La propia poesía, una religión
Cercano alguna vez a Alan Ginsberg y años después a Andy Warhol, Bob Dylan tiene toda la pinta de un poeta gnóstico. “Después de una vida de meditar sobre el gnosticismo –escribe Harold Bloom–, me atrevo a afirmar que éste es, en la práctica, la religión de la literatura. Claro que hay poetas cristianos geniales que no son heréticos, desde John Donne hasta Gerard Manley Hopkins y el neocristiano T.S. Eliot. Y sin embargo los poetas más ambiciosos de la tradición romántica occidental, aquellos que han hecho de su propia poesía una religión, han sido gnósticos, desde Shelley y Víctor Hugo hasta William Buttler Yeats y Rainer María Rilke”. Bueno, pues Dylan pertenece a esta religión; tradición, quise decir. Con una añadidura: canta, toca la guitarra y la armónica, da entrevistas –muy escasas–, en cierto sentido se desempeña como un artista plástico del pop, con ligeras pantomimas y guiños espontáneos que recuerdan las mejores improvisaciones del jazz. Justo cuando el establishment conservador había dado por sentado el fin de las vanguardias artísticas, un artista de vanguardia como Bob Dylan gana el Nobel de literatura. Imposible no alegrarse.
“Hans Jonas –cuenta Harold Bloom en su disertación sobre el genio–, a quien considero el guía más incisivo del gnosticismo, dijo de los antiguos gnósticos que éstos experimentaron ‘la intoxicación primordial’. Recuerdo haberle replicado a Jonas, una persona vivamente brillante y genial, que él había descrito lo que los poetas tenaces siempre buscaban: libertad para el yo creativo, para la expansión de la conciencia de sí misma que la mente tiene.” No constituye ningún secreto: los poetas gnósticos rompen con todos los moldes. Octavio Paz se decía pagano, pero se interesó en los gnósticos. Su acercamiento fue poético y reflexivo. Quizá por ese interés validó la obra de Salvador Elizondo, travieso escritor gnóstico.
Jack Nicholson llamó a Bob Dylan conciencia del mundo en la entrega del Grammy de 1991. Un par de veces me hizo reír cuando lo introdujo a la audiencia. Recordemos que Dylan validó con su presencia el Grammy y a MTV antes que el Grammy y MTV lo validaran a él. Al presentarse en esos escenarios se reveló más reformista que revolucionario. Cierto, cantó Masters of War, pero con un autorretrato detrás que parece pintado por Warhol.
Si afirmo que Bob Dylan es un poeta gnóstico, debo demostrarlo cabalmente o desobedecer a las autoridades en voga. El gnosticismo propone el encuentro con Dios a través del conocimiento, tenga lugar éste mediante la Cábala –artilugio que fascinó a Borges-, la poesía, la música o “la intoxicación primordial” de la que habla el filósofo alemán Hans Jonas, el amigo de Bloom. El gnóstico no sigue ninguna iglesia ni capilla intelectual. Para regresar a Dylan, tampoco musical. El gnóstico ha nacido para romper todos los esquemas y gestionarse una especie de iglesia personal, pero sin culto a la personalidad, donde pueda realizar su arte y su vida, que nunca concibe separadas. Así Dylan. El anuncio del Nobel volvió a romper los moldes con o sin el consentimiento del poeta, pero éste recobró el mando sobre su propia obra al aceptar el premio y no asistir a la ceremonia de premiación.
La manera como Bob Dylan concibe y vive la poesía se me antoja superior a la forma como la vive y concibe Harold Bloom. Mientras que Bloom entiende el gonosticismo como la religión de la literatura, Dylan lo práctica como debate teológico, musical, político y existencial, además de literario, por supuesto. Existencial porque se origina en su vida personal, en la manera como vive y padece el amor, pero también porque incluye su singular estilo de ser en el mundo. Para Heidegger la poesía constituye una fuente de revelación primordial y en Dylan la ha constituido. Con su obra ha planteado la utopía irrenunciable: hacer del mundo un lugar habitable. Desde muy temprana edad comprendió que debía incorporar a la política, en su sentido más amplio, para conseguirlo. Dylan es, en este orden de ideas, un poeta existencialista que no se ha encerrado en una torre de marfil con los happy few. La inclusión de la política en su obra ha excluido, sin embargo, a la ideología, el odio y la búsqueda del poder político. A pesar que su poesía es íntima y existencial, ha desplegado un combate por la hegemonía cultural en una dirección que resulta difícil no secundar y aplaudir. No se requiere ninguna genialidad para advertir que la gente vota de acuerdo a su filiación cultural. Pienso que constituye un acierto de la Academia sueca haberle concedido el Nobel a Bob Dylan en un momento en que el triunfo cultural de la derecha parece asolar a varias potencias de Occidente. Sea como sea, el autor de Blood on the tracks no confundió la ideología con la religión, como a muchos nos sucedió con el marxismo (a mí cuando era niño y un tío me hablaba con entusiasmo místico de Cuba y la Unión Soviética). Pero Dylan no es un hombre dogmático. Un poeta gnóstico no puede serlo: en su sino se encuentra quebrantar todos los esquemas, no se diga los programas de salvación de la humanidad, por buenos y atractivos que puedan parecer.
