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jueves 26 diciembre 2024

El archivo más grande de Latinoamérica

por Cicco

Orson Welles

¿Cómo se origina un hobbie? ¿Viene en los genes? ¿Un episodio al azar, infantil e inocente los dispara y queda grabado para siempre? Por otra parte, ¿por qué habrá ciertos hobbies que perseveran en el tiempo, que no los borran los años ni la adolescencia, ni la madurez ni la vejez?

Cuando era niño, el argentino Roberto Di Chiara, trabajaba como canillita en el barrio de Avellaneda, en las afueras de Buenos Aires. Con parte del capital que ganaba, compraba películas en su soporte original. No se preguntaba por qué. Apenas cobraba su sueldo, adquiría largometrajes que iba atesorando en los estantes de su casa. Empezó con El vagabundo, de Carlitos Chaplin, un clásico. Y siguió, sobre todo de niño, comprando películas cómicas, sus favoritas. Pasaron 60 años de eso. Hoy, Di Chiara tiene 75 y un empuje que desconoce de edades. El argentino encabeza el Archivo Di Film, el cuarto reservorio fílmico más grande del mundo, y el más antiguo y de más envergadura de Latinoamérica. Si se toman en cuenta exclusivamente los archivos privados, el Di Film es, al día de hoy, el patrimonio sin apoyo estatal más nutrido del planeta.

Di Chiara no sólo guarda material precioso y antiguo, películas y documentales que hicieron historia, además, posee películas que, en líneas generales, se desconoce de su existencia. Una de sus cintas más celosamente custodiadas es Tanques, un cortometraje que filmó Orson Welles en 1942, a pedido del ejército estadounidense y que jamás fue estrenado. Según Di Chiara, ni el Vaticano ni la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, guardan copias de la película. Tanques dura poco más de diez minutos, cuenta con el relato del propio Welles el único que aparece en los créditos , y estaba pensado como un alegato para alentar a las tropas aliadas estadounidenses que partían rumbo a Europa a combatir en la Segunda Guerra Mundial. No hay registros de Tanques en la filmografía oficial de Orson Welles. Casi nadie la conoce. Excepto Di Chiara.

El filme expone la creación del tanques blindados M-3, desde que se ensamblan en la fábrica hasta que viajan, cubiertos de telas negras, rumbo a la guerra. Eran la novedad durante la Segunda Guerra Mundial. Y el genio de El ciudadano Kane, lo retrató con un ojo que todo lo ve. “La fuerza, empuje y poder que fluye en su chasis”, relata Welles, profundo y entusiasmado, “está construido para poder doblegar cualquier obstáculo que pueda encontrar. Vemos sus garras de hierro desenrollarse, una oruga abierta en todo su esplendor”. Era tal la intensidad del filme, coronado con violines triunfales y música envolvente, que el ejército estadounidense, tras mucho polemizar, se inclinó por guardarlo en el cajón y no dejar a sus soldados que lo vieran. Jamás se sabrá qué reacción hubiese producido Tanques en las tropas. ¿Welles quiso filmar, en verdad, un manifiesto bélico o, por el contrario, en diez minutos sutilmente ocultos cifraba un mensaje en favor de la paz y contra el desquiciado horror de las guerras? “Welles registró Tanques pocos años antes de adaptar El proceso, su extraordinaria versión de la novela de Kafka. En este cortometraje, insiste y repite cada detalle del ensamble de los tanques hasta la exasperación. Parece como una película pornográfica, pero con metralletas y cañones en lugar de sexo. Si bien Welles no cumplió con el objetivo de las fuerzas armadas norteamericanas, sigue siendo un alegato cinematográfico maravilloso”.

El archivo Di Film, custodiado hoy por los hijos y nietos de Di Chiara, se extiende en distintos puntos de Buenos Aires, en depósitos bajo tierra y a prueba de incendios, cápsulas del tiempo donde se encuentra de todo. Uno, con aire acondicionado, ubicado en la localidad de Chascomús. Otros dos en Quilmes. Y uno en Florencio Varela. “Imaginate que guardar todos esos rollos, se necesita algo más que un lugarcito”, dice.

La suerte estuvo de su lado. Di Film sobrevivió a todo. A pesar de los distintos gobiernos militares, que arrasaron con archivos de toda clase en Argentina, Di Film permaneció intacto. Básicamente por un motivo: nadie sabía que existía.

