No, no me gustan las personas, las familias, los grupos ni los gobiernos que silencian al diferente y tratan de exterminar la controversia. Me encanta el debate, disfruto el diálogo apasionado porque siempre escuchar al otro estimula la inteligencia, la creatividad, la imaginación y en general el desarrollo humano.
Para decirlo claro: detesto a las personas a las que calificamos como autoritarias o cerradas, me molesta mucho esa inmadurez que no acepta que se les lleve la contraria. Me molestan tanto quizás porque esos personajes tiránicos se consideran perfectos, cosa que encuentro totalmente estúpida, imposible y totalmente narcisista.
Será que nací en una familia democrática donde se escuchaban todas las opiniones y todos teníamos la oportunidad de decir lo que pensábamos sobre cualquier tema. Será que justo por eso es que me entristece y preocupa que en nuestro país comiencen a respirarse aires de una real intolerancia.
La extrema polarización que ha promovido conscientemente y desde el principio de su mandato el presidente López Obrador ha dado ya sus frutos envenenados. Cualquier persona que se atreva a estar en desacuerdo con el soberano será inmediatamente descalificada, denostada, calificada como conservadora (cualquier cosa que eso quiera decir) tachada de corrupta o ratera, en fin, destruida públicamente ante una turba babeante que se regocija con ello. En esa situación estábamos, pero las cosas han ido a más recientemente.
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El deseo del mandatario de nuestro país por conseguir un pensamiento unificado, permanentemente a su favor, lo ha llevado a exigir directa o indirectamente la sumisión no solo de personas sino también de instituciones que deben doblegarse para poder seguir existiendo, aunque sea a modo del autoritario.
Desafortunadamente esta no es la primera vez que sucede algo así en el mundo. Solo quiero referirme a los ejemplos aterrorizantes que nos rodean: países de pensamiento único como Corea del Norte, China, Cuba, Venezuela, Turquía, Hungría, Filipinas y muchos otros, donde las oposiciones han sufrido el avasallamiento de los populismos y sus tiranos.
Ilusos los que pensaron que después de la II Guerra Mundial los humanos habíamos recuperado la razón y que cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín se había destruido junto con él el deseo de exterminar o subyugar al contrario.
La uniformidad nunca ha traído buenos resultados, en la misma naturaleza la diversidad es la que permite y promueve siempre la evolución.
La llamada Cuarta Transformación pretende ser unificadora e incuestionable, ¡ay de aquel que se atreva a desafiar sus preceptos u oponerse a sus decisiones! Un rayo flamígero caerá sobre los malvados que disientan.
Este proceso por conseguir a toda costa un pensamiento unidimensional nos conducirá, si no lo atajamos a tiempo, al empobrecimiento de las ideas y lo más espantoso, a la muerte de las libertades.
Los ataques al INE, el malsano deseo de ser omnipotente y terminar con la división de poderes y los órganos autónomos, la obsesión por controlarlo todo, la denigración de los académicos, intelectuales o medios de comunicación que cuestionan o se oponen a los deseos del poderoso gobernante, son un mal augurio para México.
Tenemos el 6 de junio una oportunidad de rectificar. Espero que lo hagamos por el bien de todos.