Dylan, Bloom, Villalobos y Sheridan
Bob Dylan no sólo ha hecho de su propia poesía una religión, como Harold Bloom observa que hacen los poetas gnósticos en general y los poetas poetas en particular, sino que se ha involucrado en intensos debates teológicos. Años antes de su famosa conversión al cristianismo, escribió:
Through many a dark hour /Durante muchas horas oscuras
I’ve been thinkin’ about this/ Estuve pensando en esto
That Jesus Christ was/ Que Jesucristo fue
Betrayed by a kiss/ Traicionado con un beso
But I can’t think for you /Pero no puedo pensar por ti
You’ll have to decide /Tú tendrás que decidir
Whether Judas Iscariot /Si Judas Iscariote
Had God on his side./ Tuvo a Dios de su lado.
En esa misma canción Dylan ofrece el recuento de algunas de las guerras más sobresalientes de la historia. Dice:
The Second World War /La Segunda Guerra Mundial
Came to an end/ Vino y se fue
We forgave the Germans /Perdonamos a los alemanes
And then we were friends/ Y entonces fuimos amigos
Though they murdered six million /Aunque asesinaran a seis millones
In the ovens they fried /Friéndolos en sus hornos
The Germans now, too/ Hoy los alemanes también
Have God on their side /Tienen a Dios de su lado.
Dudo que Milton fumara mariguana, pero también disertó con gravedad, como Dylan, sobre los ejércitos que Dios respaldaba y los que no. Hay, sin embargo, quien lo ha tachado de cursi (no a Milton, por supuesto: a Dylan). Juan Pablo Villalobos, premio Herralde 2016, tradujo, para demostrarlo, Blowing in the wind en su muro de Facebook. Queda claro que el bien no juega del lado de la envidia.
You might be a rock ‘n’ roll addict prancing on the stage
You might have drugs at your command, women in a cage
You may be a business man or some high-degree thief
They may call you doctor or they may call you chief
Puedes ser un adicto al rock’n roll encabritado en el escenario
Puedes tener las drogas que ordenes, mujeres en una jaula
Puedes ser un hombre de negocios o un ladrón de alto nivel
Te pueden llamar doctor o te pueden llamar jefe
But you’re gonna have to serve somebody, yes you are
You’re gonna have to serve somebody
Well, it may be the devil or it may be the Lord
But you’re gonna have to serve somebody
Pero tendrás que servir a alguien, sí, lo harás
Tendrás que servir a alguien,
Bueno, puede ser al diablo o quizá al Señor
Pero tendrás que servir a alguien
Para muchos fue un escándalo que no asistiera a la entrega del Nobel. Guillermo Sheridan profetizó, en los días en que aún no se sabía si Dylan aceptaría o no el reconocimiento que si lo aceptaba donaría el dinero a los pobres de África. Convencido que el autor de “Blonde on blonde” no es más que una estrella de rock, Sheridan decidió descalificarlo con ese maravilloso plumazo. Así de fácil se ejerce la crítica y el poder literarios en México.
Dylan, Monsiváis y Domínguez Michael
Para Carlos Monsiváis los hippies fueron simples improvisados, personajes extáticos que cuando se creían profundos resultaban cursis. Monsiváis tenía razón, pero si alguna vez fue un hippie, Dylan no fue esa clase de hippie. Recuérdese que un lema hippie de los sixties, o sea, del mejor pop de la época, ese folk rock de Bob Dylan, fue extraído de “Visions of Joahana”, publicada en 1966 en un registro mítico e inolvidable, sobre todo si uno va a dormir solo esa noche:
Everybody is making love or else expecting rain
Todo mundo está haciendo el amor o esperando la lluvia
Si no mal recuerdo los hippies pusieron guerra donde dice lluvia, lo que está lejos de significar lo mismo. A veces Dylan parece maniqueo, pero no lo es. Detrás de su aparente sencillez acechan joyas de una complejidad luminosa. En cierta lectura “Like a Rolling Stone” puede validar a los vagabundos, esas tristes personas sin ocupación ni profesión académica, pero en otra uno entiende que puede resultar una lección dura y lamentable andar como una piedra rodante por la vida. Pero lo más impresionante de esa canción no es eso. Lo más impresionante es que surgió a partir de una especie de dialogo imaginario entre un hombre y una mujer que alguna vez se amaron. En 1966 Dylan contó el origen del poema a un periodista:
“Tenía diez páginas. No tenía título, [consistía en] unas rimas en un papel, todo sobre mi odio estable dirigido hacia algún punto que era honesto. Al final, no era odio, era decirle a alguien algo que no sabía, decirle que tenía suerte. Venganza, esa es una palabra mejor. Nunca había pensado en esto como una canción, hasta que un día estaba en el piano con el papel y cantando How does it feel? (“¿Cómo se siente?”) a cámara lenta, extremadamente lenta”.
