Viktor Orbán, el esperpéntico populista xenófobo que gobierna Hungría, acaba de convocar a un referéndum para someter a “consideración del Pueblo” una ley anti LGTBI la cual vincula la homosexualidad con la pederastia y tiene el hipócrita título de “Ley para la Defensa de la Niñez”. La Unión Europea ha censurado esta intención discriminatoria y amenaza con aplicar fuertes sanciones, lo cual le ha permitido al demagogo “denunciar” a Bruselas por “agredir” a Hungría con el pretexto de la condena a dicha ley y, de entrada, solicita a los húngaros votar “no” a las cinco preguntas que va a contener la consulta, todas convenientemente redactadas para tratar de manipular a los electores y hacerlos votar de la manera más provechosa al gobierno. Las preguntas incluyen cosas como decidir si deben permitirse charlas de orientación sexual en las escuelas, la conveniencia de que se promuevan “terapias de cambio de sexo” entre menores y si se acepta o no presentar “sin limitaciones” contenidos mediáticos que puedan influir en el desarrollo sexual infantil.
Orbán pasó de ser un demócrata liberal a reconvertirse al nacional-cristianismo. Impulsó la promulgación de una nueva Constitución hiperconservadora, a contrapelo de los preceptos básicos de la Unión Europea. Desde entonces pretende rediseñar la sociedad húngara según un modelo nacional conservador y cristiano, al mismo tiempo que quebranta todas las instituciones de contrapeso al Poder Ejecutivo. De ahí la mala relación de Orban con la Unión Europea, la cual todavía pretende impulsar los valores de la democracia y los derechos humanos. No es de extrañar que un aprendiz de déspota pretenda mermar los derechos humanos mediante un referéndum. Por otro lado, Orban está en horas bajas y su consulta le ayudará a distraer a la población de los acuciantes y crecientes problemas nacionales. Otro viejo truco de los demagogos de siempre: las bolas de humo. El abuso de los instrumentos de democracia directa ha sido, desde siempre, estrategia de regímenes autoritarios. Los ejemplos de ello abundan: Mussolini, Hitler, Franco y un largo etcétera.
Desde luego, no podemos ignorar que no por ser un instrumento muy recurrido por sátrapas los referéndums no puedan ser útiles complementos de la democracia participativa y que incluso dictaduras como la chilena y la uruguaya han sido derrocadas gracias a ellos. Pero en cualquier democracia que se respete es inconcebible promover mecanismos de democracia directa para dejar sin efecto o disminuir derechos humanos adquiridos. Se le llama “principio de no regresividad” y es pilar fundamental es del Estado de Derecho. Los referéndums son muy peligrosos. Las campañas rumbo a ellos se prestan mucho más para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales (y ya es mucho decir). También dan lugar a una “tiranía de la mayoría”, la cual margina de toda posibilidad de representación política a los grupos minoritarios (el famoso “juego de suma cero”). Los referéndums fuerzan una elección binaria y excluyente entre dos opciones, lo que simplifica el debate de forma considerable. Además, suele haber en ellos un ingente componente de frustración y furia, por lo tanto, son campo fértil para la manipulación con la “eterna convocatoria a los instintos”. Por eso De Gaulle tenía razón cuando dijo que en un referéndum los electores rara vez contestan lo que se les pregunta. El referéndum se presenta como un mecanismo democrático “en su forma más pura”, pero en realidad distorsiona la democracia en vez de reforzarla por depender de factores demasiado volátiles y coyunturales, y por ser ejercicios donde los votantes muchas veces deben tomar sus decisiones complejas con poca información. Lejos de ser “democráticos” o “ciudadanos”, son susceptibles a manipulación por parte de políticos expertos en operar mensajes directos y simplistas. En Gran Bretaña, el debate económico y social sobre las consecuencias objetivas del Brexit se vio sustituido por un exaltado duelo de valores y prejuicios. En Colombia. el pasado se impuso al futuro y el voto por la paz fue eclipsado por el temor, divulgado intensamente por la derecha, de dejar impunes a las FARC. Es un sofisma eso de que cualquier decisión mayoritaria tomada al calor de una determinada coyuntura necesariamente es “democrática”. Más bien es una perversión de la democracia y, lamentablemente, en una época en la que la credibilidad de los partidos y otros mecanismos de representación va a la deriva esta lección es muy difícil de entender.
También existen demasiadas interrogantes sobre aspectos formales que inciden directamente en el resultado del plebiscito o su manipulación: ¿quién convocará a plebiscitos?, ¿quién redactará las preguntas?, ¿cómo decidir las materias que pueden ser objeto de consulta? Además, elimina la responsabilidad de las autoridades electas en el proceso de toma de decisiones dispersándola en los electores. Por ello deben ser considerados recursos de ultima ratio para decidir cuestiones excepcionales, dirimir alguna disyuntiva legal o política grave entre el Congreso y el Presidente o para casos donde se afecta a una comunidad específica y acotada, como el caso de los plebiscitos tan comunes en los cantones suizos y en algunos estados de la Unión Americana.
México está a punto de estrenar el mecanismo de referéndum, pero lo hará de una manera deplorable. La intención original de AMLO de tratar de “enjuiciar” a los expresidentes fue, en principio, declarada anticonstitucional por constituir un despropósito judicial y, en último de los casos, una violación a los derechos humanos. Pero nuestra Suprema Corte, de manera asaz pusilánime, se humilló al darle al presidente una salida “diplomática” y redactar un ininteligible galimatías, una abominable “cantinfleada” indecorosa por su garrafal estulticia. Aun así, el gobierno intenta engañar de manera flagrante a los electores dando a entender que el referéndum “trata de enjuiciar a los ex presidentes”. ¡Habrase visto! ¡Pero qué desvergüenza! Además, con todo este soez engaño AMLO pretende (otra vez) distraernos de sus cada vez más numerosos y graves fracasos. Para colmo, nuestro Peje abusa frívolamente de un instrumento de democracia directa con el propósito, muy característico de los autoritarismos, de erosionar el funcionamiento de las instituciones representativas.
La consulta del 1 de agosto es un agravio superlativo a la inteligencia de los mexicanos por parte del presidente de la República, su cofradía y su partido. No debemos convalidar este esperpento, pero es tan grave que no bastará con abstenerse de participar en ella. Hay que denunciarla con todo vigor y mediante todos los medios posibles, describirla como lo que es: un vulgar ejercicio de manipulación, un truco (otro más) de distracción, y, aun más peligroso, un claro intento de minar a nuestro régimen democrático. Andrés Manuel López Obrador y sus palafreneros creen que México es un país de retrasados mentales, demostrémosles que esta equivocados.