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viernes 11 octubre 2024

La falsa sencillez

por Fernando Dworak

El poder abre por antonomasia una brecha entre gobernantes y gobernados. Hablamos no solo de los rituales y protocolos, orientados a dignificar y legitimar a los regímenes, sino también a las medidas de seguridad que imponen las sociedades complejas y los conflictos en su interior.

¿Cómo se puede lograr que un ejecutivo pueda tener rostro humano ante la ciudadanía en una democracia, especialmente cuando el principal reclamo contra las élites políticas es su aislamiento, tanto en lenguaje como en decisiones? Como señala Mark Thompson en su libro Sin palabras, se ha implantado la creencia de que los tomadores de decisiones tradicionales no son “auténticas” gracias a esa brecha que se ha abierto.

Un primer acercamiento para salvar esa distancia es mostrar empatía, aún cuando puedan romperse ocasionalmente los protocolos. Por ejemplo, el 7 de diciembre de 1970 el canciller de la República Federal Alemana, Willy Brandt, se arrodilló sorpresivamente en Varsovia ante el memorial a las víctimas de la era nazi, después de depositar un arreglo floral, rodeado por un gran grupo de dignatarios y la prensa. Aunque en su momento fue altamente criticado, ayudó a la política de su país en disminuir las tensiones entre Europa Occidental y las naciones del Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría.

Foto: Gobierno de México

Por otra parte, se puede incorporar un discurso e imagen de cercanía como parte de los protocolos. Esto es propio de los líderes populistas: incorporar ceremonias autóctonas, rechazar “lujos” aún cuando afecten su movilidad como el avión presidencial, unirse “espontáneamente” a trabajadores para hacer sus tareas, aparecer en lugares públicos aunque controlados y demás actos que hacen que, al menos para un público, se muestren “auténticos”. Sin embargo, en la medida que el discurso populista es polarizante, no hay posibilidad de mostrar empatía ante oponentes o personas que no comulgan con las posiciones del grupo en el poder o sus seguidores.

Para decirlo de otra forma, la quiebra sistemática del protocolo se convierte no solo en una manera de simular, sino en parte integral del discurso de gobierno. Por desgracia, las formas le resultan tan emotivas a una parte tan significativa de la opinión pública que se pierden de vista tanto la necesidad de generar empatías como los temas centrales del debate.

Fiel a los cánones de un discurso populista, hemos visto cómo el actual gobierno busca romper con los protocolos en el afán de mostrarse “auténtico” para lo que califica como “pueblo”, como serían: venta del avión presidencial y desplazamiento en líneas comerciales, afán para apropiarse de cuanto símbolo de gobierno hay en toda comunidad que visita, conferencias diarias en un ambiente controlado que diluye toda rendición de cuentas, entre otros.

Dejemos a un lado el uso de estos recursos mediáticos como distractores ante los temas de fondo: se ha consolidado la impresión ante ciertos públicos que estos símbolos pueden reemplazar la necesidad de empatía por parte del presidente. El ejemplo por excelencia: la marcha de las víctimas de la violencia del pasado domingo 26 de enero.

No obstante el dolor de quienes han perdido familiares, el presidente se rehusó a recibir a los organizadores bajo la excusa de cuidar su imagen, ante personas que pueden “decirle sus verdades”. Como si un acto tan banal pudiera realmente hacer daño, cuando un comunicador tan hábil como aparenta ser podría hasta darle la vuelta. Todavía peor: no condenó abiertamente el bloqueo y las consignas de manifestantes que detuvieron la marcha ante Palacio Nacional. ¿Será que la falta de protocolo se convirtió en un ritual del poder en sí mismo, a costa de un discurso de unidad?

Por otro lado, es aterrador ver que nadie en la llamada oposición se ha dado cuenta que justamente esa falta de empatía ayudó a que fueran desplazados en 2018. Todavía más, su incapacidad para recapacitar los está llevando a la irrelevancia. No se trata de fotografiarse comiendo garnachas: sino de escuchar a los otros, hacer autocrítica y tejer lazos con afines y moderados.

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