Basta una revisión somera de su obra para advertir que Bob Dylan ha hecho de su trabajo artístico una religión. Y una religión no puede tomarse a la ligera. Evidentemente se ha ocupado en conferirle viabilidad a su trabajo artístico en el mundo en el que le ha tocado vivir.
En Días de guardar Monsiváis se permitió algunos comentarios favorables a Dylan, pero Desolation road le pareció un poema inaguantable, que uno no podía leer varias veces, al menos no varias veces seguidas, a riesgo de ahogarse en la desesperación de la persona que ha perdido en amores y no logra sentir consuelo de ninguna manera. Pero en Desolation road uno se consuela aunque Monsiváis no se percate. Como muestra, un botón:
Einstein, disguised as Robin Hood with his memories in a trunk
Passed this way an hour ago with his friend, a jealous monk
Now he looked so immaculately frightful as he bummed a cigarette
And he when off sniffing drainpipes and reciting the alphabet
You would not think to look at him, but he was famous long ago
For playing the electric violin on Desolation Row
Einstein disfrazado de Robin Hood con sus memorias en una maleta pasó hace una hora por aquí con su amigo el monje celoso, y se mostró tan inmaculadamente correcto cuando mendigó un cigarrillo, después se marchó oliendo alcantarillas y recitando el alfabeto, no lo pensarías al verle pero se hizo famoso hace tiempo por tocar el violín eléctrico en la calle de la desolación.
Obviamente el violín eléctrico, en el caso de Einstein, fue la teoría de la relatividad. Teoría que no pudo sino concebir en la soledad. La triste soledad: ese lugar accidental y a todas luces creativo que “Desolation road”, según la lectura de Monsiváis, hace aún más desolador. Me pregunto si Monsi no habrá leído la estrofa que acabo de citar. Vamos, si no habrá oído bien la canción.
La ironía no es un recurso escaso en Dylan, por supuesto. Todo lo contrario. Christopher Domínguez Michael tuvo a bien escribir, por su parte, que el Nobel 2016 corrobora que ese premio no es una referencia canónica universal. Nada de qué preocuparse: ya sabemos que, entre nosotros, el canon universal lo define Domínguez Michael. Hace mucho el establishment cultural mexicano dejó de tener un crítico literario canónico. Digo, ignoro si Domínguez Michael canonice o no, pero a todas luces no resultaba indispensable que canonizara a Dylan. Quien lo piense está perdido.
Muchos otros escritores y críticos mexicanos nos han regalado comentarios desfavorables –algunos incluso contradictorios– en torno al Nobel 2016, pero no me alcanza el espacio para considerarlos en este ensayo. No puedo dejar de comentar, sin embargo, las declaraciones de Vargas Llosa al respecto. El Nobel peruano ha declarado que el Nobel a Dylan forma parte de la frivolización de la cultura. Si uno escucha a José Agustín observar que Dylan es “un poetota” muy bien puede apresurarse y concederle la razón a Vargas Llosa. Pero entonces demostrará que no conoce la obra de José Agustín ni su gusto por la rebeldía literaria, mucho menos su irreverencia, a veces chabacana, en el uso del lenguaje. Vargas Llosa se equivoca porque Dylan es un poeta que se inserta en la gran tradición literaria de Occidente. Que el genial autor de Conversación en la catedral no haya encontrado el tiempo, el ánimo ni la disposición para sumergirse de veras en el estudio de su obra, es otra cosa.
Naturalmente no todo nuestro establishment literario ha repudiado el Nobel a Dylan. Muchos lo han festejado. Antonio Ortuño, Juan Villoro, Jorge F. Hernández, Julio Patán, entre otros, han adornado la prensa con bonitos comentarios y ocurrencias que celebran este Nobel que disloca y reorganiza los cánones, pero de ningún modo los manda a la basura.
