miércoles 03 julio 2024

Pensamiento escéptico y falacias lógicas

por Alejandro Vázquez Cárdenas

El pensamiento escéptico y las falacias lógicas son conceptos fundamentales en el ámbito de la argumentación crítica. Ambos son herramientas esenciales para evaluar la validez y la solidez de las afirmaciones y los argumentos que encontramos en la vida cotidiana, en la ciencia y en el debate público.

El pensamiento escéptico es una actitud crítica y analítica que cuestiona la veracidad de las afirmaciones y la confiabilidad de las fuentes de información. Los escépticos no aceptan las afirmaciones sin evidencia convincente y buscan fundamentos sólidos antes de llegar a una conclusión. Este enfoque no implica negar todas las afirmaciones, sino exigir pruebas adecuadas y estar dispuesto a cambiar de opinión en base a nuevas evidencias. El pensamiento escéptico tiene sus raíces en la filosofía griega, particularmente en el trabajo de Pirrón de Elis y sus seguidores, quienes cuestionaban la posibilidad de alcanzar un conocimiento cierto. En el mundo moderno, el escepticismo se aplica en la ciencia, la medicina, el periodismo y la vida cotidiana para evitar caer en el engaño y la desinformación.

Las falacias lógicas son errores en el razonamiento que debilitan la validez de un argumento. Pueden ser cometidas intencionalmente, para manipular o engañar, o inadvertidamente, debido a la falta de comprensión o a sesgos cognitivos. Las falacias se dividen en diversas categorías, dependiendo de cómo fallan en su lógica. Básicamente ocurren cuando los argumentos presentados no son pertinentes para la conclusión que se quiere probar.

Es un hecho aceptado que el ser humano contemporáneo, que aspire a hablar con la verdad, debe aprender a pensar por sí mismo, y tiene la necesidad de adoptar una buena dosis de escepticismo como una segunda naturaleza. Jamás debe creer ni aceptar ciegamente lo que nos digan los demás, ni siquiera lo que pregonen los “expertos”, el “mesías” en el poder o nuestra publicación favorita, sea esta la que sea; su obligación es verificar las cosas. Cuando opinemos sobre un tema debemos comprobar los datos, investigar las fuentes, hasta estar razonablemente seguros de su validez y entonces, y solo entonces, considerarlas como verdaderas.

No debemos perder el hecho de que en el razonamiento auténtico no hay certezas absolutas. Recordemos que la física aristotélica fue desplazada por la newtoniana, ésta lo fue por la einsteniana y con razonable seguridad esta última también se quedará atrás. Ni Aristóteles, ni Newton, ni Einstein, ni Hawking, ni nadie tiene la verdad última.

Hay dos disciplinas que sí llegan a certezas totales, en ambas es necesario probar totalmente lo que se afirma antes de seguir avanzando: son las matemáticas y la lógica. Fuera de esas dos, todas las demás ciencias avanzan entre dudas, ensayos y errores. Por eso, lo primero que se debe hacer es dudar: Dudar siempre, dudar de todo, dudar de todos. Pero la actitud de dudar no es una finalidad en sí misma, sino un medio para aproximarse al conocimiento válido, no para caer en el inmovilismo. Lo segundo que se debe hace es investigar, verificar, cruzar datos, corroborar que el o los argumentos que leemos o nos exponen son producto de un razonamiento correcto y adecuado y no proceden de un error, simple especulación o más grave, de un engaño deliberado.

En la argumentación seria, no cabe la democracia: la verdad no se decide por mayoría de votos. Todas las argumentaciones que estén sostenidas por pruebas y evidencias, deben ser examinadas, por más impopulares que sean. La “voz de la mayoría” o “el sentido común” no cuentan aquí; muchísimo menos la torpe ocurrencia , muy común en estos días, de decir “yo tengo otros datos”; eso es un verdadero disparate, una salida torpe propia de demagogos perversos cuando no se desea aceptar la realidad.

Si no hay conocimientos y una sólida evidencia detrás de una postura, esta no tiene relevancia. Cuantas veces hemos sido testigos de los dislates proferidos por supuestos “expertos” con la circunstancia agravante de que si el auditorio está debidamente sensibilizado y predispuesto a creer, los argumentos suenan agradables y son acordes con ideas preconcebidas entonces el resultado es definitivamente desastroso. Se habrá contribuido a la desinformación y a malos entendidos. Claro que en ocasiones la desinformación es precisamente lo que se busca para manipular la opinión del auditorio.

Nos agrade o no, así están las cosas. Dudemos y verifiquemos, si no se corrobora, desechemos y en lo sucesivo desconfiemos de esa fuente. Solo los dogmas deben ser creídos acríticamente, pero esos se sitúan del atrio hacia adentro.

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