Cuando despertó le dolía el alma y la solución era el alcohol.
El dolor de cabeza era insoportable, tenía la boca seca y los ojos le ardían. Se escondió del espejo, tenía miedo de mirar la cara de niña perdida. Quería salir de ahí ¿Qué tal suicidarse? Corrió. Ya no era momento de llorar: vio un carro que pasaba a toda velocidad pero sintió que alguien la jalaba del brazo.
Levantó la mirada y vio a un hombre inmenso con el torso cubierto de tatuajes. Alrededor de sus ojos había sombras negras, en su cráneo estaba dibujado lo que parecía un cerebro y en el torso el esqueleto, sus venas.
El hombre le extendió la mano y ella la tomó. Caminaron pocos pasos hasta llegar a una casa vieja invadida de hierba seca y de un aroma dulce. Al abrirse la puerta se activaron sus cinco sentidos y se dejó guiar por la música gutural y una luz tenue. Se detuvo un momento frente al símbolo: un triángulo encerrado en un círculo.
Frente a ella estaba el mismo hombre cubierto de tinta, a su lado otro ser que no parecía humano: llevaba un bozal de color negro; no tenía ojos, solo una capa blanquecina que cubría las cuencas. Sobre su piel transparente se balanceaba una túnica blanca y en las manos portaba una máquina ruidosa que aceleraba el sonido al recargar el pie en un pequeño pedal. Por fin habló quien la llevó al lugar.
-Pasa, estás a punto de entrar al círculo- .
No titubeó, fue hacia ellos, sabía que no tenía qué perder. La recostaron en una silla como las que usan los dentistas, y apuntaron una luz que la deslumbró segundos. Cuando por fin pudo enfocar, escuchó las siguientes palabras.
-El maestro te hará sufrir por unos breves momentos pero al terminar empezarás a tomar decisiones por primera vez. En sus manos tiene una máquina de tatuar, te impregnará algo más que tinta. Pero lleva esto en tu mente cada que pienses borrarlo: podrás salir del triángulo, pero jamás del círculo.
Se dejó caer en el respaldo, mientras el maestro apretó con fuerza su brazo izquierdo y la aguja que penetraba incesante a gran velocidad; comenzó a trazar las primeras líneas. Cada movimiento era como si le arrancaran la piel a pedazos. Quiso zafarse pero no era posible. Eran ella, su tatuador y un puente de comunicación a través de la sangre que brotaba como rocío. Ahora entendía por qué eran innecesarios los ojos para él: ya lo había visto todo.
El sol traspasaba a través de la ventana, le quemaba el rostro, despertó con un dolor insoportable en el brazo, lo tocó con suavidad y sintió que su piel ya no era la misma. Ahí estaba el tatuaje color negro, en relieve, la sangre seca se desprendía y flotaba haciendo figuras que parecían letras. Se asustó y por primera vez no pensó en el alcohol. Recorrió cada calle hasta que finalmente encontró un sitio dedicado a los tatuajes. Entró abruptamente y se dirigió a la primera persona que vio. -Necesito consultar con alguien inmediatamente- .
Todos rieron, no entendían a aquella mujer tan alterada que pedía “una consulta”.
Ella sacudió la cabeza, quería acomodar sus ideas y dijo: -Necesito saber si alguien recuerda haberme visto aquí ayer por la noche y si no es así, que me explique el significado de esto-.
Mostró el brazo y los demás se asombraron. Uno de ellos se acercó para verlo más de cerca.
-Es un trabajo fino, y no es para nada el estilo de alguien de nosotros. Luego el hombre que observaba con curiosidad el tatuaje se sobresaltó. No eran solo trazos, tenía bifurcaciones, líneas que se entrelazaban, un dibujo muy complicado que parecía tener un mensaje.
Bien, dicen que siempre llegas con la persona indicada y ese fue el caso. El observador supo descifrar entre tantas líneas unas letras que escribió en un papel hasta que se completaron las palabras jour du soleil. Una frase escrita en francés y que en español significaba día del sol.
-Espera, ahí hay algo más- De un cajón cercano sacó una lupa grande, que acercó a su brazo, miró detenidamente por unos segundos y retrocedió desconcertado. Su reacción alteró a todos.
-No lo vas a creer, pero, eso no es un tatuaje, forma parte de tu piel, como un lunar-.
Todos corrieron hacia ella, jalaban su brazo para verlo de cerca, la miraban como a un fenómeno de circo, la comenzaron a abrumar con preguntas, ¿cómo se logró ese efecto en el tatuaje? ¿Quién se lo hizo? No tenía la menor idea.
