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Cuando se trata de manipular a amplios sectores populares en un país donde prevalece un discurso liberal y democrático (aunque en la práctica no la haya sido cabalmente), conviene presentarse como heredero directo de esa tradición; Independencia, Reforma, Revolución. En la maniquea historia de los textos de primaria son los insurgentes, liberales y revolucionarios quienes gozan de la gloria, y sus adversarios habitan el averno histórico, como traidores a la patria. Conviene pues presentarse como claramente liberal, y enviar a todos los opositores, críticos y disidentes al lado de Santa Anna, Maximiliano, Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. En ese “partido conservador” están periodistas, expertos, académicos, científicos, víctimas de la violencia, padres de niños con cáncer, personal de salud no vacunado, mujeres golpeadas y violadas, jueces, abogados, etcétera. Así de burdo, pero por lo mismo, muy eficaz entre quienes por López Obrador profesan devoción.

Pero, ¿es AMLO un genuino liberal, es conservador o incluso un reaccionario? El liberalismo se asocia al progreso, la modernidad, la visión de futuro, la libre empresa, la competencia, las libertades de conciencia y la democracia política. Ser conservador implica estrictamente no querer cambiar la situación vigente, defender lo que hay, resistirse al futuro y la reforma. Se podría ser conservador al defender una democracia vigente frente a un embate autoritario, por ejemplo. Y los reaccionarios buscan el retorno a un pasado idílico, por definición. En el caso del conservadurismo en la historia mexicana, está asociado al centralismo político, el autoritarismo (dictadura o monarquía), los valores tradicionales como el patriarcalismo, la homofobia, (si bien los liberales del siglo XIX tampoco eran muy avanzados en esos temas), la religión de Estado y el puritanismo moral, entre otros.

Imagen: The Economist

Los liberales de la actualidad no se identifican con ello, pero tampoco con lo que representa el comunismo tradicional o su expresión populista de izquierda (en donde prevalece el autoritarismo, dogmatismo, intolerancia, monopolismo de Estado y a veces también puritanismo moral). Podrían en cambio vincularse con la social-democracia (progresista, democrática, abierta, moderna). En la retórica, AMLO se ubica a sí mismo como liberal y social-demócrata. En la práctica, se asemeja por un lado al conservadurismo decimonónico, por otro al nacionalismo-revolucionario priista, y finalmente, en cierta medida, al populismo bolivariano. ¿Hay auténticos conservadores y derechistas entre los críticos de López Obrador? Sin duda, pero no lo son muchos que por distintas razones, lo cuestionan. De hecho, auténticos izquierdistas progresistas y demócratas, justo por serlo, lo cuestionan. La base real de apoyo obradorista está formada por una mezcla de la vieja izquierda revolucionaria (autoritaria) y de nacionalistas revolucionarios. Y también de varios evangelistas puritanos.

En lo político AMLO no respeta la división de poderes; al contar con amplias mayorías actúa como en el viejo priismo, “tirando línea” y exigiendo lealtad ciega a su bancada para que apruebe sus iniciativas “sin cambiarle una coma”. Concentra en su persona tanto poder como le es posible, desmantela o subordina a los organismos autónomos de Estado, y usa la ley con propósitos políticos más que jurídicos. Justo lo contrario de lo que implica una democracia y un Estado de Derecho. En lo económico se torna contra la iniciativa privada, ubicándola discursivamente como enemiga del pueblo (los “riquillos” de Echeverría), y vinculándola con el Antiguo Régimen (los “emisarios del pasado”). Y cambia las reglas a la mitad del juego, alejando inversiones. En materia energética regresa al esquema estatista y monopolizador de hace décadas, en condiciones que provocan pérdidas millonarias en lugar de desarrollo y crecimiento.

Finalmente, en materia social López Obrador está lejos del liberalismo o de la izquierda progresista; muestra indiferencia hacia los colectivos de diversidad sexual, desprecio por las demandas del feminismo, así como un discurso y posturas fuertemente bíblicas en un Estado laico. ¿Suena todo ello a un genuino liberalismo o a la social-democracia moderna? No mucho. AMLO es más bien un conservador disfrazado de liberal (y reaccionario en varios temas), que acusa de “conservas” a genuinos liberales y social-demócratas que, precisamente por serlo, lo cuestionan.

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