A mis 20 años no había querido enamorarme, pero lo hice cuando vi por vez primera a María Herminia.
Fue a mediados de noviembre de 1927 un día muy temprano, lo recuerdo bien, yo estaba sentado a la mesa de la oficina bebiendo Kola Cardinette y hojeando Jueves de Excélsior. Aún faltaba un rato para iniciar el trabajo cuando me detuve en las “Confidencias e indiscreciones” que, sobre ella, anunciaba una entrevista.
Como ocurre con todas las personas que conozco, a mí también me place saber la vida privada de los personajes públicos. María Herminia es un nombre anónimo pero Mimí Derba, su nombre artístico, es una famosa actriz y bailarina. Aquella vez me acicateó un interés que nunca había tenido por alguien. Las mujeres que hasta entonces había conocido eran mojigatas y banales. Unas rehuyen del foxtrot y el jazz no obstante que, hace una semana en Estados Unidos, se estrenó “El cantante de Jazz”, la primera película vintafónica de la historia. A otras les seduce más el sombrero de Cora Marson, el peinado de pico de viuda o las novedades quincenales del Palacio de Hierro que los Toros, los filmes de Joan Crawford o las peleas de Bert Colima, nuestro actual ídolo del boxeo. En cambio, para todas, es primordial tener a la mano el frasco de Danderina para tener esponjado y brillante el cabello o el Bacalaol para engordar, como marca el gusto conservador o, en el otro extremo, estar delgada como flapper y lucir en faldas cortas sus delgadas piernas.
La mansión de Mimí Derba es fabulosa, está en la calle Roma 24 de la aristocrática colonia Juárez. Yo la conozco. La verja grande de hierro es un formidable ramo de flores y arbustos con árboles frutales y pájaros. Es como si el jardín sonriera. Por la entrevista sé que el salón de recepción es amplio y lujoso. Apoltronada en un sofá, Mimí respondió las preguntas. “Más que una mujer es una tentación para el espíritu”, advierte el reportero. “La empresaria porta un abrigo de media estación con un cuello de piel de nutria. Niega estar a punto de casarse, más bien está preparándose para su próxima gira artística”.
Mimí habla sonriendo y escucha sonriendo. Tiene 34 años y el cabello negro cortado a la “bob”. El fotógrafo la capta con el brazo derecho recargado en el borde del sofá, con las piernas cruzadas y la orilla de la falda rozando las rodillas, sabedora de su encanto. Así, expandida como diosa, entiendo porqué le dicen “La mujer del cuerpo romano”. Yo sabía que adoptó el “Derba” inspirada en la leche de magnesia Carlo Erba (mi mamá la usó mucho) pero no sabía que su debut como segunda tiple fuera hace 16 años, en la Habana, aunque ella acentúa que en 1912 inició como primera figura en el Teatro Lírico, en la obra “El cabo primero”. Lo notable es que desde los 19 años protagonizó numerosas zarzuelas, operetas y revistas.
La diva relata que, entre las horas felices de su vida, está su primera participación en la cinta muda “En defensa propia”, estrenada en 1917. Pero no sólo actuó, a los 24 años hizo el guión y la produjo para Azteca Films, empresa para la que, ese mismo año, escribió la película “El soñador”. Esto es lo que más me impresionó de ella, su inteligencia y creatividad. Mi padre Antonio es tandófilo por lo que gracias a su colección conocí a María Conesa, “La Gatita blanca” y sus atuendos de escándalo en el Teatro Colón y recientemente a una niña, Lupita Vélez, que ha causado gran revuelo. Así es que, independientemente de la belleza de las tiples, me encandilan los ojos entornados de Mimí (y esa sonrisa dibujada en el rostro) cuando dice que ella no abandonó al cine sino que éste la abandono a ella. Es cierto: su imagen no fue arquetipo de Hollywod y en consecuencia de la industria mexicana, pero eso no impidió su brilló.
El cine mudo y vitafónico catapultan a Dolores del Río y Greta Garbo, entre otras, para reproducir el molde de la divina garza. Pero Mimí Derba no es ave zancuda sino prodigio de gruesa arquitectura y voz grave que no extendió las alas de acuerdo con los vientos del negocio aunque voló, incansable, en los juncos más diversos. Si los estadounidenses crearon la leyenda de que Mae West inspiró el diseño de la botella de Coca-Cola, hace apenas 11 años, yo diría que la musa es Mimí Derba, de ancha cadera, voluptuosa y firme. Pero ya que hablo de troqueles, mi paisana defeña siempre revasó los lindes de la moral establecida lo mismo para exhibir su portentoso cuerpo cubierto por un fino mallón color carne, que para narrar historias de adulterio y orfandad…
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Hasta aquí llega el manuscrito que dejó mi abuelo Roberto y que guardo conmigo entre otros pedacitos de recuerdos suyos como una fotografía ovalada y su credencial del IMSS; él fue linotipista, jugador de beisbol y amante empedernido de tiples, exóticas y rumberas. Murió en 1980 a los 73 años de edad por un infarto que le partió el corazón justo despues de visitar en el hospital a mi abuela Ángela que estaba despedazada por la diabetes, a días de morir también. Roberto ya había cambiado la Kola Cardinette por la Coca-Cola, los Elegantes extra del Buen tono por los Viceroy y los ardores de la juventud por la nostalgia cuando miró a Mimí Derba casi a los 60 años en la cinta “Dos tipos de cuidado”, estrenada en 1953, en la que fue mamá de Jorge Negrete, quien compartió créditos estelares con Pedro Infante.
Roberto disfrutó el temperamento melancólico y reservado de María Herminia gracias a Antonio, su padre, y como por contagio generacional yo fui espoleado para escudriñar más en esta mujer que, en 1913, actuó en la zarzuela “El país de la metralla” que denunció al dictador Victoriano Huerta. Por cierto, la tiple siempre cantó con energía las letras ofensivas al autoritarismo y la injusticia. Por eso no extraña que, en 1916, participara en el primer movimiento sindicalista de actores y, un año después, fundara una de las primeras empresas cinematográficas llamada Rosas, Derba y Compañía, que más tarse sería Azteca Films. La actriz se despidió del teatro en el Palacio de Bellas Artes, en 1938, con la obra “La torre de oro” y los aplausos de Roberto y Antonio.
Esta mujer hermosa participó en “Santa” la primera cinta sonora del cine mexicano, fue la dueña del cabaret donde Santa sufrió sus infortunios. Además actuó en una treintena de filmes. Sobresalen “El baisano Jalil”, a lado de Joaquin Pardavé, “La mujer sin alma” con María Félix, “Cuando lloran los valientes” junto a Pedro Infante y Blanca Estela Pavón; “Salón México”, dirigida por Emilio “Indio” Fernández y “Ay amor cómo me has puesto”, con Germán Valdés Tin Tan. Su última intervención en el cine fue en “Dos tipos de cuidado”.
Mimí Derba murió el 14 de julio de 1953 por una embolia pulmonar. Mi abuelo Roberto tenía 46 años y aunque entonces sus pizpiretos ojos ya se distraían con Yolanda Montes “Tongolele” y Ninón Sevilla siempre recordó los versos del poeta Alfonso Camín: “Mimí Derba, Mimí Derba/ con dos partes de Afrodita/ y una parte de Minerva. Es cierto, su primer amor fue, por una parte, una diosa de la belleza y la sensualidad y, por otra, el milagro de la libertad y la perseverancia.