El periodista no debe ser el protagonista de la noticia, sino simplemente quien la transmite, quien interpreta eventos o quien le da voz a quien no la tiene. En este sentido, su papel se reduce al de un modesto mensajero. Este asunto de la llamada entre Trump y Peña Nieto, en que Dolia Estévez afirmó conocer su contenido, se vuelve ejemplo casi de manual sobre lo que no se debe hacer. En este embrollo, Dolia Estévez estuvo muy lejos de ser la digna mensajera que la labor periodística indica. En lugar de ello fungió como instrumento de un grupo de poder.
Contenido de la “primicia”
Es importante enfatizar que la “primicia” que dio a conocer Dolia Estévez destacó, con toda seguridad, convicción y sin condicionantes, que:
-Trump amagó con una invasión militar a México.
-Peña Nieto balbuceó y no se portó con dignidad.
-Trump humilló y maltrató a Peña: “no necesito a México”, afirmó Dolia que dijo Trump.
Estos tres ejes fueron lo más destacado por ella. Y no hay matices que valgan. Si posteriormente, nuevos elementos (no aportados por ella) confirmaron sólo parcialmente lo que dijo (“se confirmó lo esencial”, dijo Aristegui) éticamente estaba en obligación de NO revelar nada en el momento que lo hizo. O se tiene la información completa y correcta de todo a todo o no se tiene. Punto.
Carmen Aristegui la disculpó el 8 de febrero en su programa: “Dolia, tú misma habrás podido corroborar con tus propias fuentes, ampliar, corregir, rectificar, ratificar lo que corresponda en este tramo de informaciones que hemos presentado a lo largo de estos días”.
Éticamente es absolutamente incorrecto soltar una información sin sustento en espera de que los acontecimientos amplíen, corrijan, rectifiquen o ratifiquen lo que el periodista informó a partir de versiones deformadas provenientes de fuentes no identificadas.
Al no haber evidencia alguna de las afirmaciones que hizo Estévez, y surgir posteriores filtraciones, y desmentidos, la periodista cayó en el desdoro de no corregir su versión y capitalizar los dichos de ambos gobiernos para asegurar que alguien quiere acallarla y elaborar una nueva edición de la saga “Matar al mensajero”. Solamente que Dolia Estévez no es Gary Webb.
Periodísticamente, Estévez falló en cinco sentidos fundamentales, muy relacionados entre sí. Veamos.
Error uno: unirse al juego político
Quienes le hayan referido la versión de la charla que difundió, son personas con intereses específicos. Hubo analistas que señalaron al equipo cercano a Trump y a su vez, éste señaló a personal de la Casa Blanca afín a Barack Obama. No implico, en lo absoluto, que Dolia llegó al extremo de inventarse un relato. Pero sí actuó de manera contraria a la metodología periodística.
Si la intención de quienes filtraron el relato fue minar a Trump, o golpear a Peña Nieto no viene al caso aquí. Es obligación del periodista actuar con responsabilidad social, al divulgar sólo información contrastada.
“Dolia Estévez y AP no dejaron claro a sus lectores y escuchas que nunca estuvimos en presencia de una investigación, sino de la filtración de unas líneas que el propio filtrador les ayudó a interpretar, convirtiéndose en vehículos útiles, voceros gratuitos o, en el peor de los casos, en correveidile”, señala acertadamente Juan Carlos Romero Puga en su texto “La invasión a México y los periodistas útiles”, en la web de Letras Libres.
Error dos: la codicia de la exclusiva
Todo periodista tiene el afán de decir lo que otro no, decirlo mejor o decirlo antes que nadie. La codicia de la exclusiva es muy entendible, es un importante motor para el periodista, pero hay que dominarla. Es preferible no ser el primero o el único, y en cambio, ser veraz, correcto, preciso. Esa codicia puede llevar al apresuramiento. Y el periodismo correcto requiere tiempo para organizar datos y contrastarlos.
Estévez no actuó como verdadera investigadora, sino que al tener la información la divulgó sin más. Prueba de ello es que no buscó a funcionarios de ambos gobiernos que pudieran declarar abiertamente sobre el tema. No importa que, previsiblemente, sólo obtuviera como respuesta negativas tajantes, desmentidos. Su obligación era hacerlo.
Por su parte, Carmen Aristegui, consciente de la endeble factura del relato, pero incapaz también de resistir la codicia de la exclusiva y la ocasión de pegarle políticamente al gobierno federal, quiso lavarle la cara a su colaboradora al señalar que las fuentes fueron de “ambos lados de la frontera” (implicando con ello que los datos estaban doblemente respaldados) y que la investigación era de “altísimo nivel”.
Error tres: confianza excesiva en las fuentes
Por su colaboración continua en la revista Forbes, Dolia Estévez tiene contactos en altos niveles empresariales y políticos. Sin embargo, el que la fuente a la que uno acude sea una persona en un alto cargo, o conocida de muchos años no valida por sí mismo la información. ¿Por qué habría de ser así?
La relación periodista-fuente siempre es de mutua conveniencia y por su misma naturaleza, puede cambiar en cualquier momento. Una fuente interesada bien puede cultivar por largo tiempo la relación con un periodista, dándole información de calidad, para luego, en algún momento, deslizar datos basura o utilizar —insisto— al periodista como su recadero.
Hay elementos noticiosos que pueden ser recogidos de una sola fuente, incluso anónima, si son menores y también si son testimoniales. Pero cuando se trata de un relato de semejante envergadura, que implica un posible enfrentamiento militar entre México y Estados Unidos, creer en una sola versión, y de oídas, es irresponsable, por no usar otros adjetivos.