Dylan y Paz, un ejercicio de crítica ficción
Yo no sé para ustedes, pero para mí hay un Paz antes del 68 y otro, muy distinto, después. Además de las diferencias formales en poesía, el anterior al 68 teorizaba sobre política, pero no con fines prácticos, quiero decir, inmediatamente prácticos, y el posterior se metió de lleno al debate político mexicano con fines prácticos. El terror que le causó la matanza del 68 no sólo lo llevó a renunciar a su puesto de embajador en la India. También lo indujo a pensar y vivir México de otra manera. No sólo volvió, estuvo de vuelta siendo otro; él diría que el mismo y yo también: ambos coincidiríamos que de otro modo. Inició la crítica a la pirámide, esto es, al régimen de partido único, y desde ese momento no cesó de influir en los asuntos públicos del país. ¿Pero por qué hablo de Octavio Paz si ensayo sobre Bob Dylan? Muy simple: porque hay un académico gringo que sostiene que existió “una visión cultural compartida” entre Paz y los beats y, como se sabe, Bob Dylan fue un poeta beat. Dylan y Paz jamás se conocieron, evidentemente.Ya lo dije en otra parte: el mayor error de Octavio Paz fue su desinterés por el rock and roll.
Tengo para mí que el Paz previo al 68 hubiera encontrado oportuna, a la luz del violento México de hoy, la siguiente estrofa, la primera de Political World, publicada en 1989:
We live in a political world/ Vivimos en un mundo político Love
don’t have any place /El amor no tiene lugar
We’re living in times/ Vivimos tiempos
Where men commit crimes /En los que los hombres cometen crímenes
And crime don’t have any face /Y el crimen no tiene cara
Octavio Paz –como de hecho cualquier otro mexicano con dos ojos en la cabeza- pensaría, tras leer la estrofa anterior, en los asesinatos y asaltos diarios que inundan la vida en nuestro país. Pero luego elevaría su reflexión al mundo político y nos ofrecería su lectura de los hechos. Pero hay otros versos de Dylan que, estoy seguro, interesarían de un modo vivo a Paz:
It’s unbelievable, it’s strange but true, It’s inconceivable it could happen to you.
You go north and you go south Just like bait in the fish’s mouth.
Ya must be livin’ in the shadow of some kind of evil star.
It’s unbelievable it would get this far.
Es extraño, es extraño pero cierto
Es inconcebible te pueda suceder a ti.
Vas al norte y vas al sur Justo como cebo en la boca del pescado.
Sí, debes vivir a la sombra de alguna clase de estrella demoniaca.
Es increíble que esto haya llegado tan lejos.
Desde mi punto de vista no hay ironía en esos versos: constituyen el relato de la peligrosa odisea que el poeta debe cumplir para ser él mismo. ¿Y no la poesía de Octavio Paz, con sus particulares tonos autobiográficos, integra una trama semejante? Sólo en ese detalle, en las alusiones a la intimidad autobiográfica intercaladas con imágenes simbólicas de todo tipo, la poética de Dylan se parece a la de Paz. En todo lo demás es muy diferente. Lo digo y lo sostengo a despecho de aquel famoso poema en el que Paz fuma marihuana en Teotihuacán.
El Nobel 2016 reordena todos los cánones y desafía la manera como los comentaristas más simples y conservadores entienden el mundo. La obra de Dylan integra una épica personal que empuja en favor de la claridad ética, estética y existencial en un mundo convulso y concreto, este mismo mundo en el que cada uno de nosotros debe procurarse una forma de nacer al menos de vez en cuando o, en su caso, morir como si no se diera cuenta que está muriendo.
La voz de Dylan
La voz de Dylan, en efecto, alcanza tonos muy estridentes. En esos momentos puede parecer insoportable, sobre todo si se desconoce su lengua. Pero la letra ilumina con la fuerza reveladora de la poesía y le confiere mayor sentido a la música. ¿O es al revés? En realidad la música y la poesía se funden y confunden porque la voz es un instrumento más. Qué digo más: en la obra de Dylan, el instrumento principal. Por eso Bob Dylan es poeta, antes que músico, aunque sea un músico excepcional en todos los sentidos. Por esa razón hay que leerlo antes que oírlo –digo, al menos los que no dominamos su lengua- o, mejor, leerlo y oírlo al mismo tiempo: la letra en la pantalla y uno conectado con los audífonos a la música que poco a poco uno aprende a escuchar como una singular música clásica. Pero con cierta frecuencia este clasisimo invita a presentar algunas reacciones físicas visibles. Incluso cuando Dylan toca al estilo Philip Glass o Kronos Quarter, uno puede presentar esas reacciones físicas al ritmo de la música, aunque a veces pueda caer en la cuenta que está como fuera de ritmo. Por cierto, ignoro por qué en las salas de música clásica propiamente dicha aún suele estar como prohibido presentar esas reacciones físicas desatadas por la música en forma genuina, esto es, sin que uno tenga que demostrar a los demás o a sí mismo que está disfrutando lo que efectivamente está disfrutando, cuando no hay nada de malo en expresarlo moviendo el cuerpo, la cabeza o ambas cosas, según el ritmo de la poesía. Si los poetas cavernarios de la Era Terciaria hacen gestos de fuchi, que los hagan. Verlos da risa.