Optó por huir, hasta que llegó a su casa. Fue directamente al lavamanos para restregar su brazo pero era inútil, no conseguía más que ahogarse en la incertidumbre. ¿Día del sol? No entendió en lo absoluto, lo único que pasó por su mente era un amanecer soleado. Se dio por vencida y cayó en la cama. Despertó de noche. Una sed terrible la secaba, su saliva semejaba montoncitos de arena atorados en la garganta. Al mirarse al espejo vio una palidez transparente y ojeras profundas, parecía que no había comido o bebido en varios días.
Tenía una hambre voraz. Al salir a la calle lo primero que se le ocurrió fue subirse a un camión, se fue al asiento de atrás, clavó su mirada en la ventana, veía las luces de la ciudad, hasta que alguien sentada a su lado llamo su atención.
Era una mujer con vestimenta formal y el cabello recogido. Su sed se hizo aún más profunda, una aroma dulce invadió su olfato. Cuando la joven decidió bajarse aceleradamente del camión la siguió, mientras la otra apresuraba el paso e intentaba esconderse. Cuando creyó que lo había conseguido se dio la vuelta y gritó: su perseguidora estaba ahi.
La tomó por el cuello para ahogar sus gritos, acercó su nariz al rostro de su víctima, cerró los ojos para inhalar el aroma que la enloqueció, ahora ya tenía la certeza de que sería su alimento. Sus dientes se incrustaron en la yugular, bebió ávida mientras por su mente pasaron imágenes de la presa. Una vida llena de virtud, llena de miedos, las personas que la habían acompañado a lo largo de su corta vida, que la amaban, que la respetaban. Ahora le había robado todo en cada gota de sangre. Ya no tenía hambre.
Dejó caer el cuerpo y partió con paso lento y relajado. Ahora veía un objetivo en su vida. Cada noche sería una de esas luces en la ciudad en busca de energía y durmió como hace mucho no lo hacía. Al otro día se dedicó a hacer cosas que jamás se le hubieran ocurrido: ver televisión, darse un baño, cenar, oír música. Todo como una chica normal.
Le rebotó esa palabra en la cabeza: “normal”, algo que pocas veces apareció en su vida anterior, hasta que un tatuaje le regalo una identidad y supo entonces que el alcohol ya no sería su primer alimento.
Cuando la noche llegó decidió vestirse como la primera donadora; se relamió la cabellera y la amarró con un chongo alto. Caminó desvanecida en la oscuridad, con una cándida sonrisa. Era una simple mujer en busca de su cena.
Y bailó entre la gente una canción que traía clavada, Kiss de Prince. Daba vueltas sobre sus pies, feliz como nunca antes, hasta que llegó el olor dulce. Buscó a su alrededor y la miró: era de piel blanca y ojos grandes. Ahora no la perseguiría, quería entablar un pequeño diálogo con su alimento.
-Hola, ¿estás perdida?- Hizo la pregunta cuando vio que en sus manos llevaba un pedazo de papel y se notaba extraviada.
-Sí busco esta dirección-.
-Qué casualidad, justo voy por ese rumbo, si gustas te acompaño- .
Sonrió al ver que se fue con ella sin chistar. La llevó hasta perderla, mientras intentaba descifrar qué vería al vaciar su sangre. La elegida era la antítesis de la primera: llevaba rapada la cabeza, los labios pintados de color negro, pantalones rotos y botas desgastadas.
-Hemos llegado, ahora págame como es debido-.
La mujer se desconcertó, vio su papel, buscó el nombre de la calle.
-Este no es el lugar, ¿qué quieres que te pague?
– Tienes razón, no me debes nada, simplemente tomaré lo que me pertenece.
La niña rapada ni siquiera gritó al recibir el mordisco y abrazó a su captora que una vez más vio las imágenes de la vida que succionaba. Ahora eran secuencias de alguien que buscaba ser amada desesperadamente. Por eso su abrazo, por eso su entrega, por eso esta vez no la abandonó así nadamás como a la primera. En esta ocasión dio un beso enternecido en la frente del cuerpo yerto que tanto se le parecía.
Por varios meses se dedicó a la cacería. Todas las mujeres eran muy diferentes en su aspecto pero en los episodios de sus vidas eran prácticamente iguales. Lo que ella no tenía en cuenta es que todo esto tenía un precio y que muy pronto debería pagar. Observaba su tatuaje con detenimiento, sabía que al momento en que lo impregnaron en su piel algún instinto despertó, quizá era nada más una marca pero llevaba el dolor de días pasados, cuando era difícil hasta abrir los ojos.