Al día de hoy aún Di Chiara tiene un gran trabajo clasificando el material que compra. Ni siquiera él mismo sabe qué esconden muchos de esos rollos, pues normalmente las compras las hace al por mayor y desconoce, en líneas generales, con qué puede encontrarse. “En una de esas compras a ciegas, me encontré con un cortometraje condicionado de la mismísima Marilyn Monroe, antes de ser famosa. Una película muda que dará de qué hablar. Y poseo un registro documental en 35mm, prácticamente desconocido, con la correspondencia de las tropas nazis en Rusia a su familia, poco antes de la derrota, donde criticaban a Hitler y que nunca llegaron a destino”.

Di Chiara se refiere a 250 mil cartas escritas por las tropas, epístolas pensadas por el Ministerio de Propaganda alemán para realizar una selección de extractos que mostrarían al pueblo el patriotismo de los defensores de Stalingrado, pues su rendición había supuesto una catástrofe nacional. Pero la correspondencia, lejos de mostrar el heroísmo, evidenciaba una serie de duras críticas al Ejército Mayor. La correspondencia, finalmente, fue quemada por orden de Joseph Goebbels.


El documental da cuenta del testimonios de soldados al borde de la muerte, poco antes de que las caras fueran incineradas. Además, recoge la sobrecogedora matanza de tropas alemanas en Stalingrado. Los nazis en las últimas consecuencias. De México, tengo material inédito de Pancho Villa, María Félix, el Indio Fernández, enumera Di Chiara, de memoria, un hombre que en 1962, recibió la Llave de los Estudios Paramount, fue nombrado ciudadano ilustre en Asunción, Paraguay, y acaba de ser aprobado un proyecto de ley para nombrarlo en la provincia de Buenos Aires.

En los primeros tiempos, la mercadotecnia cinematográfica resultaba, a veces, tan importante como hoy en día. Naturalmente, no había campañas de tanta envergadura mediática, las distribuidoras no regalaban muñequitos en las cadenas de comida rápida, sin embargo, el impacto pasaba por la audacia en su forma de presentarla. Muchos éxitos taquilleros de la década del 40, hoy son prolijamente olvidados y barridos de la memoria, si no fuera por Di Chiara. Cómo se nace cómo se muere, un documental italiano mudo y coloreado, era exhibido en ese entonces como la última de las vanguardias de cine. Los productores insinuaban: “Obra no apta para personas incultas. Un film como éste no volverá a realizarse jamás. Asistirá a una película sin actrices ni actores, cuyo verdadero protagonista será usted. Señoras y señoritas inteligentes que asistan a este espectáculo, encontrarán asientos reservados”. También apelaban al guiño legal para atraer espectadores: “Ordenanza Municipal N 13.271, artículo 3, inciso A: Espectáculo de carácter científico para mayores de 16 años, cuya exhibición podrá efectuarse en común para ambos sexos. El cine es un espejo de lo que pasa por la calle, si hay barro en el camino, el espejo no tiene la culpa”. Semejante presentación, hizo que, durante años Cómo se nace cómo se muere, agotara las entradas semanas antes de la función. Di Chiara estuvo ahí para dar su testimonio. Y, por si fuera poco, guarda una copia original de la película. “Recuerdo que tuve que ver la película desde el pullman, pues en la platea sólo asistían las mujeres, por disposición de la empresa propietaria del cine. En líneas generales, era una película tremendamente aburrida con escenas sobre la menstruación femenina, partos con forcé, sangre y sangre. En fin, un asco. Pero los cines se llenaban y las entradas numeradas había que reservarlas con más de una semana de anticipación”. Con El veneno blanco, una película alemana de 1941 que promocionaba develar por fin el mundo de las drogas, Di Chiara tuvo una reacción similar. “Opio, morfina, cocaína, orgías, el jazz, el amor enfermo y los paraísos artificiales”, declamaba el póster publicitario. A diferencia del anterior, este documental tuvo poca vida útil en cartel. Por suerte. “Si bien en Buenos Aires, la película fue un éxito, la quitaron rápidamente de exhibición. A decir verdad, era un cine primitivo y de mal gusto. Un filme alemán, con muy pocas escenas sonoras, donde todo giraba alrededor de la cámara y ésta lo decía ‘todo’. Que era más bien poco. El cartel decía: ‘una estupenda película’. Nada más lejos de eso”.

