueda causar su propia muerte voluntariamente. Esto puede hacerse recetando dosis letales de medicamentos. Su legislación es un verdadero embrollo jurídico y cambia mucho de país a país.

La idea y el concepto de eutanasia tiene raíces antiguas. En la Grecia y Roma clásicas, la idea de una muerte digna era valorada en ciertos casos. Filósofos como Platón y Séneca discutieron sobre la conveniencia de poner fin a la vida de aquellos que sufrían intensamente, aunque estos pensamientos no eran universalmente aceptados. En esas culturas, la vida no siempre era vista como un bien absoluto, y existían situaciones en las que poner fin a una vida se consideraba adecuado y necesario.

Durante la Edad Media, la influencia del cristianismo fortaleció la idea de que solo Dios tenía el derecho de dar o quitar la vida. Este enfoque se mantuvo hasta bien entrado el Renacimiento. Fue ya en el siglo XX cuando el debate sobre la eutanasia se reactivó, impulsado en parte por los avances médicos y tecnológicos que permitieron prolongar la vida más allá de lo que antes era posible.

Si bien el término “eutanasia” se popularizó a finales del siglo XIX, su puesta en práctica se da ya bien entrado el siglo XX, con casos pioneros en Holanda y Suiza, donde se comenzó a formular las primeras leyes que permitían la eutanasia o el suicidio asistido bajo estrictas circunstancias. Actualmente, países como Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Canadá permiten la eutanasia, mientras que en otros, como Suiza, se autoriza la llamada muerte asistida.

El tema es conflictivo como pocos y ha sido, y es a la fecha, objeto de acalorados debates en diversas esferas de la sociedad, tanto desde una perspectiva legal como religiosa. Lo legal puede legislarse, y en eso están varios países. En cuanto a la religión, ahí sí que no hay argumento que valga, la mayoría de las religiones prohíben y condenan tajantemente todo lo relativo a la eutanasia. Aquí un acuerdo es imposible, pues no existe manera de argumentar contra un dogma.

Como se puede ver, la eutanasia es un tema profundamente complejo que toca aspectos morales, sociales, legales y médicos. Aunque para algunos representa una opción legítima para evitar el sufrimiento, para otros plantean serias preocupaciones éticas y religiosas. En un mundo donde los avances médicos pueden prolongar la vida de manera significativa, es crucial seguir explorando todas las alternativas disponibles para proporcionar una muerte digna y respetuosa, sin comprometer los valores fundamentales que establece la sociedad en que vivimos.

Finalmente, queda en la mente de todos la eterna pregunta: ¿Somos o no dueños de nuestra propia vida? Para muchos el asunto es sencillo; quien desee morir está en su derecho, para otros no, y debe la persona debe seguir viva, así sea en la agonía más inútil y espantosa, imaginable.

Tomo partido; el paciente debe decidir, no sus compañeros, ni sus familiares, ni sus amigos.

Es cuánto.

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