En días pasados me invitaron a participar en una mesa de prensa por los 500 años de Toluca y pensé que siendo una extranjera que vivió ahí pero ahora vive en Guerrero, qué tema podría tocar, pensé en los museos y aquí hablaré de ellos y dejaremos a Toluca de lado.
El tema de los museos me interesa porque fue mi entrada para conectar con la comunidad de Toluca, para entender su historia y buscar vínculos con su pasado. Vengo de la Ciudad de México y de una infancia que me transporta con esos inmuebles, con mi madre, a ella le encantaba llevarnos a mis hermanos y a mí, cada verano nos inscribía a un curso de verano que organizaba el Museo de Antropología e Historia. El lugar me pareció encantado, era como si hubiera traspasado el umbral entre la realidad y la fantasía. Una sombrilla gigante que hacía llover, hombres de piedra con caras de animales y vestuarios hechos de conchas o serpientes, tumbas repletas de joyas y metales. Había actividades, se hacían amigos, era un túnel con el pasado que me ayudaba a construir mi propia historia, mi propia identidad mexicana. Esta experiencia me marcó de por vida. El propio museo nunca sabrá todo lo que labró en mí, tampoco sabe que es el sitio atemporal donde me encuentro con mi madre y dialogo con mi hija.
Recuerdo muy bien el día en que mi hija Andrea fue por primera vez a ese mismo museo, no paraba de estar quieta ante una obra cualquiera, una pintura, una vasija, piezas que ahora ella puede explicar bien que, como diría Walter Benjamin, tienen aura, un alma que se comunica desde otras dimensiones, que te lleva como portal a otro mundo, a otro tiempo, a otro espacio. Creo que de ahí nació para ella y de manera individual e independiente de mí, el gusto por la cultura. Quedó imantada, una médium en esa encrucijada. Finalmente, se convirtió en artista y hoy dirige un museo de Toluca.
El museo como portal del futuro
Estoy convencida que si algo aprendimos de la pandemia es que somos seres híbridos y que, aunque gozamos muchísimo el ciberespacio y estar cavilando en estos mundos virtuales, de pronto necesitamos un lugar físico y las casas se han vuelto para nosotros lugares sagrados, santuarios. De la misma manera, los museos potencian esa posibilidad, son una red social, están repletos de los objetos que nos enorgullecen, nos hablan de la historia que fue y bien empleados detonan la conversación de lo que será, potencialmente recuerdos del porvenir, para citar a nuestra gran escritora Elena Garro. Si pensamos en ellos como lugares participativos para aprender del pasado con visión al futuro, esta idea no es original me viene a la mente la serie española El Ministerio del tiempo, aunque el lugar de la famosa serie de televisión no es un museo sino una oficina gubernamental, lo que se plantea es la interacción entre el pasado y el presente para construir un mejor futuro. Estoy convencida de que los museos tienen y deberán ser esos gestores democráticos, espacios seguros de debate, de expresión libre, de educación ciudadana y modelaje de pensamiento crítico.
En el libro The participatory Museum, nos dice su autora Nina Simon, que vivimos en la era de los creadores, nuestras nuevas tecnologías favorecen eso. Sugiere una idea que me parece provocadora: lo que viene es una sociedad de curadores. Distingue tres tipos de participantes en la red: los que son sólo consumidores, los que son creadores y los que son críticos y curadores; hemos producido tal cantidad de información en los últimos tiempos que ha llegado el tiempo del curado que clasifica, analiza, pondera y detona nuevas creaciones mucho más inteligentes, esa es la labor del museo.
El museo es el portal de convivencia entre ciudadanos a partir del límites preexistentes, porque pensemos en esta frase de Orson Wells que dice que el enemigo del arte es la falta de límites claros. La certeza que debe proporcionar el museo es la de llegar a un lugar donde él, los objetos y la información están curadas, con una narrativa preestablecida o al menos insinuada, el participante o el espectador es invitado a crear, pero a partir de parámetros bien construidos y diseñados para fomentar nuevas narrativas y discursos críticos en el participante.
Nuestros objetos encantados
Tenemos vínculos especiales con nuestros objetos, los podemos dividir como lo hace el autor polaco Mihaly Csikszentmihalyi (1) y la autora Sheryl Turkle (2) en evocadores, aquellos que nos transportan al pasado o son parte de una colección, de paso, los que nos dan la fuerza para atravesar a un nuevo ciclo, un mundo desconocido; los asociativos o de identidad, que son símbolo de una religión, un tiempo, una etnia; experienciales que producen placer o condicionan una emoción; objetos con cualidades intrínsecas debidas a la destreza del artista; herramientas mediadoras que producen nuevos objetos; o símbolos de una idea, valor o personificación. Hoy hablamos de objetos encantados que parecen salir de un cuento fantástico, “dotados de un “alma” que llamamos Inteligencia artificial, pueden manifestarse y comunicar algo que excede su materialidad; invocan la realidad, aumentan o recogen datos de los usuarios, se comunican entre sí. En breve los objetos de los museos serán susceptibles de recoger datos de los usuarios, de comunicarse con nosotros, de proyectar por sí mismos su historia e incluso podrían cuestionarnos.
Memoria y espacio: recuerdos del porvenir
Según Elizabeth Jelin, en el proceso de recordar siempre hay “luchas por las representaciones del pasado, por la legitimidad y el reconocimiento.” Podemos reconocer una memoria oficial, macromemoria y una memoria individual, micromemoria. La narrativa funda un microcosmos a partir del lenguaje. Los lugares de la memoria son por tanto narrativas que se tejen en torno a prácticas en un territorio o espacio urbano. Las prácticas memoriales son rememoraciones y conmemoraciones, rituales que horadan el sitio de una experiencia. Surgen entonces cuatro términos: memoria, lugar, territorio y patrimonio. Busquemos en su etimología su propia narrativa:
1. La palabra memoria viene del latín memoria, del adjetivo memor (el que recuerda), que también forma el verbo memorare (recordar, almacenar en la mente). Es por tanto el “Registro de un dato o evento almacenado y disponible para ser recordado posteriormente y, por extensión, evocación de ese dato o evento en un momento dado (3)”. Por tanto, existe un lugar simbólico en el ser humano para “guardar” experiencias relevantes.