En su búsqueda de material inhóspito, Di Chiara viajó 154 veces a Europa y más de 200 a Estados Unidos. Grabó con su propia cámara cinco mil notas periodísticas. Estuvo cara a cara con todos: Diego Maradona, Juan Domingo Perón, Joan Manuel Serrat, Guy Williams el actor de El Zorro , y largos etcéteras. “Perón era un hombre de otro planeta. Hablar con él era electrizante. Por la mirada, te adivinaba cuál era tu siguiente pregunta. Siempre me quedé con ganas de entrevistar a Evita. Es una asignatura pendiente. Sin embargo, guardo material inédito de su vida y de su funeral”.

Pero hablemos de números. Al día de hoy, en Di Film se conservan 60 mil documentales, 25 mil películas, 180 mil programas de televisión, 60 mil documentos, 58 mil noticieros, dos millones 200 mil fotos originales, 170 mil discos de pastas y 36 mil programas de radio. En otras palabras: 7.5 millones de horas en distintos formatos y en su soporte original. No es poca cosa. A nivel de archivos públicos, sólo lo superan la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, y los archivos oficiales de Francia y Alemania. “Cuando conocen mi trabajo, la gente piensa que estoy lleno de plata. Y están equivocados. Todo lo que gané en mi vida, lo invertí en el archivo”, confiesa Di Chiara. “Esto es mi vida. Te digo más: el departamento donde vivo con mi mujer en Buenos Aires, no es mío, es alquilado”.

Foto: Cicco

A pesar del peso de su colección, Di Chiara no quiere que lo consideren un coleccionista. Tiene sus propios reparos al respecto. “Si hablamos con propiedad, yo no soy estrictamente un coleccionista, soy periodista, ésta es mi verdadera profesión”, compara él, el bigote recortadito y cuadriculado. Anteojos grandes e intensa mirada de insecto. “El coleccionista suele ser más bien egoísta en su trabajo. Se lo guarda para él solo. Ni siquiera se lo muestra a sus hijos. A mí, en cambio, me gusta compartir el material. Tengo sitios en Internet donde se pueden bajar sin ningún costo. Yo doy charlas, y exhibo documentos que la gente no vio en su vida. Es decir, nuestras metas son opuestas”.

Como todo rubro, en la vida de los que acopian material también hay gente con códigos. Según Di Chiara, buena parte de los coleccionistas con el sólo provecho de obtener el material deseado, no preguntan su procedencia. Él, según dice, es un hombre de palabra. “Muchos tratan de conseguir el material provenga de donde provenga. En mi caso, me han ofrecido material donde se veía el sello de Propiedad del Congreso de la Nación, y, aunque eran cien ejemplares de un diario histórico muy valioso, rechacé la oferta. No quiero poner en juego mi reputación por comprar cosas robadas”.

Gracias a su buen tino y su rectitud, Di Chiara se ha ganado un lugar de respeto entre sus pares. Con su archivo, alimenta a distintas señales en diversos lugares del mundo. Y próximamente, dirigirá en Argentina una señal de cable. En la actualidad, su pasión son los noticieros de distintas épocas. Para Di Chiara, son la mejor forma de entender la historia de un país. “También me apasiona el cine mudo. Y encontrar material de acontecimientos históricos como la guerra civil española. Si bien no son difíciles de conseguir, hasta que no encuentro un registro inédito no paro. Siempre pienso que todo debe saberse y verse. El cine es como un gran testigo del devenir de la humanidad”.

Para despejar dudas sobre su desinteresado compromiso de reconstrucción del pasado, Di Chiara se ha propuesto desde hace tiempo repatriar registros fílmicos perdidos en el mundo, vendidos como baratijas a coleccionistas del extranjero. “Es una tarea titánica y muy costosa. Pues lo que se vendió a diez pesos yo lo tengo que comprar a 100. Sin embargo, si no lo hacemos nosotros, decime ¿te creés que alguien lo va a hacer?”.

Di Chiara hace la pregunta y se encoge de hombros. Es pequeño y delgado como una sombra. En cualquier bar, en cualquier sitio, en cualquier lugar del mundo, pasaría desapercibido. En todas partes, menos en la historia.

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