Es extraña la relación que llevo con Antonio Ortuño, autor tapatío que a estas alturas es más que conocido en el mundo literario nacional. Es decir, lo he leído y creo que es uno de los autores más importantes de mi generación y de la literatura mexicana. He platicado con él a través de las redes, estoy al tanto de lo que hace y publica porque creo que es alguien a quien hay que seguir. Desde 2010 lo tengo entre mis contactos en Facebook y la cotorreamos por ahí, pero jamás lo he visto. Siempre que estoy en Guadalajara, algo sucede que no podemos coincidir. Estas extrañas relaciones que aparecieron desde que Internet se encargó de ayudarnos a hacer amistades.
Gracias precisamente a la red, he encontrado de forma más obvia la importancia de la música para distintos autores. Decidí, entonces, comenzar esta serie de entrevistas, en donde busco los vasos comunicantes entre música y literatura que encuentran los autores nacionales. Esto es algo que compartimos varios autores, lo interesante será la forma en cada uno entiende esta relación entre dos expresiones artísticas tan diferentes. ¿Será la música un detonante o sólo una compañía? ¿Funciona como una influencia más en estos escritores?
TusQuets acaba de publicar Agua corriente, una recopilación de cuentos que hizo el mismo autor con una sola premisa: eficacia y calidad. En otras palabras, este libro contiene los mejores cuentos de Ortuño hasta ahora.
Con esta excusa, decidí entrevistarlo, pero con una intención distinta. Más allá de la literatura, he observado que Ortuño tiene ciertos gustos musicales muy específicos. De hecho, aunque podríamos coincidir en algunos grupos, es probable que sea complicado ponernos de acuerdo por completo. Incluso hemos discutido de forma amable; en otras palabras: agradable y estimulante carrilla sobre distintos grupos o géneros. Como observé que estas discusiones superficiales se quedaban en las redes, pensé que sería mucho más interesante entender por qué a Ortuño le gusta lo que le gusta musicalmente. A continuación, lo que el buen Antonio me dijo:
La primera pregunta tiene que ver con la importancia de la música en su vida diaria y como escritor. ¿Qué tan importante es la música para ti?
Escucho música cuando menos un par de horas al día y a veces cinco o seis. Escribo, por lo general, con música en los audífonos. Paseo al perro con música. Se infiere la importancia que le doy.
Desde esa perspectiva, ¿hasta dónde influye la música en tu escritura?
Eso es relativo. La escritura me parece el resultado de una serie de procesos intelectuales y escuchar música y pensar en ella puede ser uno de varios estímulos para alimentar esos procesos. En algunos textos que he escrito, la música ha sido, entonces, un estímulo capital. En otros no.
Algo que me sucede muy seguido es que me acusan de ser un amargado porque a mucha música le pongo peros. Yo siempre digo que soy muy tolerante porque puedo soportar casi todo. ¿Tú tienes amplios gustos musicales o no eres tan tolerante?
No creo que la tolerancia sea una virtud en cuestión de apreciación musical. Tolerancia es, en todo caso, no agarrar a patadas al que pone música horrenda en presencia de uno, sino ser cívico y retirarse. Hay mucha música que no soporto y otra que respeto, pero que no procuro. Pero tampoco obligo a nadie a escuchar la que prefiero. Para eso, justamente, existen los audífonos. Lo curioso con la idea de “tolerancia” es que implica que uno es intolerante si no escucha lo mismo que los demás. Se sobreentiende, además, que uno lo hace por esnob, porque finge. Pero no. No crecí escuchando a José José o al Buki porque mi madre oía otras cosas y no voy a fingir que me gustan o me apasionan. No son un referente para mí. A los Tigres del Norte los conocí en el transporte público y he procurado que se queden allí: no me dicen nada. Pero no desprecio el origen popular de ninguna música ni la desprecio por el presunto “tipo de gente” que la escucha. Tampoco me interesa el jazz, por ejemplo, que tiene una tradición enorme de enamorar intelectuales. Y a cierta música experimental contemporánea sencillamente no la entiendo. Pero escucho, no sé, blues viejo, blues del delta y a la vez que me conmuevo, reconozco el genio allí. Al menos, el que estoy capacitado para comprender.
Hablando de eso, ¿qué es lo más disímil que escuchas, los extremos, pues?
Supongo que, por un lado, música sinfónica y, por otro, thrash metal. O, no sé, por un lado ska y por otro música medieval.
He visto que el punk te gusta mucho, ¿cómo llegaste a él? ¿Tienes una alguna razón intelectual, algo más allá del simple gusto por escucharlo?
Crecí escuchando punk, metal y rock en general. Mi primer disco fue el “Combat Rock”, de The Clash. Mi hermano lo compró, pero él es más metalero, le pareció muy cumbanchero y lo dejó de lado. Yo lo adopté y lo escuché hasta rayarlo. Luego vinieron los Pistols, La Polla Récords, Sedición (una banda de hardcore de Guanatos), The Jam y mil más… Nunca llevé una cresta (porque fui pelón desde jovencito), pero sí considero el punk una influencia intelectual: me gusta la ética obrera de los punks, su asumida condición de trabajadores y no de virtuosos o divos. También su inconformismo político y, sobre todo, su escepticismo. Hay punk militante pero a mí me gusta más el burlesco, el satírico, el antitodo. Y me gusta la flexibilidad del punk como sonido, porque es rock que lo mismo se acuesta con los ritmos afroantillanos que con el dark o el tecno. El punk es, antes que nada, una actitud, una forma de estar en el mundo. Un punk es un obrero insolente. Eso me gusta. Me repelen los divos, los iluminados, los aristócratas y los revolucionarios que lloran si los ponen a trabajar y no comen gluten.
Nota:
Se supone que Agua corriente se puede conseguir en cualquier librería del país, junto al resto de sus libros.