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miércoles 18 septiembre 2024

México y Estados Unidos: ¿vecinos distantes?

por María Cristina Rosas

En la década de los 80 del siglo pasado, las relaciones entre México y Estados Unidos experimentaban fuertes tensiones teniendo como telón de fondo la llamada “década perdida” y las crisis de la deuda y económica subyacentes. En aquellos tiempos, la oferta exportadora de México se sustentaba esencialmente en el petróleo, lo que significó prosperidad y bonanza cuando los precios internacionales de los hidrocarburos subieron, y retrocesos severos cuando se desplomaron. En México, Miguel de la Madrid sucedió a un José López Portillo atestiguando el cenit y el nadir de los precios del petróleo: de administrar la abundancia pasó a nacionalizar la banca. En la presidencia estadunidense se encontraba Ronald Reagan, republicano que impulsó una nueva guerra fría, con la idea de “recuperar” los espacios que EEUU perdió en el mundo frente a la Unión Soviética durante la gestión de James Carter. El presupuesto militar de la Unión Americana se incrementó a niveles históricos y la nueva histeria anti-comunista llevó a intervenciones en América Central y el Caribe. En México, el embajador estadunidense era el actor John Gavin, un conflictivo personaje poco grato cuya gestión exacerbó los desencuentros entre ambas naciones.

A este escenario se sumaron hechos fatídicos como el asesinato del agente de la Drug Enforcement Agency (DEA) en México, Enrique Kiki Camarena a manos, presuntamente, de agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), hecho que, sumado al asesinato del periodista Manuel Buendía, aceleraría la desaparición de los servicios de inteligencia mexicanos comenzando la transición a la Dirección de Investigación en Seguridad Nacional (DISEN) y su sucesor el Centro de Investigación en Seguridad Nacional (CISEN). Aunado a ello, el devastador terremoto de 1985 que afectó a la ciudad de México y el centro del país, reveló no sólo la poca preparación de las autoridades para lidiar con un cataclismo de esa envergadura, sino que aceleró el declive del partido en el poder y potenció el nacimiento de la sociedad civil organizada.

Este recuente viene al caso porque en esa década, el periodista británico-brasileño Alan Riding publicó un libro titulado Vecinos distantes: un retrato de los mexicanos. En esta obra, que se convirtió en best seller y que ha tenido numerosas reimpresiones y ediciones subsecuentes, con traducciones al español y a otras lenguas -dado que fue publicado originalmente en inglés- el autor se propone documentar las razones que explican que México y Estados Unidos, no obstante su vecindad geográfica, experimenten tantos desencuentros.

8/13/1986 President Reagan during the working Visit of President Miguel De La Madrid Hurtado of Mexico and his departure at the Diplomatic Entrance

En este tenor, la obra comienza con una revisión de la historia de México que incluye la conquista española, el surgimiento de la nación, la revolución, el sistema político, el petróleo, la corrupción, la sociedad mexicana y las comunidades marginadas, destacando los campesinos y los indígenas, los expatriados, la cultura y la política exterior, entre otros aspectos. El libro refiere diversos problemas de identidad nacional que aquejan al país, desde su pertenencia a América del Norte pero también a América Latina -y el Caribe-; la desigual distribución del ingreso; una élite política más preocupada por su permanencia en el poder que por el bienestar y el progreso de las sociedad; una política exterior favorable al multilateralismo como respuesta y contrapeso a la omnipresencia de Estados Unidos en la vida nacional, etcétera. Cómo acomodar todos estos elementos en la relación tan compleja e interdependiente que mantiene México con Estados Unidos, es dice Riding, un enorme desafío. Con todo, así como existe un profundo desconocimiento en México sobre los estadunidenses, en Estados Unidos se tienen visiones estereotipadas sobre su vecino del sur. 

Leer a Riding en el momento actual, lleva a corroborar que muchos de los problemas y desafíos señalados por el autor a propósito de México hace ya casi 40 años, son más o menos válidos. Lo es también la sugerencia de que México y Estados Unidos siguen son, por momentos, vecinos distantes. A veces están muy cerca uno del otro. Pero también con frecuencia se distancian pese a la inevitabilidad de la posición geográfica. Al margen de la “tiranía de la vecindad” -para ya no usar el consabido “¡pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”- y del hecho de que ambos países han construido una interdependencia que implica que es ineludible la cooperación para atender los desafíos de la agenda bilateral -trátese de la de seguridad, el comercio o la migración, que son los temas centrales de la relación- ello no excluye momentos incómodos, justo como el que se vivió en la reunión entre el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y su homólogo estadunidense Joseph Biden celebrada la semana pasada. 

