Esa mirada no culpa ni acusa, no condena ni señala. Pero en la muerte tiene la fuerza para preguntar. La respuesta es que ha estallado el odio, la rabia, la sinrazón y la estupidez de una bomba en un ataque aéreo.
No hay palabras que describan la mirada frontal a la cámara, transparente y pausada, del niño que yace sobre una plancha en el hospital de Al-Shifa; y sin palabras sólo ha quedado el trazo burdo de sangre que enmarca su rostro, de ceja a mentón, con lejana diligencia.
Un avión de Israel ha atacado la franja de Gaza. El niño tal vez lo supo antes de terminar postrado en esa cama de sábanas percudidas; probablemente también estuvo enterado que hay una larga historia y un intrincado conflicto detrás del ataque aéreo que ha puesto a la muerte a mirarnos a través de sus ojos oscuros aunque al final ni él, ni nosotros, terminamos por entender qué cosa puede alentar tal abominación: la muerte del otro, de quien es diferente. Nada tan absurdo como eso.
Sobre la imagen que con una belleza trágica ha captado Mohammed Salem de Reuters, poco puede escribirse: sólo que es uno de los tantos rostros que tiene una guerra tan incomprensible como cualquier otra. Y también la representación de una de tantas y tantas fotos que nunca serán difundidas.