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Tenemos a un presidente de la república beligerante, que busca defender sus decisiones y programas de gobierno. Que bueno que así sea. Pero el problema se presenta cuando se le critica porque algunas de esas decisiones han resultado fallidas o sus programas no están dando los resultados que él prometió. Lo sucedido en Culiacán es un buen ejemplo de cómo López Obrador se puede morir en la raya defendiendo su postura, pero nunca aceptar que hubo una equivocación de su parte, con todo respeto y aunque se enoje, como ya viene siendo costumbre.

El que se enoja pierde

El presidente está enojado. Y no sólo con los medios que han mostrado el lado negativo del operativo de Culiacán –en donde se dejó en libertad a Ovidio Guzmán López–, sino que también está molesto con los periodistas de quienes aseguró que “les quite el bozal y me muerden la mano”.

La conferencia de prensa del pasado jueves 31 de octubre mostró a un presidente que en varias ocasiones repitió “no, no, no” al tratar de armar su respuesta ante preguntas que los reporteros le dirigían sobre el tema de la liberación de Ovidio Guzmán López.

Incluso, en la parte más ríspida del intercambio con la prensa, dijo que “la diferencia de lo que estamos haciendo ahora y lo que se hacía antes es que antes era mentira sobre mentira y se seguían; y nosotros tenemos aquí el valor de decir: Nos equivocamos y se rectificó; y lo más importante de todo –eso no lo van a reconocer nuestros adversarios y sus voceros y mucho menos los que tienen mentalidad autoritaria– lo más importante de todo es que se puso por delante la vida de las personas, se cuidó a la gente, se evitó una masacre”.

Y es que ante los cuestionamientos acerca de cómo se dio el operativo, quien tomó las decisiones en el mismo, quien fue el responsable y por qué –en los primeros minutos en que se daban a conocer los hechos– se dio una versión que resultó falsa, el presidente sólo insistía en que se rectificó, se salvaron vidas y que ahora las cosas se hacen diferentes.

De poco sirvió que uno de sus paleros de la primera fila le preguntara por el partido de beisbol de la serie mundial, como para ayudar a desviar el tema, los reporteros siguieron en el suyo y él con la misma línea discursiva.

También recuperó a su enemigo favorito, Felipe Calderón, al ser cuestionado acerca de las declaraciones que dio a conocer La Jornada del general Carlos Gaytán Ochoa: “Es entendible porque este general fue, creo que subsecretario de la Defensa con Felipe Calderón, entonces pues no puede estar de acuerdo con la nueva estrategia que se está aplicando por razones obvias, pero tiene todo su derecho a expresarse, a manifestarse, como La Jornada también tiene su derecho de desplegar su entrevista en ocho columnas. Esto es de libertades”.

Por una parte, que bien que tengamos un presidente que da entrada y contesta a este tipo de cuestionamientos, pero por otro, es lamentable que lo haga más de manera visceral y no tenga una estrategia para que sus palabras no sean interpretadas de distintas maneras y se quede la impresión de que está más que molesto.

El discurso en el que tratan de sobresalir las palabras “respeto” o “libertad de expresión”, no se ve reflejado en la realidad, en la cual el presidente suelta recriminaciones como aquella de que “mostraron el cobre” o las consabidas etiquetas de “fifís” o “conservadores”, algo que es secundado en redes sociales por una legión de fanáticos que se lanzarán en contra de periodistas y medios que han criticado al mandatario.

Y como para una pelea se necesitan dos, varios medios recogieron el guante y respondieron al presidente resaltando sus “reproches”: “El blindaje orquestado por supuestos reporteros sembrados y otros infiltrados –y la subsecuente falta de información– derivó en desorden, y en la parte final del encuentro predominaron los gritos e interrupciones, mientras el presidente aceleraba sus reproches al trabajo periodístico”, como se publicó en La Crónica de Hoy.

Así, las mañaneras sólo sirven para que el presidente diga lo que quiere, no para informar con base a una estrategia que busque privilegiar el derecho a la información de su amado pueblo. De poco sirve que hable de respeto y libertades, si cada periodista crítico recibe insultos como respuesta, sea en la propia mañanera o en las redes sociales.

La insistencia en repetir un discurso que no explica el fondo de las decisiones –como el “me canso ganso” respecto a la construcción del Tren Maya–, busca más el impacto de una frase llamativa que cumplir con una verdadera obligación de informar.

Y es que detrás de todo esto se encuentra un mandatario que no gusta de reconocer sus errores. Recientemente un periodista me comentó que al platicar con alguien del equipo cercano de López Obrador, éste le recomendó: “Miéntale la madre si quieres, pero no digas que se equivocó porque ahí se acaba todo”.

Aquí se podría aplicar el mismo consejo que una vez el propio ejecutivo federal recetó a la oposición: “Serénese, presidente”.

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