El encuentro entre ambos personajes era necesario, luego de lo sucedido en el marco de la Cumbre de las Américas que tuvo lugar en junio pasado en Los Ángeles y a la que el mandatario mexicano decidió no asistir a manera de protesta por la exclusión de Nicaragua, Venezuela y Cuba de la misma. Junto con López Obrador, otros países optaron por declinar su presencia en el evento, el cual resultó deslucido y fue un golpe a la idea de Biden de resucitar a un mecanismo nacido en 1994 de la mano de William Clinton, para dar nuevos bríos a las relaciones interamericanas en la posguerra fría. La percepción en América Latina y el Caribe de que a Estados Unidos le importa poco la región, se corroboró una vez más al mirar que los temas que importan a la Unión Americana como la democracia, tuvieron más peso que aquellos que son cruciales para los latinoamericanos y caribeños. La pretensión de que la Cumbre de las Américas fuera un foro para cerrar filas contra Rusia, resultó contraproducente ante la presencia de desafíos como la recuperación económica postpandemia o la lucha contra la delincuencia organizada, sin dejar de lado la migración. El desafío de López Obrador a Biden fue por doble partida: no sólo no asistió a la cita en Los Ángeles: llevó a cabo su primer viaje internacional a países latinoamericanos que incluyeron ahí sí, una visita de Estado a Cuba, entre otros de los incluidos en el itinerario. Con ello dejó entrever las contradicciones del gobierno de Biden, quien fuera Vicepresidente de su país durante el mandato de Obama, y que en la Cumbre de las Américas de 2015 celebrada en Panamá no sólo se reunió con el entonces líder cubano Raúl Castro, sino que, posteriormente, estableció relaciones diplomáticas con Cuba. Incluso Obama instruyó en ese entonces a Biden para que fomentara relaciones más estrechas con América Latina, cosa que, ahora como Presidente, el propio Biden ha incumplido. 

Más allá de Cuba, la retórica estadunidense de condena al gobierno de Ricardo Maduro y el reconocimiento de “presidente legítimo” del país andino a Juan Guaidó, no le ha generado sino sinsabores. Guaidó no tiene control alguno sobre las instituciones venezolanas, mucho menos sobre sus finanzas, lo que ha paralizado, por ejemplo, las contribuciones que Caracas debe hacer a organismos internacionales y regionales. Ronald Sanders, embajador de Antigua y Barbuda en Estados Unidos, recientemente publicó una reflexión sobre el “estúpido error” (foolish wrong) de seguir adelante con una política punitiva y de sanciones contra Nicolás Maduro que no sólo no arroja resultados, sino que contribuye a la crisis financiera de instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización de los Estados Americanos (OEA). Según Sanders, Venezuela adeudaba a la OEA al 30 de junio de 2022, 178. 4 millones de dólares en cuotas sin pagar, cifra a la que cada año se suman 1. 9 millones de dólares más. Ello limita los márgenes de maniobra de las citadas instituciones dado que impide concretar diversos programas y agendas además de que plantea más presión a Estados Unidos y Canadá, los países más desarrollados del continente, para que incrementen sus aportaciones financieras. 

Pero volviendo a los “vecinos distantes”, México y Estados Unidos, es verdad que algunas cosas han cambiado desde que el libro de Riding fue publicado. Hoy México ha logrado generar una gran interdependencia con Estados Unidos, lo que significa que no tan fácilmente Washington puede ni ignorar ni “castigar” a México sin que ello tenga repercusiones negativas en el mercado, la política y la sociedad estadunidenses. De hecho, México ha ido elevando su perfil frente a Washington desde las negociación y entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que fue refrendado en 2018-2020 con la negociación del Tratado de Libre Comercio México, Estados Unidos, Canadá (TMEC). En los tiempos de Regan, el embajador John Gavin se metía hasta la cocina sin que México pudiera hacer mucho. Gavin tuvo una relación muy tirante con los medios y autoridades mexicanas y sus presiones al gobierno de De la Madrid ante el asesinato de Camarena, crearon más problemas en la relación de los que ya existían. Atizó el fuego para reducir la gestión del Grupo de Contadora -creado por México, Venezuela, Colombia y Panamá en aras de buscar una solución negociada a la crisis centroamericana. Por eso en 1986 el gobierno de EEUU a través de su Secretario de Estado George Schultz anunció la remoción de Gavin y su sustitución por Charles Pilliod. Se cuenta que, al llegar a México, el nuevo embajador Pilliod confió a periodistas del país que él no era tan guapo como Gavin pero era mejor político.