Al respecto, Estévez y Aristegui se congratularon en diversos momentos de que la primicia había sido confirmada en “lo esencial”, esto, luego de que Trump aceptó haber ofrecido “ayuda” al gobierno de Peña Nieto para combatir los cárteles, (en tono de broma, dijo una versión más, igualmente mal sustentada).
Ofrecer ayuda con tropas (por más incorrecto que sea y aunque la Constitución mexicana prohíba aceptar) es radicalmente diferente a amenazar con una invasión militar. Y esto, insistimos, no es corroboración alguna del relato de Estévez. Ella enfatizó mucho en que la llamada fue “amenazante” y “humillante”. Luego, dejó de lado estos elementos, verdadera esencia de su relato.
Aristegui dijo, con ligereza, el 8 de febrero que “lo más relevante es que, en el tono que haya sido, si fue en broma, si fue coloquial, si lo dijo en amenaza, etcétera, aquí hay un tema principal, que yo creo que ya no hay duda, que es que finalmente se aludió, por parte de Donald Trump, a una ayuda a México con tropas y ese, por sí mismo, es un tema centralísimo”. Es decir: lo que dijimos al principio no importa, pero de que dijo “tropas”, dijo “tropas”.
Error cuatro: se cree infalible
Según señala Juan Manuel Alegría en su artículo “El periodista infalible”, publicado en etcétera, pertenecer a esta profesión “provoca que, en muchos casos, un periodista se vuelva arrogante y soberbio, más aún si labora o publica en un medio importante, ha obtenido el aplauso público y merecimientos o galardones por su trabajo; esto lo vuelve autocomplaciente y pierde la capacidad de autocrítica”.
Estévez deja de lado la cautela y confía, sencillamente, en su capacidad, su experiencia, sus fuentes y en su instinto. No es una conjetura. En la entrevista que le hizo Aristegui el 1 de febrero, Estévez aseguró que estaba segura de que la información que revelaba sería desmentida por funcionarios de ambos gobiernos, pero que a eso ya estaba “acostumbrada”.
Una semana después, también en entrevista con Aristegui, declaró que “ya no hay que entrar a las versiones de cómo se corroboró la información que yo di en primer lugar, el miércoles pasado (1 de febrero) porque se corroboró más allá de lo que yo hubiera imaginado”.
Error cinco: la credibilidad como dogma de fe
Respetada, admirada y querida por numerosos colegas y con una trayectoria exitosa tras de sí, Dolia Estévez pretende que su credibilidad sea incuestionable. “El tiempo siempre me da la razón”. Así de sencillo.
El miércoles 8 de febrero dijo que “han estado insistiendo mucho en redes sociales de que no fue cierta la primicia que yo di hace ocho días y a través de los sucesos que se dieron después, se ha corroborado todo y lo único que me queda a mí decir es que no hay más ciego que el que no quiere ver”.
Aprovecha hábilmente las contradicciones en las declaraciones del gobierno mexicano y el norteamericano, entre la Secretaría de Relaciones Exteriores y el vocero presidencial, para evadir u propio manejo deficiente de la información. Es muy claro: el que el gobierno mexicano haya respondido de manera torpe ante esta crisis (recuérdese el “no que yo sepa”, del vocero presidencial Eduardo Sánchez), no valida, en lo absoluto, la conducta periodística de Estévez y su pleno apoyo por parte de Aristegui Noticias y otros medios. A mi modo de ver, ambas partes (gobierno y medios) realizaron su trabajo de manera muy criticable.
Por supuesto, usó el recurso de acusar la existencia de una embestida en su contra.
“No les gusta el mensaje, tratan de desinformar respecto al mensaje, y si no les gusta el mensajero, lo tratan de desprestigiar, de desacreditar, atacar al máximo, salir con esta cosa que Jenaro Villamil puso: ‘en el colmo del delirio salieron con burdas teorías de la conspiración’, en contra de mí, de Dolia Estévez y de Carmen Aristegui,y eso, pues lo hemos padecido en cuatro años de gobierno, pero en este caso, cuando la situación de la relación bilateral está tan tensa, tan peligroso, que lo peor que puede hacer un gobierno que está a la defensiva, un gobierno sin credibilidad ante gran parte de la sociedad es desinformar y lanzar campañas contra el periodista”.
En este último punto estamos de acuerdo. Es equivocado e ilegal atacar al periodista. En Twitter vimos el surgimiento del hashtag #MientocomoDolia, sin que se sepa su origen. No obstante, el hecho de ser atacado, no implica, por sí mismo, que el periodista se haya conducido de manera correcta, no es prueba de su certeza. En todo caso, es muestra del deplorable nivel de los usuarios de las redes y/o de las personas que impulsanesas campañas.
Conclusión
Los cinco errores cometidos por Estévez y Aristegui son propios y frecuentes en la prensa militante, que da relevancia a piezas mal sustentadas siempre y cuando favorezcan su propia línea editorial o política. Respecto a las filtraciones y su uso en el periodismo cito de nueva cuenta a Juan Manuel Alegría, (El Tribunal Mediático, 2016, página 77, editorial e): “Las filtraciones únicamente deben servir para iniciar una investigación, verificar esa información, contrastarla, indagar el propósito de quien la entregó y sus consecuencias y armar un trabajo completo antes de publicar o desechar la información filtrada, o de otra forma, el medio y periodista son manipulados por la fuente”. Pero cuando el periodista se deja llevar por la vanidad, eso no puede ocurrir.