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lunes 16 septiembre 2024

El idioma que la tele nos dejó

por Jorge Javier Romero

Mi generación fue si no la primera sí de las primera que creció ya con la tele como presencia permanente. Y era la tele del monopolio privado que, empero, se contenía y aceptaba los usos del régimen. La complicidad total, simbiótica, entre Telesistema Mexicano y los gobiernos de la época clásica del PRI. No había espacio ni para la disidencia ni para la competencia. Cuando los empresarios de Monterrey quisieron hacer su empresa para quitarle un pequeño trozo del botín al gigante con su Televisión independiente de México se enfrentaron a un enemigo despiadado que acabó por fagocitar al pequeño contrincante ante la mirada complacida de un régimen que gustaba de los monopolios tanto como de su propia monarquía, sobre todo cuando se trataba de un medio con tanta capacidad de articulación ideológica.

Televisa ha sido el reflejo del régimen del PRI en la comunicación. El PRI modeló la cultura política de los mexicanos, con su clientelismo, su empleomanía, sus ritos de lealtad y disciplina, su poco respeto por la legalidad y su laxitud frente a la apropiación privada de lo público. Televisa ha modelado, en complemento, el lenguaje, la educación sentimental, los gustos, la estética de lo mexicano durante más de medio siglo. Las formas de hablar, de decir, de pensar de los mexicanos está marcados por el monopolio político y por el monopolio televisivo que han dominado nuestras vidas. Lo peor es que cuando han dejado de ser absolutos quienes han ocupado los espacios abiertos han sido hijos de su propia construcción. Nada nuevo aportó la aparición de Televisión Azteca, aupada también desde el régimen y a la que se le vendió el pie de casa de lo que pudo haber sido un importante cimiento para una auténtica televisión de Estado, como poco han aportado los partidos que hoy compiten con el PRI. En ambos caso la auténtica competencia está cerrada y la posibilidad de innovación se enfrenta al proteccionismo de quienes quieren mantener para sí los dos mayores espacios de construcción simbólica y de control social de nuestro tiempo.

Si en el espacio público el lenguaje que predomina es el del cantinfleo priista, en el privado se ha impuesto la cursilería del lenguaje de Televisa. Las telenovelas y los comerciales han modelado la forma de hablar de los mexicanos contemporáneos. Incluso los modismos, las entonaciones locales, se han ido diluyendo para crear un mazacote idiomático nacional lleno de los giros acuñados por los publicistas y los escritores de culebrones. El pelo se ha pasado a llamar cabello, las tetas -o en mexicano, las chichis- se llaman ahora bubis. Las expresiones fuertes mexicanas, como “está cabrón”, se convierten en un pudoroso “está cañón”; lo sexual o erótico, se convierte en “candente”; las compresas son toallas femeninas. Un lenguaje elíptico, que se pretende refinado pero que sólo empobrece a la expresión popular.

Igual que las calles del país exhiben una arquitectura popular que reproduce los decorados de cartón-piedra de los platós televisivos, con balaustradas, ángeles y cisnes que aparecen en medio del gris predominante de la pobreza, las expresiones fabricadas en la tele le dan un falso barniz de refinamiento a la pobre expresión de una población precariamente educada por las fallidas escuelas nacionales, pero que rebusca su expresión a imagen y semejanza de los locutores y los personajes de las telenovelas.

No se trata, desde luego, de un lenguaje construido de manera espontánea. Tiene detrás una concepción de lo adecuado, de lo decente, diseñado capa a capa a lo largo de décadas por los directivos de la empresa. Una visión moral fuertemente influida por la Iglesia, aunque durante los tiempos clásicos del régimen del PRI este influjo no se expresara directamente. En efecto, con el cambio de los tiempos también el lenguaje y las expresiones de la tele se han modificado; si antes eran impensables las expresiones sexuales, ahora se esbozan pudorosamente. Hace dos décadas resultaba impensable en la televisión comercial mexicana que se hablara de homosexualidad o se reconociera abiertamente la de algún personaje de fama construida por la empresa. Ahora, gracias al eufemismo gay, ya se reconoce la homosexualidad masculina sin llamarla por su nombre, pero ni en Televisa ni en Televisión Azteca existen las lesbianas.

La tele ha acabado por sustituir a la educación pública, cosa totalmente comprensible si se toman en cuenta no sólo las deficiencias pedagógicas de los profesores, sino las horas que los niños pasan en la escuela frente a las que le dedican a la televisión. Los mexicanos conjugan mal y tienen una pobre sintaxis no sólo porque los profesores son muy malos sino porque todo el día escuchan los despropósitos de locutores y actores muy mal educados y que, además, tienen que hablar de acuerdo a los criterios morales y estéticos de sus empresas.

Los neologismos televisivos forman parte de la moda, lo mismo que la forma de vestirse o de peinarse. Las expresiones como “lo que le sigue”, para expresar lo superlativo, salen de las pantallas para convertirse en dicho compartido, con todo y la entonación que se cree signo de refinamiento. Por supuesto, los ubicuos anglicismos se dispersan como la humedad, y las cosas que gustan se vuelven cool, como antes fueron in.

Claro que las capas medias con poder adquisitivo alto han diversificado su dependencia cultural y se han trasladado a la televisión de paga, donde el español que se habla es el de Miami. Televisa y Televisión Azteca se están quedando con el mercado menos pudiente, el mismo que asiste a la fallida educación que imparte nuestro Estado fallón.

El poder de la televisión para crear lenguaje es enorme. Los catalanes cultos, por ejemplo, se quejan de que su lengua, rescatada después de cuatro décadas de prohibición franquista, se ha convertido en una jerga acartonada, pues el catalán que se habla es el estandarizado por la tele. Sin duda se trata de un tema mundial, pero los niveles de chabacanería del español de Televisa y Televisión Azteca, ahora emulados por la supuestamente diferente Cadena Tres, son difíciles de igualar. En España, por ejemplo, después de la muerte de Franco y con la transición a la democracia, la televisión estatal cambió su lenguaje, se acercó al idioma hablado en la calle y eliminó los pruritos católicos frente a las palabras fuertes y la sexualidad. En México, en cambio, se combinan las expresiones ñoñas de las producciones locales y los doblajes con los pitidos encubridores de lo que las buenas conciencias consideran altisonante.

En la televisión mexicana se habla un idioma de utilería, tan falso como los decorados de aquel Teatro Fantástico con el que crecimos los niños de los sesenta, pero la catástrofe educativa lo ha convertido en el ejemplo a copiar para buena parte de la sociedad.

Los horrores del mes: en un programa de Once TV México sobre los desórdenes alimenticios, los brillantes traductores convirtieron en cuidado amoroso a las love handles, como se les llama coloquialmente en inglés a las acumulaciones de grasa que en México conocemos como llantitas y en España como michelines y que perfectamente se puede traducir como agarraderas del amor. Por su parte, los traductores del Canal 22 pusieron en su versión española del programa Cortés de la BBC el barbarismo “desollan” en lugar de desuellan. Y por ahí un locutor de esos que leen noticias nos regaló un palabro asombroso: ostentosidad.

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