En épocas recientes, el presidente Felipe Calderón, en medio del escándalo que generó la divulgación de miles los documentos y mensajes de Wikileaks, exigió tanto a su homólogo Obama como a la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton la remoción del embajador Carlos Pascual, cosa que efectivamente ocurrió. Y para mirar el giro y la enorme interdependencia existente entre México y EEUU, actualmente existe la polémica por lo que se considera una cercanía sospechosamente estrecha entre el embajador estadunidense en México, Ken Salazar, con el gobierno de López Obrador, a quien presumiblemente ha respaldado en varias ocasiones contradiciendo a Estados Unidos y a sus intereses en el país. Una polémica editorial de The New York Times reciente advertía que, en temas como la reforma eléctrica y la ausencia de López Obrador en la Cumbre de las Américas, Ken Salazar ha contribuido a que la administración Biden haga el ridículo en el mundo. En cualquier caso, e incluso en un escenario de remoción de Salazar, su sucesor o sucesora seguramente no podrían ser como John Gavin. Ese es el resultado de la interdependencia, sin con ello sugerir que Estados Unidos ha dejado de impulsar sus intereses instrumentales particulares en México.

Lo anterior también se explica porque Estados Unidos ha declinado a nivel global. Su influencia en los asuntos mundiales decayó marcadamente durante la presidencia de Donald Trump y a Biden le ha correspondido lidiar con el “recuento de los daños” y rehacer buena parte de las relaciones internacionales del país. El retiro de Afganistán al igual que el inicio de la “operación militar especial” de Rusia en Ucrania, son sólo dos de diversos acontecimientos que hacen ver a Estados Unidos debilitado, amén de que la popularidad del presidente del vecino país del norte está por los suelos. Su índice de aprobación la semana pasada era del 36 por ciento, esto provocado por la mayor inflación que haya registrado el país en 40 años más el incremento en los precios de los combustibles. Biden anda mal y de malas y en esas condiciones fue que llegó al encuentro con el mandatario mexicano el 12 de julio.

La frialdad fue la nota en las imágenes mostradas por los medios de comunicación en el encuentro entre ambos presidentes. López Obrador se centró en cinco puntos en los que no dejó pasar la oportunidad para veladamente exaltar la debilidad y poca popularidad de su contraparte, pero como un “vecino propositivo” propuso apoyarlo, como debe ser entre dos naciones “amigas.” Biden, por su parte, se comprometió a muy poco. Los grandes temas de la relación bilateral, salvo el migratorio, estuvieron ausentes en la reunión. Se sabe, sin embargo, que en términos de negocios y comercio hubo dos logros para Estados Unidos: acordar el incremento de la venta de productos agropecuarios a México -y más importante, el envío de fertilizantes al país, con lo que seguramente México dejará de comprar fertilizantes a Rusia, cediendo así a las presiones estadunidenses de sancionar a Moscú en el presente contexto bélico. 

La dependencia mexicana respecto a la importación de granos básicos de Estados Unidos es enorme y se ha acentuado y encarecido en fechas recientes. En 2021, México cerró con compras que significaron un máximo histórico, lo que se vio catapultado por malas cosechas a nivel nacional, pero también sequías, incendios y heladas en diversos países proveedores, lo que significó para las finanzas nacionales una erogación de 15 mil millones de dólares, cifra superior en un 56 por ciento de la destinada al mismo rubro en 2020, cuando se pagó una factura de 9 mil 585 millones de dólares por la compra de maíz, frijol, arroz y trigo. El grano de importación más importante es el maíz y a este destina México uno de cada tres dólares del gasto en importaciones en el sector. Estados Unidos es el principal proveedor de estos productos para México, lo que supone un enorme desafío en términos de autosuficiencia alimentaria y además, soberanía alimentaria para los mexicanos. Esta situación, revisada a propósito de los desencuentros entre los presidentes, denota que puede haber un trato más frío entre ellos, pero que la interdependencia -o dependencia para México, en este y otros temas- se mantiene y crece. Y es que México es un mercado de enorme importancia para los granos de EEUU. Ello debería alentar una negociación menos desigual para México quien, paradójicamente y no obstante la enorme cercanía política existente con otro granero del mundo como lo es la Argentina de Alberto Fernández, no ha traducido ese entendimiento entre presidentes en mayores flujos de comercio en ese y otros ramos. 

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