2. La palabra lugar la podemos rastrear en el castellano antiguo logar, y este de locar, latín vulgar, a su vez del protoindoeuropeo *stlo-ko-, en última instancia de la raíz *stel-, “quieto”. Es un espacio que puede ser ocupado por un espacio. Pero el lugar no presenta posesión alguna.
3. En cambio, el territorio es la tierra que pertenece a alguien, del latín terra torium.
4. Y por último, la palabra patrimonio, son bienes heredados por el “pater” padre o padres. El patrimonio es un medios de transmisión de bienes, pero también de recuerdos. Los territorios u objetos heredados cobran valor de muchas formas y una de ellas es la narrativa que los vincula a un tiempo, un lugar y un poseedor: territorio. Hablar de un patrimonio nacional es un cúmulo de bienes, tangibles e intangibles que proviene de la “Patria”. Por oposición podemos hablar de “Matrimonio” el latín matrimonium, derivado de mater, matris ‘madre’. Refleja la unión entre marido y mujer. Podemos notar que patrimonio implica una relación de verticalidad entre distintas generaciones, mientras que el de matrimonio comprendería a las relaciones horizontales entre individuos de la misma generación.
La oposición patrimonio/matrimonio, describen dos tipos distintos de circulación de la información en la comunicación dentro de los procesos de socialización por los cuales se reproduce nuestra cultura. De esta manera, se hace ostensible cómo el lenguaje se moldea a través de la costumbre, al reparar en que pater encontraría sentido en la transferencia intergeneracional de la cultura a través de relaciones sociales asimétricas planteadas (propio de sociedades patrimoniales y de culturas machistas como la occidental, donde la estructura social se recuesta sobre el lado masculino de las familias), mientras que mater aludiría al intercambio cultural en la interacción social (relacionado modos informales de intercambios, donde no se ponen jerarquías entre las partes, propio del modo en que se reproducen las sociedades.
Así el museo contemporáneo como territorio memorial, debe incorporar nuevas forma de relación que permitan la incorporación de otras memorias, la reconstrucción/interconexión con otros espacios y con otras memorias, un devenir incesante que no puede ser aprehendido de una vez y para siempre sino un tejido múltiple, contextual y cambiante, debe ser un prisma que preserve, una, detone y suscite el diálogo. Provocar que los sujetos construyan, a partir de su experiencia y sus rituales nuevas relaciones con el espacio que hagan de un lugar, el territorio de la memoria, un patrimonio que conserve pero que derive en el “matrimonio” de diálogos presentes que potencien ideas para el futuro. Territorio común de la memoria colectiva que ameritan un diálogo lineal y horizontal, que merecen ocupar un lugar en la mente y el corazón.
Los museos que hacen falta
Pienso en dos museos que me gustaría que existieran, un museo dedicado al sexo, que nos ayude a entender cómo han cambiado nuestras perspectivas en torno al cuerpo y como han influido en nuestra conducta, un lugar que nos explique la diferencia entre el sexo y el género, que nos permita hablar libremente del tema sin prejuicios académicos o divisiones elitistas, un punto de reunión para todas las edades que tenga como recorrido el rumbo de la curiosidad. Un sitio que no exhiba a la ignorancia o censure con religiosidad. Un espacio donde la humildad haga acto de presencia porque cada día aprendemos más sobre nuestro cuerpo y toda su posibilidad.
Me gustaría que hubiera un museo permanente sobre la libertad de expresión. Ya hace tiempo el Museo de Memoria y Tolerancia tuvo la exposición ¡No nos callarán! “un homenaje a los periodistas mexicanos que han dado su vida por defender la libertad de expresión” organizada por la ONG Artículo 19 en 2013, que en ese momento denunciaba 72 asesinatos, 17 desaparecidos y 46 ataques a medios de comunicación, al finalizar, el participante firmaba una petición para que las autoridades tomaran acciones para proteger al periodismo. Vamos ya en 152 asesinatos, considerados el lugar más peligroso del mundo para ejercer periodismo. Los museos del futuro son lugares de diálogo y transformación social, cauces del eco de múltiples voces. Lugares seguros para expresar ideas provocadoras. Lugares donde brota la identidad colectiva y dialoga la democracia. Stephane Charbonnier dibujante de Charlie Hebdo declaró “No podemos vivir en un país sin libertad de expresión. Prefiero morir que vivir como una rata”. Sus palabras fueron un trágico presagio. Un país como el nuestro debe tener un museo que convoque como herida una realidad que ya no puede callarse, un museo que hable para que las autoridades no callen.
Referencias:
(1) The Meaning of Things: Domestic Symbols and the Self (English Edition) Edición Kindle
(2) Evocative Objects: Things We Think With (The MIT Press)
(3) Wikionary https://es.wiktionary.org/wiki/memoria
Simon, Nina. The Participatory Museum (English Edition) Edición Kindle
Csikszentmihalyi, Mihaly, Eugene Halton. The Meaning of Things: Domestic Symbols and the Self (English Edition) Edición Kindle
Turkle, Sherry. Evocative Objects: Things We Think With (The MIT Press)
https://www.aam-us.org/programs/about-museums/museum-facts-data/
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-24502014000200004
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100912040237/7jelin.pdf