Hay autores que dejan consejos, ejercicios prácticos para crear. Por ejemplo, Marcel Proust dejó un cuestionario para autoconocimiento. Baudelaire recomendó siempre leer diccionarios para ampliar el lenguaje y definir las palabras que se usan tanto cotidianamente como al momento de escribir. Los surrealistas desarrollaron un método creativo a través del libre flujo del subconsciente y las creaciones colectivas llamadas “cadáveres exquisitos”.
En este texto quiero proponer un ejercicio para cultivar el escepticismo y la sátira como actitud primordial de un ciudadano: el cuestionario de Zapata. No me refiero aquí al personaje revolucionario, sino al personaje que creó Voltaire en 1766 para su panfleto “Las preguntas de Zapata”, traducido por el señor Tamponet, doctor de la Sorbona.
Según la historia que tejió Voltaire, el licenciado Zapata, renombrado profesor de teología en la Universidad de Salamanca, había presentado en 1629 una serie de 67 preguntas a la junta de doctores, las cuales fueron suprimidas y se encontraron en la biblioteca de Brunswick, las cuales desvelaban los absurdos de muchas afirmaciones del Antiguo y Nuevo testamentos, así como diversos dogmas. Quiero transcribir algunas preguntas:
¿Cómo debo conducirme para demostrar que los judíos, a quienes mandamos quemar a cientos, fueron durante cuatro mil años el pueblo elegido de Dios?
¿Por qué [Dios] realizó una infinidad de milagros incomprensibles en favor de esa mísera nación, antes de los tiempos que llamamos históricos? ¿Por qué no los realiza ya desde hace siglos, y por qué nosotros, que somos el pueblo de Dios, no hemos visto ninguno?
Me diréis cómo se las arregló el diablo para llevarse a Dios y dejarlo en una cima de Galilea desde donde se divisaban todos los reinos de la tierra. El diablo que le promete todos esos reinos a Dios, con tal de que Dios adore al diablo, podrá escandalizar a muchas gentes honradas, para quienes os solicito una palabra de recomendación.
¿Es infalible el papa cuando se acuesta con su barragana, o con su propia hija, o cuando lleva a la cena una botella de vino envenenada por el cardenal Adriano di Corneto? Cuando dos concilios pronuncian un anatema el uno contra el otro, como ha ocurrido veinte veces, ¿cuál de ellos es el infalible?
En el último párrafo del panfleto, Voltaire escribe: “Como no recibió respuesta, se limitó a predicar hablando a los hombres del Padre de todos los hombres, el que premia, castiga y perdona. Separó la verdad de las mentiras, disoció la religión del fanatismo; enseñó y practicó la virtud. Fue bondadoso, caritativo, modesto. Lo quemaron en Valladolid el año de gracia de 1631. Rogad a Dios por el alma del hermano Zapata”.
¿Por qué valdría la pena hacer cuestionarios como el de Zapata? Cierto, la Iglesia ya no tiene el poder político que tenía antes, pero la discusión pública está llena de dogmas, falacias y absurdos: si deseamos salir de este bache, es necesario identificar los que existen en todos los bandos, superarlos a punta de sátira y tender puentes entre visiones encontradas a partir de cuanto nos une. Apostemos por la calibración de cuanto hemos construido, cuando la inercia lleva a la destrucción de todo a nombre de un partido que anhela en convertirse en hegemónico, como fue en su momento el PRI.
La elaboración de cuestionarios Zapata ayudaría a construir ciudadanos que duden como regla, además de educar en el arte de la sátira. Con un poco de tiempo, podrían apreciar los dogmas y absurdos tanto de la posición contraria como la propia, aprendiendo además a reírse de sí mismos. En un entorno donde se nos quiere polarizar, la crítica es la mejor defensa.
¿Cómo hacer un cuestionario Zapata? El primer paso es leer algo, comulguemos o no con su ideología, o nos caiga bien o no su autor. Si no sabemos reconocer lo que detestamos, estaremos condenados a ser piezas de juegos que nos superan.
Una vez logrado esto, el segundo paso es identificar aquellas creencias que se nos quieren hacer pasar por verdades. Por ejemplo, para un texto de izquierda podríamos hablar del “pueblo” o el “libre mercado” para el liberalismo. Quizás haya elementos valiosos en esos supuestos, pero a menudo se usan como dogmas incuestionables.
Tercer paso: ¿existen falacias en las argumentaciones? La gran mayoría de los argumentos que leemos en la discusión pública, sea en el Congreso, los medios o las redes sociales, está basada en falacias. Algunos ejemplos: un argumento no vale porque lo dice un “chairo” o un “fífí”, algo que se condenaba antes se defiende porque quien lo hace tiene “autoridad moral”, un político es honesto porque nunca ha robado. Para esto se tienen que entender las reglas del debate y practicarlas diario.
Finalmente, describir los dogmas, absurdos y falacias en preguntas, en vez de señalarlas directamente. Por ejemplo, una pregunta que podría hacerle a López Obrador sería: “si usted encarna la voluntad del pueblo de manera fiel, ¿a cuál de sus tuits hay que tomar como verdad, si a lo largo de los años se ha contradicho?” O a un liberal: “si la libertad económica implica un sólido estado de derecho, ¿por qué no lo alcanzamos en treinta años?”
Desde luego, habrá algunas preguntas que sean imposibles de responder, y otras que sus defensores podrían, si los obligamos, exponer con mayor claridad en la discusión pública. También nos daremos cuenta que ningún político hablará con claridad sobre un problema y sus soluciones si ello implica perder privilegios, discrecionalidad o márgenes de maniobra. Para decirlo de otra forma, todo avance en derechos humanos o democracia fue resultado de luchas contra el poder, no concesiones graciosas de los gobernantes.
Cultivemos la duda y el humor. Aprendamos a cuestionar hasta lo que creemos, mientras recuperamos la capacidad de reírnos hasta de nosotros mismos. Iré publicando algunos cuestionarios en este espacio a lo largo de los meses y me encantará leer los suyos.