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Ilustración: Andrewsphotography |
Usamos esta expresión en el medio radiofónico, y muchos de sus estudios, con la naturalidad de quien cree saber de qué está hablando. Es la credencial terminológica que identifica al enterado en estas cuestiones. Con intensidad creciente, el fantasma de Wittgenstein me asalta cuando aparece esta palabra; siempre que la pronuncio, escucho, leo o escribo, me entra cierta sensación de fraude semántico. Escuchaba hace unos días a Lorenzo Meyer sumarse a la inconformidad por la salida de Aristegui de W Radio; seguía con atención flotante como suscribía puntualmente los argumentos de las buenas conciencias libertarias, cuando la maldita palabra se filtró en su discurso. No sé que otras cosas dijo por que me intrigó obsesivamente a que se refería exactamente con “el formato editorial del noticiero”
La filosofía sirve para todo en general y para casi nada en particular. Entre muchas de sus aplicaciones prácticas se encuentra la creación radiofónica. Es mi caso. Creo firmemente que, para esta actividad, resulta más útil que el híbrido disciplinario llamado Ciencias de la Co-municación; sin embargo genera ciertas perversiones. Una de ellas es la compulsión escolástica por definir conceptos y términos, como si ello fuera en el fondo posible. Es de esas idiosincrasias neuróticas que forman parte del arte de complicarse la vida; pero que encuentran asidero en el absurdo exterior. Es un hábito mental representado perfectamente por la conducta del salmón: como si hubiera manera de revertir la corriente de los usos del lenguaje, cuando en el mejor de los casos, sólo se puede remontar.
Antes la usaba con alegría y desenfado: ese programa necesita renovar su formato… la emisora requiere de formatos cortos… hay que diseñar nuevos formatos… la programación cambiará de formato hablado a musical… necesitamos formatos dirigidos al auditorio de la tercera edad… el formato de las entrevistas es muy rígido… la producción tiene un formato dinámico y divertido… en su formato hay demasiados cortes comerciales y pocos autopromos… me encanta el formato de ese noticiero… ¿en qué formato te entrego el master CD audio, wav o mp3?… este conductor tiene un formato muy acartonado… la barra debería de pasar de un formato grabado a uno en vivo… la radionovela es un formato de enormes posibilidades expresivas… decidieron cambiar el formato editorial del noticiero…
Ahora he perdido la inocencia: ¿Designa la estructura de un programa? ¿La duración de un producto sonoro? ¿El discurso sonoro? ¿El perfil de la emisora? ¿Los contenidos temáticos? ¿La pauta y secuencia de intervenciones en una entrevista radiofónica? ¿El talento y creatividad? ¿Relojes programáticos? ¿La técnica informativa? ¿El soporte y codificación del audio? ¿El estilo? ¿La modalidad de transmisión? ¿El género radiofónico? ¿Políticas, o principios, editoriales de información?
El año antepasado, cuando estas cavilaciones tomaban fuerza, una alumna me dio una lección que las calmó una buena temporada, mientras el tufo de ridículo que me generó se disipaba. Pregunté en clase con tono desafiante y socrático: “¿Alguno de ustedes hijos de Televisa y Elba Esther puede decirme que significa en la radio: ¿Formato?”. Una voz delgada y tímida rompió el silencio de los oprimidos: “¿No es, profesor, la forma en la que se hace y transmite un programa de radio?”. Respondió, por si fuera poco, con (todavía mas) socrática ironía: ¡en forma de pregunta! Lo dijo con perfección y contundencia infantil. El silencio continuó, pero la incomodidad se transfirió de la audiencia al expositor mientras la claridad de su formulación acompañada de las otras miradas expectantes disolvían mi gesto condescendiente y jactancioso. “No está mal”, dije todavía con cretinez residual. ¡Hum!… Sssí… pudiera ser una cierta manera… Bueh… general… pero elemental… sencilla, en efecto: correcta… ¡económica! ¡aguda y brillante! para definirlo. Di por terminada la sesión y huí como el emperador del cuento con su traje nuevo confeccionado por la bibliografía leída.
Durante un tiempo funcioné con esa definición que efectivamente incluía todas las categorías radiales; casi me volvió a caer bien. Contraponiéndola a la noción de contenidos incluso resaltaba su nitidez. Si el qué de una producción son los contenidos, es decir la información en su sentido más amplio; el cómo vendrían a ser los formatos. El distingo opera hasta cierto nivel, porque en último análisis forma y contenido, qué y cómo, no pueden separarse; pero esa es otra discusión. Tenía la mejor acepción posible, ahora debía convencer al mundo de ello. Cuando mis colegas comenzaron, primero, a evitar toda plática referente a la radio; y después, a evitarme del todo, caí en la cuenta de que no había negociación posible: había que rendirse y sobrellevar con discreción mi incomodidad fingiendo naturalidad y entendimiento cuando hablara de formatos radiofónicos, o bien, declarar una guerra.
