jueves 14 noviembre 2024

El Financiero

por Fedro Carlos Guillén
Ilustración: XxcemeteryxromancexX

En enero de 1992 por motivos misteriosos me dirigí a El Financiero para entrevistarme con Víctor Roura, editor entonces y ahora, de la sección cultural. Le propuse un artículo, aceptó y desde entonces con una periodicidad semanal estuve escribiendo hasta hace un par de semanas en que decidí renunciar. No le cuento esto porque lo crea particularmente importante ya que imagino perfectamente su cara de ¿y eso a mí que me importa?. En realidad creo que ilustra una condición endémica de los medios en la que se encuentran un señor que es editor y otro que, como es mi caso, le da por la escribidera.

En primer lugar hay que decir que uno tiene mucho agradecimiento cuando alguien considera que lo que se escribió es publicable y entonces se inicia una relación que puede ser buena o mala en función de la lucidez de los actores. La mía fue neutra pero todo empezó a irse al demonio, de acuerdo a mi humilde opinión, por dos razones. La primera fue un libro que me pidieron, escribí y a nuestro joven editor no le pareció. Dado que a mí me parecía perfectamente aceptable que no le pareciera, le indiqué que no lo publicara y ya. El asunto le molestó. El segundo tema fue mi salario. Ocurre que El Financiero me pagó durante 15 años 350 pesos por artículo, que es más o menos el salario de un minero antes de la huelga de Cananea. Hace unos meses pedí una revisión y recibí argumentos extraordinarios, porque extraordinario es que le digan a uno que es de lo colaboradores de más nivel económico pues no recuerdo en qué momento me hicieron el estudio, ni veo cómo ése puede ser un argumento para llegar a la tienda de raya periodística. Además adujo que si me aumentaba el sueldo habría menos colaboradores, lo que me dejó tres meses con una culpa enorme. Finalmente se acordó pagarme 500 pesos pero me salió el tiro por la culata pues lo que ocurrió fue que en lugar de aparecer semanalmente espaciaron mis colaboraciones y acabé ganando menos que al principio.

Un último punto era notable: resulta que El Financiero tiene por norma pagar el segundo viernes de cada mes, de 3 a 5 de la tarde. Es decir destina dos horas para que tooodos los colaboradores vayan a casa de la mismísima tiznada a cobrar un chequesucho. Cuando escribí genéricamente que las normas de pago de diversos lugares donde escribo eran anómalas, Víctor se negó a publicar este artículo bajo el comprensible argumento de que a nadie le gusta que le digan que trabaja en casa de la tiznada.

Luego vino una espiral descendente y cuando le escribí al señor editor pasó la segunda cosa extraordinaria, porque extraordinario es que uno se dirija a Víctor y el correo lo responda Eduardo (Mejía), que en ese momento se convirtió en mi interlocutor de manera muy amable. Así, de manera muy amable, el señor Mejía me hizo favor de decirme que una colaboración mía no salió porque me orinaba en los golfistas y el periódico era leído por muchos de ellos. Acto seguido me invitó a no faltarle al respeto a los lectores (quien me haya leído sabrá que hace años no respeto ni la memoria de mi difunta abuela, pero en fin). El estoconazo final se dio porque hace poco opiné que era muy idiota preguntarle a la gente en forma de consulta lo que no sabe y en este caso se me explicó que había un comité que lo leía todo y aprobaba o desaprobaba, que mi artículo estaba mal escrito, carecía de humor, no tenía nada que ver con la sección y era insultante. Por supuesto, renuncié.

Veamos, seguramente ellos tienen su versión de las cosas y considero que les asiste todo el derecho a hacer lo que les dé la gana con sus colaboradores, para eso pagan. Sin embargo, expongo la historia anterior no en un arrebato de bilis (he sido admitido en un periódico que paga un poco más y no está en casa de la tiznada) sino como una ilustración de lo frágil que es la relación entre aquellos que tienen la sartén por el mango mientras uno actúa como huevo frito. Ni modo. La otra razón es que El Financiero no hubiera publicado este artículo ni bajo el influjo de las drogas, pero lo dije ya, es su derecho.

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