Frente a ella apareció nuevamente el hombre de las múltiples historias sobre la piel. El viento se detuvo.
-Vine a decirte mis últimas palabras. Tienes dos opciones.- Abrió las manos y le mostró un cordón corto.
-Mira, este es el camino fácil- lo guardó y saco ahora un cordón más largo. – Este es el camino difícil, ¿cuál eliges?-
Ella respondió sin titubear: el camino difícil. El sonrió y dijo -bueno, es el momento de la verdad,
cierra los ojos y acompáñame-. En ese momento desfilaron frente a ella todas esas mujeres a las que vio desangrarse en sus brazos. Todas eran ella misma. Se vio morir una y otra vez y lo peor es que lo disfrutaba. Se le trabó la mandíbula en ese instante, comenzó a implorar que se le despertara de esa pesadilla. Y se hundió en un pozo negro.
Cuando recobró la conciencia, intentó enfocar el lugar donde estaba, hasta que por fin reconoció una imagen: el mismo triángulo encerrado en un círculo. Frente a ella, él.
¿Has visto nuestro regalo?
-¿Pero cómo es posible que eso sea un regalo? ¡Siempre he sido yo!
El hombre tatuado la interrumpió.
-Cada una de aquellas a quienes mataste representa tu inocencia perdida, tus miedos, tu soledad, tu ira. Has sido elegida para convertirte en lo que hoy eres. Solo ten presente que el camino difícil no tiene retorno. El tatuaje es un recuerdo de tu vida pasada, no queremos que se te olvide, nunca.
-Pero cuál es la finalidad, me convertí en lo que tanto odié-.
El mensajero lanzó una carcajada y con ello lo último que le diría. -Estás señalada mas no sentenciada, cada noche será peor porque el hambre será insaciable, pero cuando amanezca será mejor. Ya lo has elegido y recuerda: el que entra jamás sale.
Cayó de rodillas. Al abrir los ojos no recordó nada. Se asomó como siempre en el espejo y ahora descubrió en el brazo derecho un sol con una apariencia deslavada. Tenía un aspecto tribal y era menos detallado que el primero.
Decidió mostrar sus marcas. Dejarían de ser secretas porque recordó que los tatuajes, hace siglos en Egipto, se los hacían a las mujeres como símbolo de protección. Y se sintió protegida cuando todas las noches salía ahora con la necesidad de despedazar sin piedad.
Cuando aceptó el listón largo también supo que su sitio estaba con los tatuados, unos con más marcas en la piel que otros. Todos se reunían en un salón lleno de humo y olores acres de la casa que nunca era desyerbada. Había muchas sillas y al frente un atril negro con el círculo y el triángulo. Sus semejantes se sentaban al frente y tenían un tatuaje o dos ya fuera en la frente, los brazos o la espalda. Los que permanecían hasta atrás tenían más dibujos en la piel. Algunos estaban totalmente cubiertos.
Tomó asiento en una silla que tuvo al frente. En medio de todos pasó primero un hombre con tatuajes hasta el cuello que se colocó en el atril negro. Atrás de él apareció alguien con los ojos vendados. El primero mordió con violencia su cuello hasta dejar el cuerpo seco.
La invitaron a pasar, sabía que no podría negarse. Se plantó frente a todos y le presentaron a quien debería exterminar: era ella misma. Sus intestinos se retorcieron pero no dudó. Abrió con sus uñas su propio pecho y se tasajeó. La sangre brotó y salpicó a quienes estaban en primera fila. Dolía mucho. Cuando bajó se dio cuenta de que había aparecido otro pequeño tatuaje encima del seno izquierdo.
Salió de ahí sin despedirse, con la certeza de que regresaría al otro día. Algo salió a la luz, tal como lo decía su brazo, el día del sol había comenzado. Ahora tenía oportunidad de presentarse ante una multitud y mostrar al monstruo que tenía dentro. El sol en el otro brazo era la luz a la que nunca debería temer porque ahora sabía que por más terrible que fuera su hambre, una comunidad de solitarios, excomulgados, sedientos, siempre le harían compañía.
Estaba dentro del círculo. Cada noche devoraría sus propias entrañas, y las de ellos y las de otros iniciados. Cada noche llegaría a ella otro tatuaje que la sangraría, que vaciaría sus entrañas frente a otros, pero ya no importaba. Ahora sabía que el dolor se quita con tinta.