Así como la filosofía sirve para nada, y por ello, sirve para todo, hay palabras que al servir para todo terminan sirviendo para nada. éste es el caso. Examinando textos y manuales sobre la radio se encuentra una enorme variedad de taxonomías y definiciones sobre diversos conceptos. ¡Con lo necesitados que estamos de consensos! Al menos deberíamos contar con algunos en la teoría. Entre estudiosos españoles Mariano Cebrián, José Javier Muñóz, César Gil, Miguel ángel Ortíz por mencionar algunos, el susodicho se menciona muy poco y siempre en sentidos restringidos. Se habla en su lugar de GéNEROS como los informativos, musicales, dramatizados, de revista y dialógicos. En México, Josefina Vilar, Francisco de Anda, Fernando Curiel y Romeo Figueroa siguen esa sana corriente. En cambio en las gerencias, juntas de programación y agencias de publicidad se multiplica infecciosamente. En Estados Unidos, en cambio, format campea por igual entre teóricos y prácticos de la Radio, por ello la disparidad es menos dañina.
En nuestro medio la principal herencia parece provenir de los otrora canónicos textos escolares de Mario Kaplum, quien define 12 formatos básicos para hacer radio con algunos subformatos: la charla (explosiva, creativa y testimonial el noticiero; la nota o crónica; el comentario; el diálogo (didáctico y radio-consultorio la entrevista informativa y la indagatoria; el radioperiódico; la radio-revista; la mesa redonda (debate o discusión el radio-reportaje; la dramatización (unitaria, seriada y radionovela).
Nada respecto a la radio musical, ni la poética, ni como arma política, menos su uso como medio de expresión. Es evidente que Kaplum sólo pensaba en la radio hablada y sobre todo desde una función periodística. De hecho, desde la adaptación de Howard Koch y Orson Welles quedó expuesto el tinglado, reparto y montaje que están detrás de los micrófonos. Hoy sabemos incluso que informar sobre los hechos no depende tanto de la ética, como de la ardua disciplina para encontrar fragmentos de realidad entre las brumas de la ficción.
Se pudiera inferir que Kaplum conspiraba con los gringos para implantar el caos en las ciencias de la comunicación latinoamericanas pero, por ejemplo en la página de la empresa Arbitron encontramos que format no clasifica programas de radio; sino emisoras: 80s Hits, Active Rock, Adult Contemporary, Adult Hits, Adult Standards, Album Oriented Rock, Album Adult Alternative (AAA), All News, All Sports, Alternative… etcétera.
En contraste con Kaplum, la acuciosidad de Arbitron se manifiesta mucho más en los géneros musicales y mucho menos precisa para los distingos de la radio hablada: noticias, personalidades, deportes, educacionales y religiosas. Se define más bien por audiencias y mercados. Llama la atención la ausencia de un formato cultural, público o científico.
Seguramente la otra fuente de la confusión reinante es Formato 21 cuyo nombre suena tan radial, técnico, especializado y sobre todo tan concepto, que se implantó en todas las conciencias que crecieron con esa emisora como modelo de periodismo.
Volviendo al tema de Aristegui: ¿no sería precisamente la causa del desaguisado el malentendido semántico? ¿La empresa entendió formato como la estructura del noticiario en la que por supuesto tendría plena libertad y ella como la línea editorial? Comparando esta explicación con los argumentos de los solidarios y de los empresarios, no luce tan descabellada.
Si los diputados llevan años debatiendo sobre la necesidad de cambiar el formato del Informe Presidencial, ¿no sería mejor que comiencen por utilizar otra palabra? Quizá la radio no sea la única víctima del embrujo de la metafísica palabra. Pero conociéndolos es posible que se tarden otros ocho años en resolver si es pertinente cambiarla y luego otros 18 en acordar cuál es la palabra idónea. Yo propongo desde ahora por si de algo les sirve: estructura.
También cada vez me peleo más con lo que significa contenidos, y sí, escucho con creciente desconfianza a la palabra cápsula. Por mí las dos pueden acompañar al dichoso formato. Como diría el clásico del verano 2006: ¡Hay que purificar los conceptos! ¡Convoco pues desde estas páginas a una Convención Internacional de Teoría Radiofónica e instaurar una semántica legítima que permita acabar de una vez por todas con la corrupción de los vocablos! ¡Socavemos su régimen espurio! Iniciaré mañana una gira por todos los rincones del planeta con mi marginal prédica. ¡Volveré y seremos millones!